En la redacción de Página12 algunos de mis jefes se burlaban de mis cajas con material de archivo: recortes, gacetillas, expedientes y hasta libros separados por temas. Una de las más grandes era la de Jorge Julio López, el testigo que declaró contra el torturador Etchecolatz y fue desaparecido el 18 de septiembre de 2006. Pasaron los años, hubo que hacer un operativo especial para mis cajas durante la mudanza del diario, pero me volví a reunir con ellas. En 2017 cuando desapareció Santiago Maldonado, otro archivo comenzó a crecer del mismo modo. Con ambas historias recorrí lugares por donde habían estado, hablé con quienes los conocieron, saqué fotos, investigué pistas y diseccioné las causas judiciales. Ambos fueron el sueño de un libro, pero no se dio. El año pasado cuando desaparecieron Facundo Castro y Luis Espinoza sentí que esto seguía pasando, de modo que quizás era mejor escribir sobre todos y todas. Así nació Desaparecer en democracia, a fines de 2020.
Luego de aceptar mi propuesta, la editora Constanza Brunet sugirió que fuera un libro de unas 300 páginas. En diciembre me puse a escribir, mientras a la par armaba el equipo de apoyo con colegas talentosos y adorables: Daniel Satur, Juan Pablo Csipka, Gioia Claro y Sol Segade. El proyecto creció. Constanza me tuvo mucha paciencia, y en agosto nos encontramos el pleno proceso de corte porque había terminado los diez capítulos, el prefacio, el epílogo y los anexos, y era todo muy largo. Pero el conjunto en sí fue considerado por Marea como “un libro importante”, así que finalmente quedaron 456 páginas. Vinieron las semanas de producir el material fotográfico, las imágenes emblemáticas de cada gobierno y los rostros de los desaparecidos y las desaparecidas. Con la ayuda del experto Martín Cossarini el material quedó impecable.
La tapa también fue colaborativa. Tenía la idea pero necesitaba la foto. Nada nos conformaba hasta que Cossarini encontró la imagen de Vanesa Schwemmler de una marcha por Facundo Castro en Carmen de Patagones. Era ésa. Hubo que adaptarla al formato, y respiré aliviada cuando lo lograron. La chica con el cartel de su reclamo en alto, el policía con barbijo que mira a la cámara. El prólogo de la abogada María del Carmen Verdú contenía las palabras precisas. La lectura correctora de la escritora Maru Ludueña, las entrevistas a funcionarios y funcionarias del gobierno de Alberto Fernández, a sociólogos, fiscales, abogadas y médicas forenses fueron tomando forma. Y finalmente en octubre llegó, mi tercer hijo, el primero en papel.
Los desaparecidos y las desaparecidas en democracia me duelen en las tripas, me pasó con Miguel Bru, con López. Uno de los motores de esta obra es que no haya más, y que si los sigue habiendo aparezcan con vida. El otro es rescatar todas las historias, volver a contar de otra manera y con información nueva las más conocidas, y dar luz a las tantas otras que suman más de 200 que desconocemos. La lucha de las familias, sintetizada en las palabras de Miriam Bordón, la madre de Sebastián: “Cuando te matan un hijo podés dedicarte a tener otros hijos, o podés dedicarte al alcoholismo, podés dedicarte a la religiosidad, o a la espiritualidad, o podés dedicarte a luchar. Y nosotras elegimos el camino de la lucha para que estas cosas que le pasaron a nuestro hijo no las sufra ningún joven, ni hombres, ni mujeres, ni travestis, ni trans en nuestro país”.
Con desaparecidos y desaparecidas en democracia no hay Nunca Más.