En 2016 el rugby entró en las cárceles masculinas y se creó el equipo de Los Espartanos. Su entrenador buscaba una profesora para dar hockey femenino. El rugby es un deporte tradicionalmente masculino. Se sabe. Mientras que el hockey es considerado más femenino. Los estereotipos de género así lo indican aún hoy. Pero además de las diferencias de género, estos deportes suelen estar asociados a una determinada clase social, media alta, alta. A escuelas privadas y clubes deportivos de cierta exclusividad.
El entrenador se encontró en cambio con la prepotencia de la profesora de educación física y jugadora de rugby Carolina Tolosa, que logró convencerlo de que las detenidas también podían jugar al rugby. Para hacerlo, jugó con los varones y tuvo que taclear al más forzudo de Los Espartanos. “Y así, volteando al hombre, consiguió a Las Espartanas”, escribe Agustina Caride en el libro ¡Vamos las pibas! Las espartanas, el primer equipo de rugby de mujeres en prisión, una crónica novelada editada por Marea.
Lo de tirar al hombre fue literal y también simbólico. Había en esa empresa una competencia, una lucha por conseguir lo que ellos podían, porque jugar al rugby les pertenecía a ellos y les había dado cierto estatus, ciertos “privilegios” adentro y afuera.
Lo que consiguió Tolosa fue una hora y media de tiempo para entrenar a las mujeres, los miércoles, de 9.30 a 11 de la mañana.
“¿Qué cancha, la de ellos?”, preguntó Caty Alvarez una de las internas, cuando se enteró. Los hombres tenían su cancha, sus entrenamientos, que ellas miraban, su ropa y hasta lo botines habían conseguido. Y tenían también un pabellón exclusivo de Los Espartanos. Además se decía que a los espartanos les daban una mano cuando volvían a la calle.
Ellas no tenían mucho. La cárcel es también un lugar masculino por excelencia, porque fueron pensadas para hombres. A nivel nacional, del total de personas presas en Argentina para fines de 2021, el 4% eran mujeres, cifra que se mantiene a lo largo de los años. En el Servicio Penitenciario Federal este porcentaje aumenta al 7 por ciento, porque la mayoría de las mujeres está detenida por delitos vinculados con la Ley de Estupefacientes. Gisela Roca lo sabía, las mujeres llegan a sentarse en un camión penitenciario por tres motivos: “la droga, los hombres o los hijos”.
La invitación a jugar al rugby las desafiaba entonces, pero tenían sus pruritos. Después de todo, eran mujeres y no se les había pasado por la cabeza meterse en un deporte como ese. “Como si ellas estuvieran para jugar al rugby”, pensó Caty mientras se miraba la punta filosa de sus uñas pintadas con esmero. Pero después también pensó que no estaría nada mal estar habilitada a tirarse encima de otra y derribarla y también la estimuló conquistar “ese espacio masculino, dar vuelta la taba, que sean ellos mirando desde el otro lado del alambrado”, cuenta Caride.
Gisela Roca, otra de las internas, imaginó la cara que pondría su marido, el que le partió el tabique de la nariz, cuando la viera hacer un tackle. Los motivos por los que se fueron sumando al entrenamiento fueron variados. Algunas simplemente lo hicieron por estar un poco afuera, ver el cielo, o por error.
Después surgieron otros problemas. Jéssica Kunfer usó unas zaptatillas tan chicas que después del primer entrenamiento le quedó una uña negra. Estuvo a punto de desistir, pensando que el rugby no era para ellas y que se iba a tener que consolar con las clases de yoga aunque detestara esa música inentendible que usaban. Pero finalmente cortó la punta de sus zapatillas y volvió a la cancha. Con esa decisión estaba haciendo algo para ellas y sin saberlo tal vez rompiendo con lo esperable. El concepto de estereotipos de género permite ver que las actividades físicas son percibidas hacia géneros distintos en función de determinados rasgos: las caracterizadas como activas, agresivas y violentas, como rugby, fútbol, boxeo, karate por ejemplo, serían masculinas y las descriptas como tranquilas, expresivas, flexibles, coordinadas, como yoga, aerobic, ballet, o voley, por ejemplo, serían femeninas. Además, esa división está organizada en base a jerarquías sociales donde lo femenino es considerado menor que lo masculino. Los valores masculinos han tenido y tienen mayor prestigio social y por ello son los que se mantienen como modelo (competitividad, éxito, lucha, sacrificio, fuerza, vigor, etc.), dicen las expertas.
Jéssica no quería hacer yoga, le aburría la idea de contener sus impulsos, su bronca, su fuerza. Ellas no buscaban en el deporte lo que en general al estereotipo de las mujeres de afuera de la prisión las desvela: tener un cuerpo en forma, lograr salud o algún tipo de bienestar. Jugar al rugby parece fortalecer a Las Espartanas en los atributos que los estereotipos de género les negaron a las mujeres, como la fuerza, el valor o la potencia por ejemplo. Y también se fortalecen al participar de una actividad masculina, por ende, de mayor prestigio social. Esto les da valor, les da vida.
Siempre hubo momentos de duda, como cuando Jéssica se preguntó qué mierda hacía en esa cancha si las reglas están hechas para que mujeres como ellas las incumplan.
Al principio alguna se paraba a un costado del arco como si no se sintiera dueña de la cancha como para ubicarse en el centro.
Pronto fueron aprendiendo que eran un equipo. La profesora les dio algo que no tenían: confianza. Y después las instó a repartirse ese don: hacia ellas y entre ellas. Fue sostén y autoridad firme pero amorosa, las empujó a lo nuevo y les mostró de lo que eran capaces antes de que ellas lo supieran. Cuando después de un año de entrenamiento logró que salieran a jugar afuera del penal, donde sus familiares las verían, a la primera que fueron a abrazar fue a ella. Cuando dudaron de su capacidad de jugar, las palabras de la entrenadora funcionaron como la inyección de valor que creían haber perdido o nunca haber tenido.
Ese mismo día, Jéssica le dijo que todo lo que ella era se lo debía al rugby.
Otro 8 de marzo, el año anterior, por el Día Internacional de las Mujeres, habían pintado murales y en mayúsculas: “ESTE CUERPO ES MÍO. NO SE TOCA. NO SE VIOLA. NO SE MENOSPRECIA. NO SE MATA”. Gisela sufrió violencia de género por parte de su ex marido y estaba en la cárcel por intentar matarlo. Su cuerpo lo sabía, sus músculos tenían la memoria de los golpes recibidos. Sandra Soriano estaba presa porque le encontraron un arma que era de su marido. Ella, como tantas mujeres, seguía esperando que él la salvara. Así, ¡Vamos las pibas! es también la historia de cómo los cuerpos de las mujeres que hasta el momento habían sido golpeados, drogados, sufridos, sometidos, puestos a jugar al rugby, fueron movidos desde otro lugar, desde el placer, el poder, el sanar. Y desde la felicidad que pueden conseguir por el hecho de ver lo que un cuerpo puede hacer, y más cuando ese cuerpo es el propio. También desde el orgullo por lo que ese cuerpo puede mostrar a los demás. La capacidad de hacer algo bueno, que nadie esperaba que pudiera hacer.