Marea Editorial

Crónica de abajo

En numerosas ocasiones Alicia Dujovne Ortiz escribió perfiles de mujeres fuertes, tanto reales como de ficción. Ahora publica una crónica urgente y testimonial sobre Milagro Sala, su historia, su obra, su lucha y su prisión.

Los libros de Alicia Dujovne Ortiz, en forma de biografías noveladas, novelas o crónicas dan un lugar especial a la mujer latinoamericana. Unen a un lenguaje depurado y poético la pasión que surge de cada uno de sus personajes, reales o de ficción, en medio de tramas que maneja con sutileza y toda ausencia de reparos, ideológicos, sexuales, religiosos e históricos, desnudando sus sentimientos, temores y secretos ocultos. En verdad, la mayoría de los caracteres descriptos son el resultado de una profunda investigación de sus psicologías, de sus acciones concretas y de las épocas en que transcurren sus historias desde el siglo XVI a la actualidad. Las numerosas protagonistas de su obra, diferentes en el tiempo y en el espacio, del siglo XVI a nuestra época, se distinguen porque nacieron o vivieron en América latina; son, por otra parte, retratos de mujeres recias, ambiciosas, sea marginales o vinculadas al poder. Mujeres que amaron y odiaron y fueron asimismo amadas o visceralmente odiadas por la gente, constituyendo una marca mayor en la historia de sus países o de sus instituciones.

En cualquier caso sus vidas tienen un destello especial y van más allá de lo que indican los hechos. Carecen de tapujos como la misma autora, que se denomina a si mismo la “cartonera de los escritores” y escribió también sobre ellos. Ahora se decidió a tratar la  historia de un personaje controvertido: Milagro Sala. Y aquí la famosa grieta de la que se ha llegado a hablar, que en el fondo reviviría la existente entre peronistas y antiperonistas, más profunda que la supuestamente creada en los gobiernos anteriores, tapa la grieta principal que recorre el frágil cemento en el que esta construido la Argentina.  Un odio visceral, racial del que la vieja oligarquía, los círculos sociales y políticos que la representan, hicieron siempre gala,  a través de políticas concretas o escritos. Hasta lo sintieron los San Martín, Belgrano o Güemes cuyos ejércitos tenían en su mayoría hermanos de sangre de Milagro a los que consideraban parte legítima en la lucha por la independencia del país. 

Dujovne Ortiz no acepta las grietas de moda. Decidida a escribir un libro sobre el tema buscó ante todo el testimonio de sus actores y desde París,  donde reside hace ya muchos años, viajó a la Argentina, para entrevistar a su protagonista principal, al igual que a su más fieles amigos y compañeros y a algunos de sus adversarios que se prestaron a ello. 

La cuestión principal en el caso de Milagro Sala, es que “fue condenada –como señala Pérez Esquivel en el prólogo– antes de ser juzgada, por ser mujer, indígena  y morena”. Su puesta en prisión sin fundamento alguno, por tiempo indeterminado y por un evento en el que ella ni siquiera participó dio lugar a que distintos organismos de derechos humanos de todo el mundo se expresaran por su inmediata liberación. Esa es la situación jurídica y la que ahora quema. 

Pero, detrás, están los hechos reales. Milagro surgió como una dirigente social al fundar en Jujuy una asociación llamada Tupac Amaru, en homenaje al líder indígena descuartizado, a través de la cual logró crear la llamadas Copas de Leche para alimentar mejor a los vecinos de zonas marginales, todos de raíces indígenas como ella misma y luego construir cientos de viviendas en esos barrios con el apoyo y el trabajo de los mismos pobladores.

Obtuvo, es cierto, la ayuda de Néstor Kirchner y de su sucesora que le dieron importantes subsidios para realizar sus planes, pero en un circuito ajeno a los normales de su provincia, hecho que causó la irritación de una buena parte de la dirigencia y la sociedad jujeña. Distinto fue el trato que se le terminó dando allí mismo a Carlos Pedro Blaquier, representante destacado de esa sociedad y uno de los argentinos más ricos, cuya fortuna se basó también en el apoyo gubernamental, en una industria, la azucarera, que no ofrecía en si mismo índices de rentabilidad elevados y en cuyo establecimiento, el Ingenio Ledesma, se cometieron numerosos crímenes sobre sus trabajadores durante la dictadura militar a la que dio pleno apoyo, y hoy no está en prisión como Milagro.   

A través de diversos testimonios Dujovne Ortíz revela la amplitud de las acciones de Milagro Sala –gusten o no, sean o no desprolijas, exista o no cierto autoritarismo–, a favor de erradicar la pobreza, sin ahorrar el carácter duro e intransigente que posee su liderazgo, cuyo magnetismo y sinceridad la atraen. Ve sobre todo a Milagro como una organizadora social que benefició a su comunidad, no como la describen sus adversarios, como una oportunista que obtuvo réditos pecuniarios y organizó delitos o acciones contra la ley, viviendo largo tiempo en forma azarosa y marginal. La llamada ley viene de la mano de aquellos que la atacaron, incluso físicamente, y lograron que gente cercana a ella la traicione y la acuse de todo tipo de aberraciones mientras se apoderan de parte de las viviendas que se hicieron gracias a su agrupación y dañan sus edificios o sedes comunitarias.

Su análisis, basado en esos testimonios, a favor y en contra,  recogidos en un breve tiempo, señala el hecho decisivo de sus acciones en beneficio de la gente, traducidas en comida, viviendas, salud y centros de recreación desconocidos hasta entonces para la población que habitaba esos lugares. Pero toda ruptura de este tipo incluye un ataque frontal a la burocracia y a los mecanismos de poder existentes, que no satisfacían esas necesidades. El movimiento se maneja fuera del control de los organismos oficiales y muy poco de lo que hizo había sido hecho por parte de éstos, utilizando además formas que no suelen ser ni ortodoxas ni pulidas. Ese motivo, despierta en si mismo un profundo rechazo de los círculos de poder tradicionales, de allí la puesta en prisión de Milagro y el maltrato  que ha sufrido.  

A diferencia de varios casos a nivel nacional, el más importante fue el de Perón, o de caudillos provinciales de origen radical, como Cantoni, que tomaron o intentaron tomar una vez en el poder medidas de este tipo, con distinta amplitud y fortuna, en el caso de Milagro Sala lo fundamental de ese poder no venía del Estado nacional. Recibió su ayuda, aunque su sostén principal fue la misma población y especialmente los más pobres y marginales. 

En el pasado oligárquico, hasta la llegada del peronismo, las políticas sociales casi no existían o eran muy insuficientes y para paliar precariamente estos problemas había sociedades de beneficencia dirigidas por señoras de la sociedad o la acción de ciertos sectores de la Iglesia. Lo de Milagro Sala representa un esquema inverso: sus problemas los solucionan directamente los más perjudicados e interesados. Su camino parece oscuro como el color de sus protagonistas o el barro con el que se creó algo de la nada, pero es un accionar legítimo. Con todas las exageraciones de quienes en muchos casos no tuvieron una educación básica y que para compensar su desamparo caían antes en la droga y en el delito. Pero la gran mayoría es gente honesta y trabajadora, casi resignada a su condición de inferioridad, que fue dignificada por el trabajo y la solidaridad entre ellos. 

Las acciones de la Tupac Amaru muestran que la gente motivada e  interesada en su propia suerte, puede por si mismo resolver agudos temas sociales con escasos recursos y sus propias manos.

Pese a la tristeza de esta historia concluye la autora, se ha conseguido poner en tiempo presente lo que se creía un pasado remoto. Por un lado, los indios “son”, están, aparecen, se muestran, exigen el bilingüismo en las escuelas, reclaman la devolución de miles de hectáreas de las que eran dueños expropiadas ilegalmente. 

Por otro, es preciso devolver en su plenitud el lugar, étnico, cultural, económico y político, que durante siglos la historia les negó a los primeros habitantes de estas tierras, los aborígenes argentinos.