La arena es toda inmensidad en miniatura. Cada grano incluye la piedra entera, la cima de una montaña, la roca persistente de la luna vigía y ciertas durezas en lo profundo del mar. Pasa un vendedor ambulante y merodea el recuerdo de carpas y reposeras redondas, en un balneario de Mar del Plata. Entre el ¡Palito, bombón, helado!, cuela un ¡espejos para nacerse!, ¡cristales para escribirse! Y la playa comienza a decir. Porque la playa nunca está en silencio, no hay forma de amordazar al mar. Y, aunque no han faltado intentos, la rayuela entre cielo y orilla persevera. La piedra resulta a veces pájaro y otras, nube. A veces memoria y otras, deseo. El juego no va a detenerse hasta que se aliviane la pesadez del pulso, hasta que el cuerpo desentumezca la llaga y pueda latirla como trazo, como filigrana que contiene a cada desconocida de sí. Por eso es bueno espejarse en la playa. Allí la sal no pide permiso. Los pies, apenas atrevidos en la espumita, sienten a la sanadora conversar con la herida, negociar un pequeño ardor, un instante de anestesia mientras las aguas vivas se mantienen a distancia, y el agua- más vital que nunca- regresa la piel renovada en decires.
Entonces, es el momento en que la mano se atreve, porque se alía al ojo que huele, al sabor que mira, al sonido del viento con su silueta tan nítida en la punta de la lengua, con la luz a pasos de irrumpir.
Entonces, es el momento de flotar de cara al cielo, ser el paso entre la altura y lo profundo, dejar que el cuerpo- ese conglomerado de granos de la voz y la textura- dé paso a las formas del silencio que aún porfían su palabra de mar. Que el cuerpo- esa trama de sujeto y predicado, de audacia y adversidad- se abra a las formas del aire, a las curvas que aún se obstinan en planear.
Ser un espejo de arena, un contorno de inmensidades. Regresadas a esa orilla que es siempre otra y la misma, que se escriba la luz, Emilce, siempre luz.
EL AZOGUE DE LA VOZ
“La gota viva del azogue./
¿corre hacia abajo o hacia siempre?”
“La gota viva del azogue”, Pablo Neruda
En tu libro hay una estructura que cose los distintos relatos propuestos. Vimos una escritura en espejo: tu hija le relata a tu nieta tu historia, con fondo de tv. Luego, el texto hace un bucle para atrás en la cronología, y te vemos a vos relatarle a tu hija tu historia, también con fondo de tevé. En otro sitio contás que tu papá siempre dormía la siesta mientras, para vos, la militancia consiste en no dormir la siesta. Y un espejo más: “Mi padre trabajó durante años en dactiloscopia (…) tuve conciencia de su aporte cuando, décadas más tarde, tuve que trabajar con los dactilogramas borrosos que me acercaron los miembros del EAAF (…) yo podía aplicar la matemática para identificar personas desaparecidas”.
Quedé de lo más sorprendida cuando vi el nivel de detalle con que trabajaron en la lectura de mi libro, estoy muy agradecida. Me hicieron pensar. Ahora, en cuanto a tu pregunta, yo nunca imaginé que escribiría un libro, no tenía esa fantasía. El impulso comenzó cuando empecé a sentir que tenía muchas cosas para contar. Pero no me refiero a lo meramente histórico sino, justamente, a eso que vos llamás los espejos, a los que yo había madurado mucho en mi vida, conceptualmente. No salieron como una estrategia literaria, los tenía incorporados. Lo advertí después, pero ya antes del libro -en una charla, por ejemplo- yo contaba las cosas de ese modo. En todo caso, era una estrategia oral y autobiográfica. Quizás ese modo estructurante venga de mi profesión de matemática, ese gusto por buscar las formas, los contenidos, los paralelos, las similitudes. Sin duda, me gusta trabajar con las formas teóricas. Me quedé pensando cuando vos lo señalaste, no había identificado esta estructura en la imagen de espejos, pero sí como juegos de ir y venir, como cajas que, en determinados momentos, se disponen unas sobre las otras, o se ligan por caras inversas. Es decir, pienso algunas situaciones de mi vida como cuestiones geométricas. Como dije antes, al poner ese modo en práctica en la oralidad, al “borrador” ya lo tenía en la cabeza. Y solo debía encontrar el modo de plasmarlo en buena escritura. Cada vez que encontraba un espejo, nacía la historia. Sin embargo, hubo un relato que tardé mucho tiempo en escribir, la escritura surgía con pura linealidad. Fue la parte de la cárcel de Devoto. Yo contaba la cotidianeidad de ese lugar, y sentía que era un relato aburrido, quizás porque me remitía a mis días aburridos allí. Pero, ciertamente, no encontraba los espejos.
Hay otro espejo muy interesante, donde el objeto conector es una piedra. El espejo empieza cuando, en tus primeras acciones militantes, te encomiendan romper una vidriera de un piedrazo “Yo miraba alrededor confundida, angustiada. Nunca me había pasado no cumplir con una tarea encomendada. Sentía culpa, pero tenía miedo”. Luego contás que tu papá fue un buen alumno del mítico Colegio Nacional de La Plata, aunque no podía resistir las ganas de bajar a piedrazos los vidrios de las aulas desde el patio. Finalmente, aparece la piedrita de esa hermosa rayuela de la memoria, que leemos al final del texto. De paso, elegir la rayuela y un cubo mágico para contar situaciones muy terribles nos resultó una manera muy lúdica de cuidarnos a los lectores.
Sí. En los últimos relatos, que eran los más duros, tuve que ir encontrando, sin minimizar los hechos, la cuestión metafórica, las formas de decir el horror esquivando el morbo. Definitivamente, el morbo no es pedagógico. Así encontré lo del juego de la rayuela, los muñecos de plastilina y el cubo mágico, creo que fueron los grandes hallazgos que comparto con Juan Carrá, quien me ayudó mucho con este libro. Él siempre insistía: “vos podés un poco más”. Cuando escribí los últimos capítulos, me abrazó y me dijo “era esto lo que quería de vos”.
EL CRISTAL DEL TIEMPO
“Todo lo que ves es simple/unas pocas cosas/unas pocas palabras/el fuego en el agua. /Mi lengua en tu lengua/el sol es simple. /Tu cuerpo lo cubre. /
Tu cuerpo lo aclara.”
“Elementos”, Miguel Ángel Bustos
Qué buen guía fue Juan Carrá. ¿Y cómo empezó el libro?
Lo primero que escribí en mi vida es el relato de “Las obleas no son galletitas”. Ese es el primer texto que trabajé con Juan. Yo lo había escrito con un lenguaje muy plano, la información de lo vivido estaba presente, pero nada más. Juan rescató esas líneas y me propuso, por ejemplo, que sin decir literalmente que estaba nerviosa, lograra una escritura que le hiciera sentir a él, como lector, ese nerviosismo. Así hice y ese fue mi primer relato. No tengo otros textos anteriores, salvo algunos posteos en Facebook, escritos para ciertas fechas. “La larga noche de los lápices” fue mi taller. Y creo que por eso también se dio que me fui soltando un poco más cada vez.
A medida que el texto avanza, se sueltan los miedos, las culpas, y la escritura aparece…
Ustedes marcaron una cosa muy interesante respecto de aquella piedra con la que yo debía romper un vidrio, y es la culpa católica y la culpa militante, dos cuestiones muy vinculadas entre sí. Podríamos decir que, prácticamente, pasé de una religión a otra.
Muchas de las historias que contás en el libro parecen ellas mismas preanuncios de una futura escritura: el modo en que cuidás las cartas recibidas en Devoto, el modo en gozabas de atender a una buena caligrafía cuando escribías desde prisión, hay muchos relatos que denotan intenso placer en la letra….
Durante un buen tiempo, muchos suponían que yo escribía, y no era así. Tal vez yo daba un paso atrás por esa cuestión de distribución de roles que se da en las familias. En mi caso, la que escribía muy bien era mi hermana y yo era buena en matemáticas. Por otra parte, está el prejuicio: si sos buena en matemáticas, no sabés escribir, si te ocupás de las letras, no sabés de números, esos compartimientos estancos que nos imponen y, hasta que le encontramos la vuelta, los asumimos. Al comienzo, cuando empecé a sentir que tenía varias cuestiones que valía la pena contar, yo pensaba que algún otro escribiría el libro por mí. Atesoraba mi historia, pero no creía poder llevarla a un texto. De hecho, durante todo el 2015, trabajé con un amigo periodista, pero no encontramos el registro. Fue difícil, porque eso que tenía que escribir era algo que me salía de las tripas….
Da la sensación de que las escritura hubiese madurado en vos durante mucho tiempo antes de volcarla al papel…
Claro. A veces me preguntan cuánto tardé en escribir este libro y mi respuesta es ¡sesenta años!
PRESENTE COMPUESTO, REFELEJOS VARIOS
“A partir de la reconstrucción de aquel laberinto he buscado interrogar las bifurcaciones presentes, las bifurcaciones que se abren continuamente en la proliferación de los posibles.”
“Generación post-alfa”, Franco Bifo Berardi
Pensaba si la ordenación del libro, donde los eventos más duros aparecen más cerca del final, tendrá que ver con esto que comentábamos hace un rato: el devenir de un texto, la forma en que el mismo hecho de escribir, poco a poco, habilita más escritura.
Totalmente. La escritura me liberó, me permitió hacer lo que al principio yo no me permitía. Y hay algo más: es muy interesante revisar los borradores, eran pedacitos sueltos que yo escribía de a ratos y no sabía ni dónde ubicarlos. Los tenía en una carpeta rotulada “Cosas varias”. Aparte, guardaba un relato ya más definido de mi estadía en Devoto, en otra carpetita. Todo en carpetitas, porque soy muy ordenadita.
Con respecto a la estadía en Devoto, me llamaron la atención los detalles a los que te atrevés, con respecto a la intimidad femenina.
Nunca, ni a mis hijas, les había contado todas las intimidades de Devoto con tanto detalle: la cuestión de la depilación, de la menstruación. Eso me permití escribirlo casi al final, cuando estaba más afianzada, y fue algo que charlé mucho con Juan, con bastante pudor. También creo que confluyeron lo externo, la movida feminista, y lo interno del proceso de escritura. Se fueron juntando y me permitieron contar cosas que, en los años ’80 o ’90, hubieran sido consideradas políticamente incorrectas. En síntesis, la escritura sacó de adentro de mí aquello que quería decir. Escribía en los cafés, escribía como loca. Cuando el texto venía muy visceral, Juan me decía, “esto lo vomitaste”. Era tan fuerte la experiencia, que escribía en presente. No me lo proponía, me daba cuenta después. Quizás por eso muchos chicos jóvenes, al leer mi libro, no ven a una mujer de sesenta años, sino a una joven de diecisiete.
EL BRILLO DE UNA PERLA
“Me acompaña una muchacha parecida a una fuente.”
José Watanabe
En varios lugares del libro, aparte de la culpa, se deja entrever una lucha entre el deseo y el deber. Cuando empezás a ser conocida como sobreviviente de la Noche de los Lápices, aparece esa tensión entre ser “una sobreviviente full time” o habilitarte a otras cosas. ¿Cuánto de deber y cuánto de deseo hubo en la escritura de ese libro?
Mucho deseo. Nunca me encontré con la famosa hoja en blanco. A lo sumo me trababa, pero después de haber comenzado a escribir. Jamás me senté a escribir sin tener algo que decir, sin deseo. La única vez que encaré la escritura con mayor dificultad fue cuando la Editorial me pidió una introducción para el libro.
Raro que te hayan pedido eso, porque generalmente las introducciones las hacen otros.
Es cierto. Aunque, en este caso, como el tema era tan sensible, lo empezamos a pensar con el editor, Ariel Hendler, con quien el trabajo resultó todo armonía. Fue difícil encontrar el registro. Sin embargo, fui afianzándome y logré escribirlo. Pero, como te decía, sólo en esa ocasión sentí un poco que la escritura se vinculaba con el deber, lo demás fue un juego, me divertía muchísimo poniendo los títulos de los relatos. Imaginaba varios títulos y se los mostraba a mis hijos, a mi pareja, a una amiga, todo sometido a votación. Me hacía la democrática y después ponía el que me gustaba. Paradójicamente, a pesar de lo duro de los temas tocados, me divertí mucho con este texto.
Ahí es donde reconocemos la escritura y no la redacción, en algo que pudo dar vuelta el dolor del lado del ruedo. Es tremendamente liberador. En ese sentido, nos impactó mucho el modo en que, al principio del texto, trabajás las sensaciones visuales y táctiles y, a medida que el libro avanza, empieza a prevalecer lo auditivo. Están todos los sentidos puestos en escritura.
No me había dado cuenta, mientras lo estaba escribiendo. Me parece que fue la parte más novedosa de mí en la escritura. Siempre fui muy apegada al relato histórico, a lo político, a la corrección o no de lo político, al contenido. Pero nunca había trabajado las sensaciones, porque en los juicios y en las notas periodísticas importaba el contenido. Y en el libro me permití jugar con todas las sensaciones, las emocionales y las de los sentidos. Hay muchos datos vinculados a la comida, aunque yo soy alguien que come muy poco. Creo que logré vincularme con cuestiones muy primarias, gustos, olores, colores, el blanco de la cal de la pared, recuerdos muy vívidos de aquellos tiempos. Ya estoy en esa etapa en que una recuerda más cosas de la niñez que lo que hizo ayer. Además, soy una lectora compulsiva, sobre todo, de novelas, donde atiendo a estas cuestiones sensoriales, aunque nunca pensé que yo podía llegar a escribir de ese modo. Cuando vi que sí podía, que Juan me habilitaba, fue grandioso. Por otra parte, al principio, el objetivo era escribir para mis hijos y mis nietas, nada más. Hasta pensaba que la editorial no aceptaría ciertos relatos, como el de mi amiga Perla, y terminó por ser uno de los textos más leídos.
Perla es el personaje que concentra el devenir de toda tu historia, gradualmente, recibe retazos de tu vida, los incorpora y se reposiciona con respecto a esa novedad, siempre bien parada. Es como el devenir del objeto pañuelo en tu texto. Del deseo singular de recibir un pañuelo de regalo en prisión, al pañuelo de las Madres.
A Juan le encantaba ese relato desde el principio, pese a mis dudas. Dady Brieva me dijo “Quiero tener una amiga como Perla”.
Vinculada a Perla, es muy impactante esta anécdota: “Al principio me limitaba a hablar de temas de la facultad y cuestiones cotidiana, siempre dejando entrever que en algún momento le iba a contar algo importante. Con el tiempo, me confesó que ella sospechaba que le iba a decir que había tenido un aborto”.
REVERBERACIONES DEL ALIENTO
“Me acuesto en mi cuerpo/y me alejo de mí/para econtrarme
en la próxima mirada/Me ausento de la muerte/no quiero nada/lo soy todo
me respiro hasta la extenuación.”
“Mañana”, Mia Couto
Hablando de las cosas que devinieron, aparece el lenguaje poético “Dolían los ojos porque el sol del verano iba sobre la pared de cal” y, después, en espejo, vemos el cadáver de Aramburu cubierto de cal. ¿Qué es lo poético para vos, incluso más allá de la poesía?
La verdad, yo no entiendo la poesía, no puedo diferenciar una buena de otra que no lo es. Pero sí entiendo a qué te referís. Lo poético es esa combinación de palabras que te hacen una imagen, un sentimiento, que te dejan como sin respiro por un momento.
Es muy bella esa definición. Lo vimos en la escena del balneario San Francisco, en Mar del Plata, donde solías pasar tus vacaciones. Tenías un grupito de amigas. Pero, cuando ya estabas embarcada en la militancia y las escuchaste hablar de “los subversivos”, te fuiste la mar. Mientras flotabas, imaginabas que te llevaban presa. La narración es muy conmovedora y opera como una profecía del después. Eso es muy poético.
Sí, eso me salvó. Lo traumático es lo que no esperás. Yo pude, entonces, tramitar eso como dolor, sí, pero no como una cosa traumática.
En un momento previo al secuestro, decís que viste un chico de la UES colgar de un puente y pensaste “Bueno, la edad no es un límite”. Me preguntaba cómo la lucidez no fue suficiente para que te fueras a tiempo.
Es que no estaba dentro de mi paradigma. No sé cómo me sentiría hoy si me hubiese ido, creo que nunca me lo hubiera perdonado, quizás, por lo que hablábamos al principio de la culpa. En todo caso no creo que hubiera sido más feliz. Muchos de los compañeros y compañeras que se fueron y están cercanos, con mucho compromiso y participación, internamente, siempre la pasaron muy mal. Es distinto el caso de los exiliados, que pudieron unirse, pensar y hacer entre todos. Pero quienes se fueron antes, aunque también mantuvieron la cuestión ideológica y no es que hicieron borrón y cuenta nueva, nunca terminaron de procesar el tema. De todos modos, no lo vivo como una cuestión heroica no haberme ido, es que no se me ocurría. Y lo que me más llama la atención hoy es cómo mis padres me permitieron quedarme. Me querían, aunque eran padres autoritarios. Sin embargo, no daba para que me llevaran obligada a algún otro lado. No entraba en el paradigma. En aquel momento, a los diecisiete años, eras una persona grande. Hoy, ante una situación así, a un pibe de esa edad, lo agarrás y lo sacás del país.
Cuando te estaban por trasladar a Devoto, la situación más “benigna” en el marco de todo lo que te venía pasando, te dio por escaparte.
Sí, quise hacerlo, pero la pesadez del cuerpo no me lo permitió. Sucedió algo muy similar a la pesadez del brazo, cuando quise tirar la piedra. El cuerpo no me respondió. Eso lo tengo nítido en la memoria. La vez pasada, estuve en la comisaría de Valentín Alsina, donde se puso una placa y se hizo un reconocimiento. Hice el recorrido y les mostraba a los compañeros dónde exactamente estuve, para qué lado miraba calculando la huida. Sí, quería irme, pero en aquel momento no me dio el cuerpo…
CON LA PALABRA EN LA PUNTA DE LA LUZ
“Palabra en trance de esperarte, en su compañía nace la palabra /cielo toldado. Una mitad es silencio que destinas al verso, palabra en/espera de la lluvia, se lleva bien con tu esperar que llueva, en un/verso te muestra la grandilocuencia del patio, una mitad es silencio.”
“Diario de Eleusis”, Arnaldo Calveyra
Conocimos tu libro por tu relato de Ana Diego, una compañera de cautiverio que estudiaba astronomía, y sus conocimientos le permitían hacer algunos cálculos para saber qué hora del día era en prisión.
Es uno de los fenómenos de las redes. Eso lo escribí en un recordatorio por la desaparición de Ana. Con el tiempo, el periodista Héctor Rodríguez le puso un nombre al relato y me preguntó si lo podía compartir. Bueno, se hizo viral. No sé por qué, pero cada tanto reaparece. El relato de Ana es uno de los relatos de mi estadía en Quilmes. Era una chica que estaba en la celda de al lado y la pasaba muy, muy mal. Yo hacía lo posible por darle una mano. Me pregunto de dónde sacaba esa fuerza, a los diecisiete años y en esas condiciones, para sostener a la compañera. Empecé a hablarle, comencé a preguntarle cómo se llamaba, a qué se dedicaba, y ahí me contó que estudiaba Astronomía en La Plata, y que también era de la Fede. En medio de esa charla, me dijo qué hora era “¿Cómo sabés?”, le pregunté. Me explicó que, cuando podía levantarse por un rato la venda y, a través un agujerito en la puerta de la celda, veía la sombra de un edificio en la pared de enfrente, por trigonometría, era posible calcular la hora. Una historia muy fuerte, cada vez que, en el futuro, yo hablaba de trigonometría, me acordaba de ella. También tengo muy presente a otra compañera, Nilda Eloy, a quien durante mi estadía en Quilmes la identifiqué por la voz. La reconocí y le pregunté si ella era la que en Bellas Artes se había disfrazado de Morticia Adams. ¡Imaginate!, eso era volver a la vida para alguien en esa situación. En los dos casos, esos relatos sirvieron para ayudar a reconstruir las historias. Después, Nilda estuvo conmigo en Devoto. Hace unos cuatro años falleció, mientras yo estaba en Uruguay, y me angustié mucho porque no llegué al velatorio. Ahí escribí el texto donde contaba el episodio de Morticia. Eso también resultó una liberación. En la posibilidad de escribir, más allá del libro incluso, encuentro qué significa tener una habilidad para expresar. Es maravilloso. ¡Y era cuestión de empezar nomás!
Tu mamá te decía que para coser se necesita sabiduría,” Para coser hay que saber anatomía, para bordar una hoja es necesario conocer cómo son sus nervaduras, para todo hay que estudiar”. La escritura, ¿es para vos una manera de conocimiento?
Sí, es una posibilidad de juego y de búsqueda. Búsqueda de palabras, de estructuras gramaticales, un aprender a conocer los límites también. El momento en que tenés la palabra en la punta de la lengua y no te sale es algo muy interesante.
TODO EL ESPEJO PUEDE SER CANCIÓN EN EL VIENTO
“Mi espejo, corriente por las noches, /Se hace arroyo y se aleja de mi cuarto. /Mi espejo, más profundo que el orbe/Donde todos los cisnes se ahogaron. /Es un estanque verde en la muralla/Y en medio duerme tu desnudez anclada. /Sobre sus olas, bajo cielos sonámbulos, /Mis ensueños se alejan como barcos. /De pie en la popa siempre me veréis cantando. /Una rosa secreta se hincha en mi pecho/Y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo.”
“El espejo de agua”, Vicente Huidobro
En el libro también aparecen muchas reflexiones respecto a lo disciplinario. Por ejemplo, si en los ´70 te decían que tenías que dejar al novio que trabajaba en el almacén porque era muy burgués, vos lo dejabas. Algo de eso, aunque en otras manifestaciones, parecería estar presente hoy en algunas militancias, en esa necesidad de reproducir un pensamiento pensado por otros en vez de producir pensamiento propio. A la vez, algunos se resisten a ser llevados de las narices y eso los hace descartar la militancia, considerarla algo indeseable
Coincido con vos, y creo también que esas prácticas expulsan más que convocar. La práctica política va a tener que desarrollarse de una manera muy distinta a la nuestra, que sirvió para un determinado momento o estructura. Nosotros veníamos de golpes militares, no conocíamos la democracia. Aunque era el lugar de máxima participación que teníamos, pero era una democracia absolutamente relativa comparada con la actual. Y no lo digo como una crítica, sino como una pincelada de época: entonces, otra cosa hubiera sido imposible. Pero lo que no se puede hacer es replicar hoy el “Lo dijo Fulano y por lo tanto lo tenemos que acatar”. Hay que aprender de las diferencias, de las disidencias, de las singularidades. Las organizaciones y los líderes que logren eso van a avanzar mucho más que quienes replican aquello.
Has dicho que, con la llegada del kirchnerismo, pudiste volver a pensar en plural, ¿cómo fue eso?
Sentía que estábamos haciendo cosas para muchos, volví a militar como las viejas militantes, el cargo de funcionaria era lo de menos para mí. Yo fui asesora de Sileoni y, como tal, estuve a cargo de la implementación de la AUH en la parte educativa. Yo hice la página de la libreta en donde se registra si los estudiantes cumplen o no con la regularidad. Fue muy difícil conceptualizar la condición de regular para todas las realidades educativas y modalidades tan distintas y diversas que hay en el país. Me quedaba cada día hasta las diez de la noche con eso, manejaba las bases de datos de todas las escuelas y contestaba el teléfono a directoras que llamaban de las provincias. Cuando Alberto Sileoni me ofreció el cargo, le pregunté por qué a mí, que no sabía nada de chicos. “Porque quiero que se haga”, me respondió, y me puso el Ministerio a disposición. Trabajé con todas las áreas, convocaba a los otros Ministerios, recorrí todo el país de norte a sur trabajando con las directoras, hablándoles de qué significaba la libreta, del derecho de los chicos. Para mí fue una experiencia que juntó toda mi historia: mi historia militante, mi historia académica y la de la lógica matemática, porque había que sintetizar en dos o tres preguntas los indicadores. Si estaban mal formuladas, todo podía venirse abajo. En cada lugar en que estuve, gestión y militancia estuvieron muy unidas. Eso me permitió el kirchnerismo y, sobre todo, dejar de hablar de los años ’70 solamente en términos de los muertos y los desaparecidos -que, por supuesto, no lo dejamos de hacer- sino hablar también de cuáles eran sus ideas políticas. Bien o mal, lograr que esas ideas se discutieran. El kirchnerismo habilitó esa discusión y también el enamoramiento de la política de muchas generaciones.
Decís que siempre fuiste muy lectora y que, en aquellos años de militancia, en tu juventud, todos tus compañeros leían y discutían mucho de política. El lenguaje de los militantes de hoy no parece tan rico y producido. Ahora que sos escritora y trabajás con el lenguaje, ¿cómo militar hoy la producción de pensamiento?
Una de las cosas que suelo decir respecto de por qué quería escribir es porque cada vez veía más acotadas las entrevistas que me hacían: “Señora, ¿me puede contar lo que le pasó en el ’76? Las últimas entrevistas periodísticas fueron cada vez más cortitas, resumidas, adelgazadas, casi solo un título. Pensé “De esto no va a quedar nada” y, entonces, no sé si alguien lo va a rescatar en algún momento, pero el todo tiene que estar en algún lugar. Para mí, el todo escrito en papel es imbatible.