Marea Editorial

Hacia un mundo con periodistas

El periodismo se debe un largo debate, no sólo en sus foros profesionales, sobre su relación con el poder político y con el de las empresas en las que se ejerce. Sobre todo, en cuanto al abordaje que realiza de la realidad

Por Fernando Amato

Un periodista se siente poderoso. Muchas veces debe controlar su ego para no sentirse más que el resto de los mortales. Se cree –y lo creen– una especie de superhéroe que lucha por la verdad. Pero cuando se despoja de su traje, no es más que un pobre Clark Kent que deambula por la redacción tratando de no convertirse en una simple pelotita de ping-pong paleteado permanentemente entre dos fuerzas más poderosas que la kriptonita: el poder político y el de los dueños de los medios de comunicación para los que trabaja. “La acción comunicativa está siempre condicionada. Eso es lo que la define y caracteriza más profundamente. Se informa a través de sendas atiborradas de presiones y de intereses creados. Los gobiernos, sobre todo los más ciegos, pretenden la difusión de las noticias que los beneficie y la omisión de la que los perjudique. Los dueños de los medios pretenden lo mismo”, analiza el periodista, filósofo y docente Miguel Wiñazki, director del Máster de Periodismo de Clarín. Eduardo Blaustein, periodista especializado en medios y coautor del libro Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso, sintetiza en una oración esta compleja realidad periodística: “Estamos viviendo un momento de polarización dañina entre medios anti-K y medios pro-K”. Y agrega: “Fuera de la coyuntura actual, hay veces en las que un medio pacta con el poder político de modo tal que el periodista paga las consecuencias de ese pacto. Su independencia, expresión banalizada y manipulatoria, dependerá de los derechos de piso que haya pagado: edad, trayectoria, talento personal”. Pero Blaustein también pone en tela de juicio el trabajo de la dirigencia política: “Tampoco la política o los gobernantes pueden victimizarse diciendo que la culpa de todos los males es de los medios, porque los medios no son omnipotentes, aunque puedan ser dañinos. Y cuando se genera buena política y buen gobierno, aunque hay que saber comunicar, la sociedad, si las buenas acciones son suficientemente potentes, es capaz de ‘leer’ que las cosas se hacen bien”.

RESPONSABILIDADES Ambos analistas encuentran un tercer factor que influye en el trabajo cotidiano del periodista. Para Blaustein es intrínseco: “Fuera de los condicionamientos políticos y hasta del posicionamiento puntual de un medio, hay una demanda de época en las redacciones que es cultural: la de pegarle a la política para impactar, la de priorizar el escándalo y el ruido a la discusión y la reflexión, la de negar esfuerzos cotidianos y silenciosos que se hacen en el Estado y la política, la del temor a aburrir y por tanto escribir ligerito. La consecuencia de esas lógicas superficiales es muy nociva, genera círculos viciosos de anomia social y sentimientos antipolíticos y autoritarios”. Para Wiñazki, en cambio, tiene que ver con la presión de la opinión pública: “Las audiencias prefieren, en general, ratificar sus supersticiones y prejuicios a través de los medios, antes que el consumo de noticias que eventualmente refute ese sistema de creencias. Y suelen demandar complicidad antes que información. Pero también los periodistas pretendemos algo parecido, tendiendo consciente o inconscientemente a difundir noticias que no contradigan nuestras propias visiones ideológicas o corporativas. Todos caemos de pronto en la tentación de someternos al imperio de la ‘noticia deseada’, aquella en la que queremos creer, o aquella que nos conviene difundir. La salud o la enfermedad del complejo informacional se miden según la cercanía o la distancia de los periodistas respecto de la ‘noticia deseada’. Las noticias no tienen nada que ver con el deseo. Y sin embargo, nuestro deseo las atraviesa. Y ese es nuestro pecado original”. En la tarea cotidiana del periodista esta teoría comunicacional se vuelve una realidad encarnada. La relación con las fuentes, con los jefes, con su propia ética y con la plata que tiene que llevar a casa para alimentar a su familia se entremezclan en una lucha donde no siempre ganan los buenos. En estos días, el Foro de Periodismo Argentino (Fopea) acaba de publicar un estudio sobre cómo las condiciones laborales influyen en la calidad periodística. Su presidente, Gabriel Michi, explica: “El 80 por ciento de los colegas de todos los puntos del país sostuvieron que hubo recortes económicos que afectaron sus condiciones de trabajo. Por eso Fopea insta a las empresas a comprometerse con su rol social para brindar un periodismo de mejor calidad”. Si para un periodista no es sencillo enfrentarse a los aprietes políticos, mucho más difícil suele ser denunciar las maniobras de sus propios jefes. Para ello, los periodistas pueden recurrir a medidas como la cláusula de objeción de conciencia o pueden negarse a firmar las notas que escriben. Pero no es fácil. “Me parece que la cláusula de conciencia está más bien desaparecida. O la ejercen aisladamente profesionales que tienen mucho peso o que pueden zafar del chantaje salarial, de quedarse ‘acostados’ o sin trabajo. Lo más grave es que hay una cultura de la resignación en las redacciones, de bancarse todo, de no discutir. Es un estado de ánimo colectivo, epocal, no es un tema a plantear en términos individuales. Las redacciones, dicho sea de paso, aunque los medios denuncian la mala política, suelen funcionar con lógicas de jerarquización y verticalidad típicas de la mala política”, afirma Blaustein. Para Wiñazki: “La cláusula de conciencia se vuelve legítima cuando hay un cambio de dirección editorial con la que un periodista desacuerda. En esos casos es necesaria su vigencia, y si necesaria es posible”. Los periodistas no son los medios para los que trabajan. Y de nada sirve que los dueños de los medios tengan libertad de empresa si esa libertad no logra trasladarse a los periodistas que trabajan en ella. “La libertad de prensa está muy condicionada por la no democracia de la cultura empresarial. La democracia no llega demasiado allí donde comienza la cultura del mercado y de la asimetría empresa/asalariado”, afirma Blaustein. Para Wiñazki, en cambio, la relación es inversa: “No existe libertad de prensa si no hay libertad de empresa. No hay un solo ejemplo en el mundo ni en la historia de libertad de expresión, sin empresas periodísticas fuertes. El dominio gubernamental sobre los medios liquida la libertad de prensa y toda la libertad. Se impone como voz unidimensional y autoritaria”.