Marea Editorial

Doble Victoria

Vicky Montenegro escribe la historia de la pérdida, encuentro y reconstrucción de su identidad.

«Mi abuela fue secuestrada. Mis papás, desaparecidos. A mí, me robaron la identidad. Mis tres hijos nacieron y su primer documento de identidad es con el apellido de mi marido y de mi apropiador. Entonces, mi nieto Noah, es el primero que nace en libertad, con la verdad, con su identidad». En efecto, una nueva generación se suma a las víctimas del terrorismo de Estado instaurado por la última dictadura eclesiástico-cívico-militar: la de los bisnietos de los detenidos desaparecidos. Así lo expresa e instaura la nieta recuperada en 2001 por las Abuelas de Plaza de Mayo Victoria Montenegro (William Morris, 1976), en un reportaje publicado el 24 de marzo último. Tanto ella como sus hijos debieron aguardar demasiado para portar su identidad en lugar de la del apropiador, el coronel del Ejército Herman Tetzlaff y su esposa Carmen Eduartes, “Mary”.

“Para evitar que alguien ‘se compadeciera de mi historia’ (la) expuse con toda la claridad que tenía en ese momento: ‘Mi papá mató a mi papá’”. El 13 de febrero de 1976, durante los últimos días del gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, una patota del Ejército al mando de Tetzlaff tomó por asalto la casa que habitaban Roque Orlando Montenegro, Toti, e Hilda Ramona Torres, Chicha, militantes del PRT-ERP, a quienes secuestró, torturó y asesinó personalmente. El coronel se llevó como trofeo de guerra a la pequeña Hilda Victoria de apenas dos semanas, la bautizó como María Sol y la crió como hija propia. El título Hasta Ser Victoria en el que Vicky Montenegro cuenta esta tremenda historia resulta representativo mas siempre insuficiente en función de la magnitud intrínseca del relato: no hay palabras para sintetizarlo.

¿Hay retorno de la frase “Mi papá mató a mi papá”? ¿Cómo se tramita eso? Más: ¿se tramita? Sí y no. Sí porque la vida insiste, prosigue, la verdad persevera y, como asegura la consigna de los HIJOS, la venganza es ser felices. No porque la historia nunca se borra y, por más que las escenas logren ser desplazadas a otros lugares, van a seguir estando ahí. En esto tampoco hay olvido. Ni perdón. Lo que hay es restitución de identidad, un camino cuesta arriba, largo y por el ripio que Vicky Montenegro hace dulcemente metáfora: pasar del otro lado del espejo. Como Alicia, sin país de las maravillas, todo lo contrario. O no tan metáfora: “Esa noche en el Hospital Militar, mientras cuidaba a Mary, me vi de frente reflejada en los vidrios de una puerta de dos hojas. El reflejo me duplicaba. Había una imagen de mí en cada vidrio. Me quedé parada un rato, mirándome. ¿Quién era la que iba a entrar en la habitación a cuidarla, María Sol o Victoria? ¿Y por qué tenía que ser tan gráfico ese momento? (…) Mientras los tacos de mis botas sonaban en ese pasillo largo y desierto y mientras entraba en la habitación, entendí que hay cosas que nunca voy a poder entender, por ejemplo, cómo puedo decirle mamá a una persona que no es mi mamá, o papá a alguien que mató a mi mamá y a mi papá”.

En la disolución de los signos de interrogación se escamotea la respuesta. Victoria entiende todo lo que hay que entender cuando se entera de que hay cosas inentendibles, cuando se está de este lado del espejo. En el pasaje, hay vacilaciones. La realidad se entrevera con el azar: “El 17 de mayo de 1976 apareció el cuerpo de Toti en las playas de Colonia, Uruguay. El 17 de mayo de 2003 falleció, en el Hospital Militar Central, Herman, mi apropiador. El 17 de mayo de 2013, en la cárcel de Marcos Paz, murió Jorge Rafael Videla. No encuentro una reflexión para esta casualidad”.

Organizado en tres partes (Detrás de un vidrio muy grueso, Contradicciones y Del lado de la verdad), la autora recorre su infancia, adolescencia y madurez; dudas y certezas en las que devela una experiencia que adquiere la forma de metamorfosis. Intercala dos registros; uno de carácter intimista, de reflexión subjetiva, casi naif, reflejado en letra cursiva. Otro en letra redonda que se vierte hacia una crónica mediante la cual se apodera de hechos discontinuos, resignificándolos. La sola descripción hace que ciertos actos, en la distancia, dejen de ser anodinos e inviertan su sentido; de la ternura al horror: “En el auto había muchas armas, por lo menos tres. En el asiento de atrás acomodábamos el FAL. En el attaché las armas cortas. Yo llevaba sobre mis piernas el attaché entreabierto, cuando llegábamos a una esquina oscura o a una intersección que pudiera sentir peligrosa, yo abría instintivamente el attaché para que Herman pudiera tener a mano las armas si las necesitaba”.

La trayectoria que la autora cuenta en Hasta ser Victoria, materializa la tensión política entre los extremos que van del fascismo genocida a la lucha por los Derechos Humanos a los que, desde sus espacios intermedios, se vio sometida no sólo una generación sino el conjunto de la Nación. Extensión que hace al libro un instrumento de revisión posible en los estudios históricos, ya dentro de la escuela secundaria, para empezar. Pues, en cierto modo, el procedimiento encarado por Vicky se le ha presentado al conjunto de la sociedad en mayor o menor medida, desde disímiles puntos de partida y de llegada.

Desnaturalizar el espanto emerge como la condición de posibilidad que, en su desnudez, abre las puertas de la verdad que habilita a la justicia. En su conjunción construyen una memoria, que es la que Victoria Montenegro gestiona en la construcción de su identidad, sintetizada nada menos que en múltiple significación de su nombre de pila, el que su mamá y su papá tanto desearon. Como tantos.