Marea Editorial

Las Espartanas ante un scrum decisivo

La escritora Agustina Caride escribió un libro de crónicas en las que cuenta vida y deporte de un grupo de rugbiers que juegan en la prisión. POR ALEJANDRO CÁNEPA

Sandra, Gisela, Paula, Caty, Jessica, “la profe Caro”. Esos nombres e historias brotan en ¡Vamos las pibas! Las espartanas, el primer equipo de rugby de mujeres en prisión (Marea), primer libro de crónicas de Agustina Caride novelista que ganó el Premio Clarín Novela en 2021 con Donde retumba el silencio. “El rugby en sí era lo que menos me interesaba contar”, dice la autora, y tiene razón: su obra, sin golpes bajos, con una escritura pulida y poco contaminada con los excesos de la “literatura del yo” cuenta las historias de vida de un grupo de mujeres al que los quiebres de la vida las llevaron a compartir un pabellón de la Unidad 47 de la localidad bonaerense de San Martín.

–¿Por qué un libro de crónicas sobre un equipo de mujeres detenidas que juega al rugby? ¿Cómo surge la idea?

–Ya conocía a la Fundación Espartanos, pero no me animaba a meterme en un penal con hombres, aunque me gustaba la idea de colaborar. Antes decía: “Cuando sea grande, con más tiempo, seguiré escribiendo pero me dedicaré a trabajar en alguna causa social”. Pero hubo un click y reconocí que lo estaba posponiendo”. Empecé a ir a Cáritas a dar la merienda los lunes, luego vino la pandemia y empecé a colaborar con otra gente, cocinando y repartiendo viandas a personas que viven en situación de calle. Ahí me enteré que existían Las Espartanas y me sumé. Al mismo tiempo era consciente de que soy escritora y quería escribir sobre ellas, si daba. Empecé a ir al penal con la entrenadora, nos sentábamos con las chicas a charlar, tomar marte y ver qué necesitaban. El rugby en sí era lo que menos me

interesaba contar.

–Pero elegiste algo vinculado al rugby y no a otra actividad. ¿Por qué?

–Eso me sirvió como arco narrativo. Si no me iban a quedar las historias sueltas. Voy mostrando y narrando las historias de ellas a través de los entrenamientos y lo que logra la Fundación.

–¿Qué mecanismos incorporaste al pasar a otro género?

–Que me metí yo, como personaje, al estar como una especie de periodista. Y mientras iba al penal me daba cuenta de qué estaba generando eso en mí. Yo, en pleno invierno, me metía calentita en la cama, cerraba en los ojos y decía: “Las chicas en este momento se están poniendo los auriculares para que no entren las cucarachas a los oídos”.

–¿Hubo alguna decisión particular sobre el lenguaje a utilizar en las crónicas?

–Quería darles protagonismo a ellas, por eso el narrador casi no aparece en primera persona. En cuanto al lenguaje de ellas, agregué las “s” en las palabras en las que no las pronunciaban.

–¿Por qué?

–(piensa..) Es una cuestión de no querer que las tomen desde ese lugar. La única diferencia entre ellas y yo es dónde nació cada uno. No quería que el lenguaje marcara una diferencia..

–¿Hubo autores en especial que te nutrieron en este pasaje de la ficción a la crónica?

–Releí a Leila Guerriero, pero de hecho no tengo a muchos cronistas en mi biblioteca. Y volví a leer Falsa alarma, de Sonia Cristoff, sobre todo para ver su estructura. Por fuera de la crónica, leí En breve cárcel, de Silvia Molloy. Lo que buscaba era pensar en distintos tipos de encierro, el de la cárcel es solo uno de ellos.

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