Marea Editorial

Adelanto de “Hasta ser Victoria”, de Victoria Montenegro

En este libro, publicado por Marea, la militante por los derechos humanos y actual legisladora por CABA cuenta en primera persona su historia, la de una hija de desaparecidos por la dictadura, con sus contradicciones, dolores y reencuentros hasta recuperar su identidad.

El juicio por la apropiación fue muy largo. Parte de la estrategia de la defensa fue que el juicio fuera por escrito, dado que el supuesto delito habría sucedido cuando no existían los juicios orales. Todas las presentaciones eran en papel. La causa se activó en 1992 y pasaron diez años hasta que quedó firme. Mis declaraciones fueron siempre escritos presentados por los abogados de Herman. En una de las presentaciones a las que tuve que asistir me leyeron un escrito de la defensa de Tetzlaff. Allí se argumentaba que papá bien podría haberme encontrado en un tacho de basura. Pero no, no me encontró en un tacho de basura. Me encontró en mi casa, en un moisés debajo de la mesada, con mi ropa planchada y acomodada, con los ojos sin parpadear y los oídos sangrando por el estruendo de los tiros.

 

Cuando yo lo veía de traje sabía que había ido a Tribunales. “¿Todo bien, papá?”, le preguntaba. Y él siempre me contestaba que sí, que me quedara tranquila. Me olvidé de la extracción de sangre, me olvidé de todo. Pero en 1997 lo empecé a ver de muy mal humor, gritaba todo el tiempo. La insultaba a Mary por cualquier cosa. “¡Qué pesado papá!”, le dije a mi hermana un día. Ese día había estado peor que nunca. Ella me dijo que había que entenderlo, papá estaba así por todo lo que le estaba pasando. “¿Y qué le pasa a papá?”, le pregunté. Ella me miró como si yo fuera una marciana. “Gorda, papá va a ir preso”. “Por supuesto que no, estás loca, sos una tonta, no sabés lo que estás diciendo. Papá nunca va a ir preso”. Pero Fer me agarró de los brazos y me dijo “Gorda, te tenés que preparar, porque papá sí va a ir preso”. Diez días después se lo llevaron. Una tarde llegó la Policía. De civil. No, no era uno, eran tres. Tenían chalecos de la Federal. Tres agentes estaban adentro de casa y otro estaba en la escalera. Yo que tengo memoria de elefante no puedo recordar los primeros momentos de esa tarde. Creo que no estaba en casa o al menos sé que no les abrí la puerta. Me avisaron que había llegado la Policía. Entré en el comedor y estaban ahí hablándole, eran amables. Mi Coronel, le decían mi Coronel. Le preguntaban sus datos personales: nombre, apellido, número de documento. El perro estaba enloquecido. Se lo llevaron. Yo me quería morir, sentía el corazón latiéndome en la garganta, pero aun así le pedía que se quedara tranquilo. Era el dos de diciembre de 1997. El tres de diciembre era el aniversario de casados de mis papás, cumplían treinta y cinco años. Me pidió, con la voz algo quebrada, que le comprara algo a mamá. No lloró, pero sentí que se quebraba, que estaba quebrado. Se lo llevaron. Así. Yo sentía que moría de la impotencia y del terror. Me di cuenta de que le faltaban los remedios para la diabetes. Se lo llevaron sin la insulina. Antes de trasladarlo le hicieron dejar el arma. Siempre estaba armado. Pero esa tarde me dejó el arma, me pidió que la cuidara. A partir de ese momento pasé a cuidar todo, el arma, la casa, a mamá. Yo solo quería morir. Morir. Sé que los chicos estaban, sé que estaba Gustavo, pero no me acuerdo, no los recuerdo. Solo recuerdo el dolor y el deseo de morir, no podía pensar en nada, solo en él, en sus remedios, en que estaba preso, en que estaba solo. Y en que estaba preso por mí.

Fuimos a Tribunales, a la Superintendencia, al centro. Fuimos a llevarle frazadas, comida y la insulina. A la noche, en casa, agarré el teléfono. Llamé a todas las dependencias hasta que en algún momento logré que me pasaran con una oficina. Le dije al agente que me atendió que era la hija del coronel Tetzlaff. Le dije que se habían llevado a mi papá y que necesitaba hablar con él. “Te lo pido por favor, te lo pido por el amor de Dios, dejame hablar con él”. Sentía que no soportaba la vida. Solo sabía llorar, lloraba y pedía que me dejaran hablar con mi papá. El oficial que me atendió me dijo “quedate tranquila, no llores, no te puedo pasar con él porque está incomunicado, pero quedate tranquila, lo estoy viendo en este momento, lo tengo frente a mí, tiene puesta una remera azul, ya está medicado, ahora le vamos a dar la comida, vos quedate tranquila que nosotros lo estamos cuidando”. Yo sentía que me dolía el aire, que me dolía el aire que me entraba por los pulmones y el aire que me tocaba. Esa noche lloré hasta que se hizo de día y después también. Todo era una pesadilla. Fuimos al juzgado a la mañana muy temprano. Era el juzgado de Marquevich. Fuimos con Gustavo. A los chicos los dejamos con mis suegros. No. Mi suegra ya no vivía con mi suegro, así que se los dejamos a mi suegro. O no. Se los dejamos a Lina. No sé. Dejamos a los chicos. Yo ya era grande. Tenía veinte años. Gustavo me llevó al juzgado. Era el Juzgado Federal N°1 de San Isidro. Me hizo pasar el secretario, entré sola. Me notifiqué. Era en el segundo piso. Entré sola. Me senté y firmé. Yo pensaba en el encierro. Y en poner bombas. Pensaba “llamo a unos amigos de mi papá, conseguimos un auto, cerramos la calle, porque lo van a traer acá, armamos un comando y lo rescatamos, rompo el vidrio con uno de estos tachos de basura que había al costado de las sillas, lo van a traer por este pasillo, rompo el vidrio, empiezo un incendio en otro tacho, prendo fuego, rompo el vidrio y lo saco, lo sacamos, lo metemos en el auto y hacemos estallar esto con una bomba”. Después pensé “papá tiene el pie lastimado, no va a poder correr rápido”. El secretario me hizo pasar. “Te queremos notificar”. Había tres personas en la oficina. “Como ya sabrás, lo detuvimos a Tetzlaff. Se comprobó en un 99,99 % que el matrimonio Tetzlaff/Eduartes no tiene relación biológica con vos”. Yo solo odiaba. “Me quedo con el 0,01 %”, le respondí.

 

Nos secuestraron en verano. No sé bien por qué pensaba que el tormento se llevaba mejor si hacía calor y me aliviaba pensar que al menos no tenían frío. Una mañana, varios días después de que el Equipo Argentino de Antropología Forense me confirmara lo de Toti y mientras hacía la cama de los chicos, me di cuenta de que el vuelo fue en mayo. En mayo ya no hace calor. En mayo hace frío. Pensé en que a mi papá lo tiraron al río en el mes de mayo. Sentí una tristeza enorme, pesada, densa. Mi papá cayendo al agua con ese frío.