Marea Editorial

La guardería montonera

Medio centenar de niños, hijos de militantes montoneros, vivió en Cuba durante la contraofensiva de los años 1979 y 1980. La periodista Analía Argento repasa esa historia en su último libro.

Entre 1979 y 1980 –nadie recuerda con exactitud las fechas–, un grupo de niños fueron llevados a Cuba como parte de un proyecto político que incluyó las dos contraofensivas montoneras.

Querían resguardarlos. “No puedo decirte el número exacto, alrededor de medio centenar. Lo que pasa es que algunos estuvieron muchos meses y otros se quedaban sólo días”, explica la periodista Analía Argento.

Lo cierto es que luego de haber pasado a la clandestinidad y haber vivido en México y Europa, los 12 primeros niños arribaron a La Habana, donde ya estaba instalada la comandancia de Montoneros. Rápidamente fueron alojados en la guardería Siboney –más tarde se trasladarían a la guardería Calle 13–. Allí jugaron y vivieron. Allí armaron “la guardería montonera”.

Aunque todo arrancó en 2008, cuando la voz de Amor Perdía, hija de Roberto Perdía –número dos de “la Orga”–, se sumó a la historia de los hermanos Marcelo y María de las Victorias Ruiz Dameri, y juntos comenzaron a correr el velo del silencio. Fueron los primeros testimonios. Las primeras puntas de un gran ovillo que tardó cuatro años en abrirse y que le permitió a Argento, editora jefa de El Cronista Comercial, poner un punto final. Cerrar esa ruta del exilio que mantuvo a padres y niños ocultos en las guaridas del mundo. La guardería Montonera. La vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva (publicado recientemente por Editorial Marea) relata ese riesgoso y desconocido pasaje de la historia reciente.

–¿Cómo fue el proceso para lograr que los chicos de entonces accedieran a hablar de la guardería y de sus años en el exterior?

–Fue un trabajo de varios años. Se fueron tendiendo redes. A medida que hablaba con alguien, esa persona hablaba con otros para que accedieran a conocerme, les decían lo que percibían de mí. Te doy un ejemplo, Sabino Vaca Narvaja no da reportajes, no se muestra mucho en público. Sin embargo leyó De vuelta a casa. Historias de hijos y nietos restituidos (Editorial Marea, 2008) y entonces nos sentamos a charlar y habló con varias personas, les contó de ese libro y del nuevo. A Sabino nunca lo entrevisté formalmente, pero nos juntamos tantas veces que en cada encuentro se fue armando su historia, a la que le sumé los testimonios de muchos que lo conocieron. Y él dice que se siente representado por lo que escribí. Y en ambos casos, como con Amor Perdía, ocurrió que confiaron, que respondieron todo, ayudaron, no pusieron reparos ni nada. Todo lo contrario. A algunos les he mostrado sus capítulos previamente porque cuento cosas íntimas.

–¿Cuál es tu mirada sobre lo que representó la guardería para aquellos niños?

–Creo que para muchos significa muchas cosas. Para él es el último lugar donde estuvo con su mamá, su papá y su hermana, los cuatro juntos. Para “Pajarito”, es verse en fotos sonriendo de una manera que luego le costó. Para algunos es el lugar donde se sintieron protegidos, cuidados. Para muchos son cosas contradictorias, el temor de que los padres no volvieran y el lugar donde construyeron lazos de afecto por “tíos” y “primos” que aún hoy conservan. Yo creo que en el fondo, para la mayoría, fue ese lugar donde se sintieron acompañados por pares, entendidos por pares y cuidados por los compañeros de sus papás. Y para un puñado, el dolor de los papás que no están, que no es por la guardería, sino por la contraofensiva.

–Hay una idea que subyace en el libro, o por lo menos un concepto ideológico expuesto, que intenta demostrar que los niños eran de “todos”; es decir, podían estar en manos de cualquiera que perteneciera a la “Orga”, inclusive por encima de sus familiares directos. ¿A que se lo atribuís?

–Entendí escribiendo el libro lo que tantas veces escucho en estos días. Entendí lo que era esa militancia y el significado de la palabra “compañero”. El que no lo vivió quizás no entienda. Es como una hermandad ideológica y espiritual. Había mucho amor, aunque de lejos no pareciera. Y el amor por la militancia era amor por los hijos propios y los de los otros. Las familias, si no entendían ideológicamente a sus hijos, difícilmente pudieran compartir sus ideas al cuidar a los niños, por ejemplo a los nietos. Pero un “compañero”, sí. Se ve en la película Infancia clandestina, de Benjamín Ávila. Y lo veo aún hoy cuando ya todos adultos hablan unos de otros. De hecho, dentro de la “Orga”, los que estuvieron en la guardería conforman una unión más chiquita aún, pero muy fuerte. Si a uno le pasa algo, les pasa a todos. Y aún hoy se activan mecanismos y redes de ayuda entre ellos. También para celebrar la vida, porque no todo lo que los une es triste. Hay mucha alegría también, como nos pasa a todos.

–¿Qué advertiste en esos hijos a los que sus padres les estaban diciendo que ellos eran los más importantes de sus vidas, después de su proyecto político? ¿Hay perdón, resignación, admiración?

–No les decían que eran lo más importante “después” de su proyecto político, sino “con” su proyecto político. Todos podrían haber elegido no ser padres o madres. Imaginate que era gente con información, con conocimiento de la píldora, hombres y mujeres que cuestionaban el poder económico, así que bien podrían haber cuestionado a la familia como institución de la sociedad. Y por el contrario, elegían militar en familia. Su proyecto –según lo que me dicen– era de pareja, de compañeros, de hijos incluidos. La explicación a los hijos es que su vida estaba consagrada a un proyecto colectivo y no individual. La mayoría de aquellos hijos hoy querrían tener a sus papás, por supuesto, y no comparten quizás estrategias o tácticas operativas y demás, pero sí comparten las convicciones políticas y hoy tienen militancia. Algunos pocos, y está reflejado en el libro, cuestionan eso con dureza. Todos pasan por distintos momentos, incluso el del reproche, pero puertas adentro. Asumen la mochila, reconstruyen la vida de sus padres, buscan información, intentan saber más y luego rearman su vida. Incluso quienes los tienen vivos, porque vivieron clandestinos o separados en su niñez.

–¿Cómo fue el encuentro con Mario Javier Firmenich?

–Puede acceder a él gracias a Sabino (Vaca Narvaja). Mario Javier no sólo habló sin tapujos, me invitó a su casa en Salsipuedes, me llevó al hogar del Padre Lucchese, donde vivió cinco años, y nunca me pidió ni me dijo qué o cómo escribir. Cuando estaba por enviar el libro a imprenta lo llamé y le ofrecí ver algunas cosas muy íntimas que cuento en el libro sobre él. Su respuesta fue gratificante: “Vos sos periodista, yo no tengo que leerte previamente, tenés que escribir lo que considerás que se debe escribir.” Y su historia no es fácil. Además de que lleva un apellido muy fuerte para su militancia política. Por eso rescato que no haya ni siquiera pensado poner o pedir ninguna condición, excepto que las entrevistas se hicieran en Córdoba para que yo conociera dónde se crió. Me dijo: “Te va a servir para entender dónde viví”. Y por su enorme cariño por el hogar, algo que relato en el libro porque fui testigo de ello.

–La guardería fue una forma de salvaguardar la integridad de los niños. Ahora bien: en un proyecto político tan radical, tan inflexible como este, ¿se puede hablar en términos de responsabilidad o irresponsabilidad en relación con los hijos?

–Yo no soy quién para juzgarlos ni calificarlos. Lo digo en el libro. Sería fácil pensando en la militancia política o en la lucha armada, y más si evaluamos el resultado de la contraofensiva. Pero quien es padre o madre todos los días toma decisiones que pueden ser responsables o irresponsables. Quien esté libre de pecados que tire la primera piedra. O que lea el epílogo, donde como madre me hago las mismas preguntas, pero en el año 2011 y con ya casi 30 años de democracia ininterrumpida.

–¿Qué fue de los chicos que se quedaron sin padres?

–Los trajeron de regreso los abuelos y luego los criaron entre abuelos y tíos. Muchos se quedaron o con el papá o la mamá sobreviviente; son pocos los que perdieron a ambos. Para ellos no fue fácil el duelo y crecer con padres asesinados o desaparecidos. Ser hijo de desaparecido en general es traumático. Por eso quizás a alguno lo enoja la guardería, porque representa el lugar donde los dejaron, pero a la mayoría les representa el lugar de contención, un momento de la infancia en que fueron mimados y protegidos.

Perfil. Analía Argento nació en Cinco Saltos, Río Negro, en 1970. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación Social. Actualmente, se desempeña como editora jefa de sección Política y Opinión del diario El Cronista Comercial y conduce un programa de radio en Radio UBA. Además, es autora de los libros Quién es quién en la política argentina (en coautoría con Ana Gerschenson, Perfil, 1999) y De vuelta a casa. Historias de hijos y nietos restituidos (Editorial Marea, 2008). La guardería montonera (Editorial Marea, 2013) es su tercer libro.