Marea Editorial

A 44 años de "La Noche de los Lápices", la voz de una sobreviviente: "Nosotros éramos militantes políticos"

Cuando en 1976 fue secuestrada, Emilce Moler tenía 17 años, era estudiante de quinto año del Bachillerato de Bellas Artes de la ciudad de La Plata y militaba en la UES. En diálogo con Ámbito, explicó qué es ser una sobreviviente.

El 16 de septiembre de 1976 marcó una herida indeleble en la historia argentina. En “La Noche de los Lápices”, tal como se denominó, la Dictadura Militar secuestró a diez estudiantes platenses, en su mayoría militantes de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios).

Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Claudio de Acha, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro siguen desaparecidos, mientras que Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce Moler son los cuatro sobrevivientes de ese horror.

“Hombres armados y encapuchados que se identificaron como del Ejército Argentino me secuestraron de la casa de mis padres. Yo tenía diecisiete años, era estudiante de quinto año del Bachillerato de Bellas Artes de la ciudad de La Plata y militante de la Unión de Estudiantes Secundario (UES). Estuve detenida-desaparecida en tres centros clandestinos de detención: el Pozo de Arana, el Pozo de Quilmes y la Comisaría de Valentín Alsina, en Lanús, en los que sufrí distintos vejámenes; hasta que en enero de 1977 entré como presa legal a la cárcel de Villa Devoto, de la que salí a los diecinueve años con régimen de libertad vigilada”, rememora Moler en “La larga noche de los lápices. Relatos de una sobreviviente” (Editorial Marea).

Pero, ¿qué es exactamente ser una sobreviviente?, ¿qué aspectos de su identidad se vieron atravesados por la tortura y el cautiverio?, ¿qué se omite en el relato del reclamo del boleto estudiantil como única consigna? A 44 años de su secuestro, Emilce Moler dialogó con Ámbito.

Periodista: En el libro, al evocar el momento de tu liberación, te describiste como “una vieja de 20 años”. ¿Cómo explicarías esa sensación?

Emilce Moler: Yo siento que nunca fui joven. La juventud es un concepto relativamente nuevo, en nuestra época les jóvenes teníamos otro rol. Yo soy de la plaza en que Perón nos dijo imberbes y nos echó. Luego ya estaba como militante, donde la vida estaba en riesgo y lo que menos pensabas era si eras o no joven: eras militante y enemigo político. Luego fui presa y después fui militante de derechos humanos o testimoniante. El primer juicio en el que di testimonio, contra Camps, fue a los 21 años y nadie dijo ‘una joven testimonió’. Después fui mamá, fui docente, fui investigadora y ya dejé de ser joven. Tenía 20 años pero con toda esa historia encima, con toda esa realidad que había pasado, ¿desde qué lugar me iba a sentir joven?, ¿qué vida iba a tener? No sabía si iba a poder trabajar, porque yo tenía prontuario, no curriculum. Si me juntaba con jóvenes de ese momento, que no habían vivido eso, te imaginás los puntos de contacto, no tenían nada que ver conmigo. Fue un proceso muy difícil recuperar la juventud tardía. Creo que me siento más joven ahora que a los 20 años.

P.: ¿En qué aspectos sentís que ser una sobreviviente se convirtió en un rasgo ineludible de tu identidad?

E.M.: Para mí fue muy importante la charla que tuve con el Equipo Argentino de Antropología Forense, en donde ellos me hicieron determinadas preguntas que yo casi nunca me había hecho, respecto de las cuestiones físicas de los compañeros desaparecidos. Por ejemplo, la ropa. Esas cosas eran muy importantes porque no toda la ropa se degrada de la misma manera. Entonces ahí me di cuenta que tenía un acervo muy importante, un acervo del adentro, de lo que había pasado. Además de lo que me había pasado en lo personal, era testigo de un montón de compañeros y compañeras que no estaban y yo era la voz de ellos. Eso me marcó muy fuerte. Tener esa carga a los 20 años fue un juego de equilibrios difíciles que creo que sorteé satisfactoriamente.

P.: ¿Y cómo lograste convertir esa carga en algo más positivo?

E.M.: Los entornos de los que me fui rodeando eran toda gente comprometida y militante. Eso me permitió tener un contexto en donde ayudarnos y reflexionar entre todos; criamos a nuestros hijos con esos valores y fuimos formando distintas agrupaciones de derechos humanos. Ser docente y tener vínculo en forma permanente con jóvenes también me facilitó mucho la tarea de la transmisión.

P.: Hablás de olores, comidas, incluso de cómo era menstruar en ese contexto, todas situaciones cotidianas de tus años detenida, ¿por qué crees que no se habló tanto de esto?

E.M.: Yo aprendí a recrear las historias con todo ese tipo de detalle. Primero escribía como una matemática, muy lineal. Después me empecé a liberar para escribir y tenía muchas cosas de estas sensaciones. Hay muy poco escrito de las mujeres de Devoto y, por otro lado, nunca me preguntaron sobre detalles femeninos. Por otra parte, tiene que ver con la época que estamos atravesando y el feminismo.

P.: ¿Cuál es tu relación hoy con la versión popularmente conocida de “La Noche de los Lápices?

E.M.: Una cosa es cuando se generó, en ese momento uno estaba muy involucrado, aunque siempre entendí que había escucha para determinadas historias. Pero nunca quise dejar de reivindicar la militancia política de mis compañeros y mía. Se necesitó un tiempo para poder hablar de la participación política y de la militancia. Yo tuve muchas sensaciones: enojos, desazones, discusiones. Lo que nunca hice fue contradecir la historia porque me parece que podía ser peligroso contradecir la detención y la desaparición de los compañeros. Fue un sufrimiento personal hasta que pude darle forma a la historia en su totalidad.

P.: ¿Qué se omite cuando se vincula a “La noche de los Lápices” y sus víctimas solamente con el boleto estudiantil?

E.M.: Se está omitiendo, básicamente, la lucha que era política. Nosotros éramos militantes políticos y el reclamo del boleto estudiantil era uno entre tantos otros. Nuestra detención se dio por ser militantes políticos, en su mayoría de la UES, agrupación en donde nos oponíamos a la Dictadura. Oponerte a la Dictadura a través de panfletos, carteles y demás era de una valentía muy grande, y yo no le quiero robar eso a los chicos.

P.: ¿Considerás que en algún momento en Argentina se volvió a abrazar la militancia con el compromiso de los años setenta?

E.M.: Creo que estamos viviendo una época maravillosa y que, a partir de 2003, la juventud volvió a tener un lugar en la política, que es un lugar en donde les jóvenes tienen que estar. Eso ha generado movimientos de participación infinitos y es interesantísimo cómo van construyendo sus propias agendas. Creo que van a ir encontrando caminos de participación donde la idea es conseguir un país más equitativo e inclusivo.

P.: Si hacés un recorrido por la Justicia argentina en los casos de lesa humanidad, del juicio a las Juntas, pasando por el indulto, a la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, ¿cuál es tu evaluación?

E.M.: En determinado momento yo pensé que los juicios nunca se iban a poder hacer. En ese sentido, celebro fuertemente que a partir de 2003 se pudieron reabrir porque no se podía seguir creciendo en una democracia con impunidad. Los juicios que se hicieron a los genocidas son un ejemplo de ciudadanía. Por supuesto, todavía falta, tuvimos un retroceso en los últimos cuatro años, pero ahora se están activando y no los debemos perder porque eso es construcción de ciudadanía para todas y todos.