En marzo de 2020, en Argentina, una noticia se hacía viral. En plena cuarentena, cuando las medidas de aislamiento eran estrictas, un empresario escondió a su mucama en el baúl del auto para ingresarla de forma ilegal al country donde vivía. Lo descubrieron. No fue el único.
En nuestro país hay más de un millón de trabajadoras domésticas. El 99% es mujer, el 70% es pobre. Solo el 30% recibe aportes por su trabajo. Sobre la historia de estas mujeres se trata el libro Puertas adentro (Marea editorial), una crónica escrita por las periodistas argentinas Camila Bretón, Carolina Cattaneo, Dolores Caviglia y Lina Vargas.
Las autoras ya habían trabajado juntas en el libro Voltios, una investigación sobre el sistema eléctrico y los cortes de luz en Argentina, junto a un equipo de periodistas, coordinados y editados por la escritora y cronista Leila Guerriero. De ahí surgió la posibilidad de pensar un nuevo proyecto.
“Nos había gustado mucho la experiencia del trabajo colectivo cuando hicimos Voltios. Es una forma interesante de hacer periodismo. Y cuando estábamos terminando esa investigación, dijimos: ‘¿y por qué no hacemos algo más de algún tema que también nos convoque?’. Y empezamos a proponer temas posibles para realizar una investigación de largo aliento”, recuerda Lina Vargas. Así surgió el tema del servicio doméstico: les pareció que era algo de lo que nadie hablaba.
El desafío vino después, había que organizar un trabajo de a cuatro: “Todo lo compartíamos colectivamente, es decir, las cuatro sabíamos todo el tiempo lo que estaba haciendo el resto. Una o dos estaban leyendo libros, artículos de prensa o cuestiones académicas y después socializábamos todo. Lo mismo si íbamos a una entrevista”, detalla Vargas. Sostuvieron ese ritmo durante los dos años que duró la investigación y luego, en la posterior escritura del libro.
Puertas adentro es una rigurosa investigación periodística sobre el servicio doméstico en Argentina, con datos actuales y entrevistas a expertos. Pero también, en los distintos capítulos se cuenta la historia de vida de las mujeres que se dedican a limpiar casas, cuidar chicos y personas mayores.
Una ley con límites difusos
“Mi primer trabajo fue en una casa de familia judía. A los dieciséis. Después, a los dieciocho, trabajé en una cafetería como mesera por algunos meses y ahí conocí a un abogado que siempre me pedía una lágrima. Yo no sabía lo que era. Ahí aprendí. Un día me dice: ‘Yo la veo muy despierta, yo necesito alguien como usted en mi oficina’. Y me fui con él. Hacía papelerío, ordenaba, cobraba cheques en el banco. Nunca me gustó trabajar en casas de familia. Estuve allí hasta los veintidós. Y después él se fue a China, me quiso llevar, pero yo no quise ir. Hice muchas cosas. Entonces con mi marido abrimos un maxikiosco, pero con el tiempo lo cerramos porque me empecé a hacer la cabeza de que me pasaba el día encerrada. Poco después vine a hacer la entrevista acá, en la casa que estoy ahora”, cuenta Elena, una de las entrevistadas en Puertas adentro.
El libro recorre la historia del sector desde sus orígenes, ligado a la esclavitud y la servidumbre del siglo XIX, hasta llegar a la actualidad con las revisiones propuestas por el feminismo, acerca de las tareas domésticas como una fuerza laboral productiva no remunerada. Y pone en valor la lucha de los sindicatos para la promulgación de la “Ley de contrato de trabajo para personal de casas particulares”, en 2013. Esa ley venía a saldar una deuda con el sector, postergada desde hacía décadas. Nueve años después, su aplicación es mínima.
“Respecto a la ley, la verdad es que hay muy poca información. No están informadas de cuáles son sus derechos y, por ejemplo, muy pocas están inscriptas. A la obra social nunca fueron. Es una minoría la que se interesa”, explica Camila Bretón.
Lo poco que se sabe circula entre ellas informalmente, como una manera de proteger a las demás de un trato abusivo cuando son migrantes o recién empiezan. Ese registro apareció cuando las periodistas las acompañaban en el día a día del trabajo. “Ellas en la parada del colectivo decían: ‘Te tienen que pagar tanto porque estás trabajando tantas horas y acá nosotras ganamos tanto. Conozco a la vecina de mi empleadora que está buscando, por ahí te podés cambiar a esta casa’. En la parada de colectivos se generaba esa conversación”, cuenta Bretón.
Se trata de una relación en la que la reglamentación laboral es compleja de por sí para ambas partes, donde los límites son difusos y las herramientas del Estado son escasas. Y donde se cruza una barrera humana que trasciende el vínculo laboral. Y eso se narra en el libro.
Cuando lo laboral se vuelve afectivo
“Es la tarde fría y oscura de mayo de 2018 y Juani camina por avenida del Libertador hacia Retiro. Tiene 63 años y a pesar de que ya está jubilada y su cuerpo no responde como antes, no se imagina cómo sería su vida sin ir a trabajar.
Juani sabe que la señora Peggy va a morir pronto y algunas noches, sin que nadie se lo pida, se queda a dormir. Coloca una silla al lado de la cama en el dormitorio principal, toma la mano de su empleadora y, sentada a su lado, se queda hasta que se hace de día y comienza a trabajar”.
Para Carolina Cattaneo esta complejidad hace muy difícil la aplicación de la ley. “Es muy normal que, trabajando en una casa con seres humanos durante tantos años, en la intimidad, donde se dan tantas cosas de materia humana, surja el afecto. Puede que haya algún perverso que utiliza el afecto para para no pagar lo que corresponde, pero no siempre tiene que ver con eso. En esa combinación de trabajo más afecto se desdibujan algunas cosas. Jurídicamente el debate sigue siendo: ¿debemos tomarlo como un trabajo cualquiera o debemos tomarlo como un trabajo distinto a todos?”, explica Cattaneo.
Dolores Caviglia sostiene que se trata de pensar la problemática de una forma más amplia. “Hay como una mirada de la sociedad, de un camino por recorrer ahí en cuanto a la esencialidad. Cómo puede ser que las personas que se encargan de hacer que funcione la familia, de hacer que funcione la casa, no sean consideradas esenciales. Todavía falta esa mirada que comprenda que esto es un trabajo. Entonces la gente que tiene una empleada tiene un trabajador y en ese momento en que un restorán necesitaba ayuda, bueno, el empleador de la mujer que viene a trabajar todos los días a la casa también necesitaba ayuda”, dice Caviglia, en relación a que no hubo una política pública que beneficie al sector durante el prolongado aislamiento.
La promesa de que la pandemia nos enseñaría a ser mejores tampoco se cumplió para el sector. De hecho, empeoró y precarizó más aún la relación laboral de las empleadas domésticas. No solo perdieron trabajos, sino que además tuvieron que volver a emplearse cama adentro porque muchas no tenían donde ir. Así lo sintetizan en Puertas adentro Bretón, Cattaneo, Caviglia, y Vargas.
“Cuando la curva de contagios y fallecimientos iba en aumento, los indicadores económicos caían y muchas empresas cerraban, nosotras empezamos a pensar que la vida cambiaba tanto que las entrevistas, los testimonios recopilados, los documentos leídos, los números quedarían desactualizados, que lo que habíamos hecho perdería relevancia. Pero no fue así. Las faltas de garantías laborales, la desvalorización de las tareas y la precarización de los salarios siguen siendo problemas históricos del sector. El porcentaje de trabajadoras domésticas sin registrar se mantiene por encima del 70%, lo que lo convierte en el rubro de mayor informalidad del país.”