Marea Editorial

La vida que sigue a la muerte

Cómo vivir después de Malvinas.

TIERRA 

Basado en el testimonio de Reynaldo Arce

 

 

Regresar del abismo, pero regresar para contar lo vivido. ¿Cómo se regresa de la guerra? ¿Cómo sigue la vida de quien estuvo al borde de la muerte? Reynaldo es un sobreviviente de la guerra de Malvinas. Desde entonces no dejó de buscar respuestas y atravesó por todos los estados emocionales posibles, los conocidos, descriptos en manuales de psiquiatría, y los indescriptibles, los que solo el hombre que volvió de una guerra sabe que padece. Y de todas las preguntas que se hizo, una resultó fundamental: “¿Por qué me tocó ir a la guerra?”. Al principio sostuvo que fue producto del “maldito azar”. Después, que “estaba escrito” en ese destino que dicen que es inalterable. Y con el tiempo, cuando pudo abrazarse a la fe, creyó que “así lo dispuso Dios”. ¿El Dios que manda a los hombres a la guerra es el mismo que los salva o que permite que algunos mueran? ¿Dónde estaba Dios cuando Reynaldo fue a la guerra?, podría preguntar un agnóstico discepoleano. ¿Quién teje los hilos del destino? ¿Por qué hay seres humanos que van a la guerra, viven el horror, la tortura, la muerte, y otros llevan vidas simples, sin mayores sobresaltos? Hay respuestas que son muy complejas y otras que están al alcance de la mano, concretas, sin metafísica ni poesía. Alguien pragmático afirmaría que a Reynaldo le tocó ir a la guerra simplemente por haber nacido hombre, en Argentina y en el año 1963. Lo cierto es que podría haber desertado, inventado una enfermedad o haberse suicidado. Pero Reynaldo decidió obedecer el plan divino, la carta del azar, o el destino en el que estaba escrito que participaría de la guerra por las islas Malvinas, y del lado argentino, que es otro cantar. 

 

Es muy extraña la mente del ser humano, es un laberinto borgeano, aunque dinamitado. En estos tiempos escuché muchas veces eso del poder de la mente y que lo que uno decreta sucede. No estoy seguro de que sea así, como de tantas otras cosas, pero Reynaldo desde pequeño soñaba con ir a una guerra. No se trató de una fantasía infantil mientras jugaba con soldaditos de plomo o inventaba una guerra entre amigos. Él quería ir a una guerra de verdad. Tenía ese deseo fuertemente arraigado. Lo recordó el día en que efectivamente marchaba rumbo a las islas. En su caso, lo deseado se concretó. 

 

Estuvo en Malvinas. Combatió. Y regresó para contar lo vivido.