En el volumen Obesos y famélicos –convertido en un hito antiglobalización que anticipa la crisis alimentaria mundial– el economista y sociólogo indio Raj Patel desentraña una de las mayores paradojas de la actualidad: mientras la humanidad produce más alimentos que en toda su historia, una cifra superior al diez por ciento de la población padece hambre. La problemática analizada por Patel en su trabajo explora también otro fenómeno relacionado con la misma contradicción: el hambre que golpea a 800 millones de personas en el mundo transcurre al mismo tiempo que otro record histórico, ya que mil millones de seres humanos sufren hoy de sobrepeso.
“El hambre y el sobrepeso globales son síntomas de un mismo problema. Es más, el camino que podría conducirnos a erradicar el hambre del mundo serviría de paso para prevenir las epidemias globales de diabetes y afecciones cardíacas, y para hacer frente a un montón de males medioambientales y sociales”, sostiene el activista indio. En Obesos y famélicos, recién publicado en la Argentina por editorial Marea tras convertirse en best-seller en otros trece países, Patel explica que tanto unos como otros están vinculados entre sí por las cadenas de producción que llevan los alimentos desde el campo hasta la góndola de los supermercados y de ahí a la mesa familiar.
El economista analiza cómo esta paradoja es la consecuencia inevitable de un sistema globalizado manejado por las grandes corporaciones internacionales que sacan provecho de toda la cadena alimentaria mundial afectando desde las condiciones paupérrimas de los campesinos en América o Africa, hasta las góndolas abarrotadas de los supermercados, donde la libertad de elección del consumidor es sólo una farsa.
“Guiadas por su obsesión por los beneficios, las grandes corporaciones que nos venden comida delimitan y constriñen nuestra forma de comer y nuestra manera de pensar sobre la comida. En los puntos de venta de la comida rápida es donde con mayor claridad se ven las actuales limitaciones”, señala. Patel, que reside en la ciudad norteamericana de San Francisco, sostiene que el impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial es tal que “tanto las personas más hambrientas como las más obesas son pobres”.
El investigador avala sus hipótesis con datos bien contundentes: estudios realizados en California, por ejemplo, indican la relación directa existente entre el tiempo que se emplea en ir a trabajar y el nivel de obesidad. Otra de las tesis de su obra es que los campesinos son hoy los que más hambre pasan en el mundo, mientras que a las personas de las zonas urbanas de los países ricos, el capitalismo las lleva a “trabajar mucho para poder llegar a fin de mes, sin tiempo libre y sin posibilidad de comer en buenas condiciones”. En este sentido, recuerda que en Estados Unidos, un veinte por ciento de las comidas rápidas se consumen dentro de un automóvil, porque “muchas personas no tienen otra elección”.
“Sabemos que los pobres tienen menos posibilidades de vivir cerca de su lugar de trabajo que los ricos. También sabemos que el 14 por ciento de las comidas rápidas que se consumen en Estados Unidos –ricas en carne animal– se come en los coches”, sostiene. “Esto no surge de una especial afición nacional por la utilización de los vehículos como restaurantes, sino del hecho de que la única posibilidad que tienen muchos pobres de Estados Unidos de hacer una de sus comidas es cuando se desplazan de un empleo a otro”, agrega Patel.
El autor aconseja también inclinarse por una alimentación vegetariana: “Cuando proliferan las pruebas de que la producción industrial de carne es perjudicial para el medio ambiente, de que el planeta no puede soportarla de manera equitativa, de que es un derroche de recursos, de que acelera el calentamiento global y de que propaga todo tipo de enfermedades graves, podríamos caer en la tentación de instar a todo el mundo a que se haga vegetariano”. “En Estados Unidos, según datos demoscópicos recientes, existe una relación entre el tipo de empleo y la dieta. Los trabajadores manuales suelen comer más carne, en concreto ternera, que los del sector servicios o los profesionales”, manifiesta. “Además, el comer menos carne tiene que ver con un mejor nivel de estudios, aunque no, sorprendentemente, con mayores índices de renta, lo cual indica la presencia de un factor cultural”, señala. Sin embargo, aunque explica que hacerse vegetariano, en ausencia de otros factores, puede mejorar la propia esperanza de vida, el mandamiento de ser vegetariano no es algo que todos puedan incorporar con igual facilidad: “Entre gran parte de la población del norte globalizado y las pautas de alimentación sostenibles se alza todo un abanico de obstáculos sociales”, señala Patel.
En cuanto al incremento de los precios de los alimentos registrado en los últimos meses de forma considerable en algunos países, el autor asegura que si “cambiáramos nuestra forma de alimentarnos, con menos carne, y de cultivar los alimentos, sin derivados del petróleo, y consumiendo lo de cada lugar y del tiempo, sería factible mantener más bajos los precios”.