El primer capítulo de Puertas adentro.Una crónica sobre el trabajo doméstico (Marea editorial, 2022) se llama “Retrato de una trabajadora”. El 85 % es argentina (el 15 % viene de otro país sudamericano), el 68 % no terminó la escuela secundaria, el 56 % tiene entre 25 y 49 años, el 35 % lleva el único ingreso a su hogar, el 44,2 % es jefa de hogar. La mitad pertenece al quintil más pobre.
Camila Bretón, Carolina Cattaneo, Dolores Caviglia y Lina Vargas combinan las historias y las investigaciones detrás de esos porcentajes. Los testimonios de las trabajadoras vuelven concreta la informalidad, las jornadas extensas (sea porque viven lejos o viven donde trabajan) y la línea borrosa entre trabajo, familia y hogar. “Es una relación que se escapa del espacio tradicional del trabajo porque se da en el seno familiar, en una casa, fuera de la regulación pública, y atravesada por la intimidad en la que se establecen vínculos entre clases sociales distintas”. Esto lo dice Débora Gorbán, coautora con Ania Tizziani de ¿Cada una en su lugar? Trabajo, género y clase en el servicio doméstico.
Una mujer en cada extremo
Nadie puede fingir sorpresa cuando lee en Puertas adentro que la relación laboral de una trabajadora de casas particulares está gestionada por otra mujer (las pocas veces que aparece un varón es porque es soltero o se encarga exclusivamente del dinero). Opera el prejuicio patriarcal que coloca a las mujeres a cargo de las tareas del hogar, relizándolas ella misma de forma gratuita o pagándole a otra mujer. No lo hacen solamente las ejecutivas y las mujeres de clase alta, también acuden al trabajo doméstico y de cuidados asalariados las profesionales de clase media, las trabajadoras de “cuello blanco” y otros sectores.
Se constituyen así lo que se conoce como cadenas globales de cuidado. La filósofa feminista Nancy Fraser explica que a medida que un sector de mujeres ingresa a puestos de trabajo más calificados y demandantes delegan su rol en el hogar en otra persona y esa persona casi siempre es una mujer. “¿A quién recurrir? La respuesta: a las mujeres inmigrantes, a menudo racializadas, que vienen del otro lado del mundo [o del país], dejando a sus propias familias bajo el cuidado de otras personas, mujeres más pobres, que deben apoyarse a su vez sobre otras que son todavía más pobres que ellas”.
Un factor que atraviesa estas cadenas de cuidados es la desigualdad. “La desigualdad socioeconómica es condición para la existencia de este trabajo y que se refleja en el acceso a bienes de unas y otras, en los barrios en los que viven unas y otras, en los cuidados que pueden pagar unas y otras”, dice Débora Gorbán. Sobre esa desigualdad se establecen relaciones laborales, a veces borroneadas por los lazos de intimidad. “Le pregunté si le había dado licencia por maternidad y me dijo que no porque ella en su casa se sentía muy cómoda. No le ofreció algo que era su derecho ni se le ocurrió que podía tener una licencia de tres meses”, se lee en Puertas adentro .
Otro testimonio que recoge el libro grafica muy bien esa relación confusa, especialmente en torno a las tareas de cuidado: “He ido a Mar del Plata con ellos. Si voy, no voy a trabajar. Voy de vacaciones. Fui con Ema en diciembre. En 2017, ellos fueron en el invierno a Ushuaia y también la llevaron a mi hija más chica. A fines de noviembre fui con Ema para ayudarla con los nietos. Esa vez sí fui para estar con los chicos, para ayudar, pero no a limpiar (Paola)”.
Gratuito o de bajo costo, siempre femenino
Los bajos salarios y malas condiciones se explican, en gran medida, por el entrelazamiento específico entre opresión de género y explotación de clase en el capitalismo. Hay (muy pocos) varones en el trabajo doméstico pero sus características están moldeadas por la feminización del sector. No siempre fue así, hasta la década de 1950 existían muchos trabajos domésticos especializados y bien pagos realizados por varones. Pero a medida que surgen otras posibilidades laborales, la rama doméstica se descalifica y feminiza. El empleo asalariado femenino también impactó en una mejora relativa para las trabajadoras de casas particulares, pero la posición débil para negociar las dejó en uno de los últimos escalones de salarios y derechos.
Las autoras recuperan una pregunta de Janine Rodgers en Trabajo doméstico para indagar sobre la relación entre sueldos bajos cuando el trabajo es remunerado y la invisibilización cuando lo realiza una mujer en su casa (lo que el marxismo y el feminismo llaman trabajo reproductivo). “Si el trabajo de las mujeres en casa no vale nada, ¿por qué el mismo trabajo realizado afuera o por otra persona tendría mucho valor?”. Una desigualdad social apoyada en y legitimada por una noción patriarcal que es funcional al capitalismo y retroalimentada por él. Se confirma en otras ramas económicas derivadas de las tareas de cuidado (limpieza, salud, educación). No es fácil resumirlo pero es un win-win para el capitalismo.
Una trabajadora, muchas trabajadoras
En 1972, feministas de varios países de Europa se reunieron en Padua (Italia) para discutir el trabajo invisible que hacían las mujeres en los hogares. Andrea D’Atri cuenta acá la historia de ese encuentro y sus debates. En 1983, el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe propuso el 22 de julio como el Día Internacional del Trabajo Doméstico. El objetivo fue visibilizar lo que estaba invisibilizado.
En Puertas adentro leemos que el aislamiento es uno de los principales obstáculos para la negociación colectiva. El aislamiento a veces se rompe. En 2018, las trabajadoras de Nordelta cruzaron esa línea y dejaron de ser una para transformarse en muchas. La discriminación de la empresa de transporte Mary Go mostró la fractura de clase, a menudo opacada, esta relación laboral. En su crónica en la revista Crisis, Natalia Gelós destaca un momento muy especial del reconocimiento colectivo: “un momento importante en la formación de esa identidad se evidenció cuando participaron de la Asamblea de Mujeres que se hizo el día después de que absolvieran a los acusados del femicidio de Lucía Pérez. Frente a cientos de mujeres, Claudia y Adriana se presentaron como ‘trabajadoras de Nordelta’”.
Esa imagen resume cómo determinados momentos y lugares pueden quebrar el aislamiento, entonces especialmente el movimiento feminista y de mujeres, el ejercicio de la movilización y las asambleas. Esos momentos jugaron un rol similar al de otros ámbitos de reunión y debate, como las comisiones de mujeres a lo largo del siglo XX (distintas pero igual de vigentes en el siglo XXI). Creo que no hay nada más poderoso que dejar se de ser una para ser muchas o, más todavía, ser parte de algo colectivo. En el medio puede haber avances parciales o retrocesos, pero nada vuelve a ser como antes.