Marea Editorial

Delia, bastión de la resistencia

Escrita por la periodista Soledad Iparraguirre, narra la vida de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo Delia Giovanola, fallecida en julio de 2022. Publicado por Marea Editorial, recorre la incansable lucha de esta abuela por encontrar a su nieto Martín y el reencuentro tan deseado en 2015, así como la historia de los comienzos de la institución que fundó junto a otras once mujeres. Compartimos en esta nota un fragmento que la autora cedió generosamente a los lectores de Perycia.

Conmigo y a mi lado

Transitando el segundo año de pandemia y bajo modalidad virtual, en lo que fue la Audiencia N.° 27 del juicio por las causas unificadas de los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Lanús, el 18 de mayo de 2021, Delia declaró durante casi cinco horas ante el Tribunal Oral Federal N.° 1 de La Plata. En un juicio que sigue en proceso, los jueces Walter Venditti, Esteban Rodríguez Eggers y Ricardo Basílico juzgan a dieciocho represores por los delitos de torturas, homicidios y ocultamiento de menores en perjuicio de casi quinientas víctimas alojadas en los tres centros clandestinos de detención durante la última dictadura cívico-militar. Entre otros, están siendo juzgados el ex ministro de Gobierno bonaerense Jaime Smart; el ex director de Investigaciones de la Policía bonaerense, Miguel Etchecolatz y el ex médico policial Jorge Antonio Bergés. Entre las víctimas, se cuentan dieciocho mujeres embarazadas que dieron a luz en cautiverio.

“Antes de comenzar quiero decir que me siento acompañada por mi nieta Virginia. Está conmigo en todo momento, estuvo conmigo durante treinta y cinco años acompañándome en todo lo que ocurrió desde el 16 de octubre del 76 hasta que falleció, como una víctima más de este genocidio”, sostuvo con firmeza Delia al comenzar su extenso testimonio. La foto de su nieta de mirada clara la acompañó durante las largas horas de la audiencia virtual, transmitida en vivo por el canal de YouTube del Poder Judicial de la Nación y el medio La Retaguardia. A sus 95 años, dueña de una lucidez y una memoria envidiables, Delia buceó una vez más en los más aciagos recuerdos: el llamado telefónico de Liliana Montesano que le dio la noticia del secuestro de “los chicos”; sus primeros pasos en la búsqueda de su hijo y nuera; el implacable peregrinar que la llevó a golpear puertas que jamás hubiera imaginado tocar; el encuentro con las primeras y escasas Madres; el reconocimiento recíproco en las miradas húmedas y los rostros desencajados que pululaban recorriendo juzgados y ministerios; la soledad y la desesperanza iniciales; el surgimiento de una organización pionera en la búsqueda de personas desaparecidas y la confirmación, tiempo después, de que Martín había nacido en cautiverio. “La búsqueda de mi nieto costó la vida de mi nieta”, aseveró. Tras casi cuarenta y seis años del inicio de la noche más larga, Delia se explayó pausada y serenamente, atenta a no olvidar ningún detalle y a las preguntas del tribunal y los fiscales. “Nunca pensé que esto duraría para siempre”, aseguró. En nombre de Jorge y Stella Maris, recordó a las víctimas del terrorismo de Estado: “Fueron treinta mil”, dijo al cerrar su jornada testimonial, con la certeza de haber cumplido con su aporte para la exigencia de justicia, una vez más. Consecuencia del genocidio. A los pocos días, declaró Martín. Fue la primera vez que prestó testimonio en un juicio de lesa humanidad. Confesó haber sentido alivio y emoción. Hizo un recorrido sobre su historia, desde los momentos en que sintió dudas sobre su identidad hasta que la necesidad de certezas, una vez fallecidos sus padres de crianza, comenzó a quemarle el pecho. “El suicidio de mi hermana es consecuencia del genocidio”, aseguró.

Es una historia de mucho dolor, de mucha muerte, de padres torturados y desaparecidos, de una hermana que, como consecuencia de todo esto no pudo seguir viviendo. Al margen de todo este dolor, conocer la verdad de uno también reconforta. O por lo menos a mí es lo que me pasa. Estos genocidas nos arruinaron, arruinaron cuatro generaciones, porque le arruinaron la vida a mi abuela, la vida obviamente a mis padres, me arruinaron la vida a mí y a mi hermana, y también a nuestros hijos. Aprovecho a pedir cárcel común y efectiva a esta gente, si se los puede llamar “gente”, a estos represores que nos han arruinado la vida a tantos. Es algo tremendo no poder estar con ella, no haberla conocido. Todo el mundo me habla de ella como que era un ángel, muy amiguera; que lo que más quería era reencontrarse con su hermano. Hizo de todo para buscarme. Luego, sumó su testimonio Teresa Laborde, nacida torturada y desaparecida en el piso de un patrullero mientras trasladaban a su mamá al Pozo de Banfield. Adriana Calvo parió a “Teresa, la que nació presa”, como la llamaron sus compañeros de cautiverio, en el asiento de atrás de un patrullero, tabicada y esposada. “No tuvieron la deferencia de desatarle las manos a mi mamá, que me contó que (cuando nací) quedé colgando del cordón umbilical, que se puso un poco de lado para que por lo menos yo pudiera apoyarme en el piso”, relató. El genocidio perpetrado por la última dictadura militar sembró el terror en nuestro país. Treinta mil personas fueron desaparecidas y quinientos bebés recién nacidos y niños robados, a partir de la puesta en marcha de un macabro plan sistemático de apropiación de bebés y ocultamiento de su identidad. Desde aquellos solitarios inicios en que juntas, tomadas de los brazos, marcharon en plena dictadura y enfrentaron las armas de los soldados hasta hoy, estas mujeres-faro, mujeres-coraje con un pañuelo blanco como única arma,

recuperaron la identidad de ciento treinta nietos y nietas. Las Abuelas de Plaza de Mayo fueron artífices de un colectivo cuyo legado de lucha y dignidad dio la vuelta al mundo. Aún quedan más de trescientos cincuenta hombres y mujeres por encontrar. Aún quedan más de trescientos cincuenta hombres y mujeres que no han podido rearmar el rompecabezas de su propia historia porque el siniestro plan orquestado por la dictadura, denominado “botín de guerra”, anuló sus identidades, privándolos de crecer junto a sus familias. El relato de esta historia pretende ser un aporte a la construcción de la memoria colectiva, una ayuda a las nietas y nietos que nos faltan y un acercamiento al conocimiento de la verdad. Porque, como dijo Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz: “las conciencias pueden volver a oscurecerse. Incluso la nuestra”.

Nuestra búsqueda

El hecho de pertenecer a la asociación Abuelas de Plaza de Mayo cambió bruscamente mi vida. Hubo un antes y un después a partir del secuestro de los chicos y el comienzo de la búsqueda que nunca abandonaría. Ya todo giró en otro espacio. Afortunadamente, formamos un grupo compacto de mujeres dispuestas a luchar juntas y así, sin quererlo, pasaron ya cuarenta y seis años. Cuarenta y seis hasta ahora, pues nuestra búsqueda terminará cuando encontremos al último nieto y para ello apelamos a toda la sociedad. Los argentinos deben saber que hubo en el país más de quinientos centros clandestinos de detención y tortura, y en ellos, en cautiverio, nacieron nuestros nietos, los que aún estamos buscando. El recorrido no fue sencillo, pero juntas, con la esperanza de encontrarlos, hemos recuperado ciento treinta nietas y nietos, y cada nueva noticia nos llena de fuerza para seguir adelante. Tras un nuevo aniversario del golpe militar y siempre, exigimos Memoria, Verdad y Justicia. A nosotras y a la sociedad en general nos tomó desprevenidas el terrorismo de Estado. Debemos seguir trabajando para fortalecer más que nunca el Nunca Más.