Ricardo Robins trabajaba en La arquitectura del crimen, un documental sobre delitos de lesa humanidad, cuando descubrió que sus conexiones profesionales con jueces e investigadores podrían serle de utilidad para otro proyecto. Tiempo atrás dos hechos se habían enlazado: por un lado, una causa judicial contra un capitán rumano y su tripulación acusados de arrojar al mar a cuatro jóvenes que se habían escondido en su barco para escapar de África. Por otro, la aparición de Bernardo Joseph, nacido en Tanzania y que vive hace más de 20 años en Rosario, referente de los migrantes africanos en la ciudad. Había una historia de éxodos que contar.
Millones de personas africanas se someten a travesías peligrosísimas con el solo objetivo de dejar atrás su patria. ¿Por qué lo hacen? Robins responde con un ejemplo: “Los habitantes del exCongo belga tienen una esperanza de vida de 60 años, un Estado débil y una economía saqueada. ¿Por qué no arriesgarse a huir de esa nación acribillada por las guerras civiles, con 4,5 millones de desplazados?”. No solo escapan hacia Europa. No solo mueren en las aguas del Mediterráneo. Aquí también hay sobrevivientes y cadáveres.
“Hablé con Bernardo Joseph, le propuse contar su historia junto con lo ocurrido en aquella causa judicial y aceptó. Creo que la clave del libro es que junta dos historias poderosas, con distintas características, y las narra como si fueran una”, explica a Ñ Ricardo Robins, sobre su libro El polizón y el capitán: El largo viaje de los migrantes africanos hacia la Argentina (Marea), que acaba de ser publicado tras ganar el premio Gabo 2022 en la categoría Texto.
–¿Recordás los inicios de la investigación?
–Había una historia muy potente, pero cuando quise escribirla me di cuenta que me faltaba algo, lo más importante. Los cuatro polizones tirados al mar. No sabía nada de ellos: quiénes eran, por qué habían decidido huir de esa forma, con qué soñaban. Aquellos jóvenes seguían como fantasmas, no lograba sacarlos de ese lugar. Entonces ese primer intento de escritura, en 2015, quedó en suspenso. Pasaron algunos años y conocí a Bernardo Joseph. Él es de Tanzania y sobrevivió a un viaje como polizón desde Sudáfrica en 2001. No solo sobrevivió, es un emprendedor, formó una familia y creó la Asociación Civil de Tanzania.
–¿De qué trata El polizón y el capitán?
–Es un relato de no ficción, un texto periodístico que se lee como una novela de suspenso. Una denuncia sobre la crueldad y la inhumanidad que sufren los desplazados del mundo, es un grito de los migrantes desaparecidos que nadie investiga, del racismo y la discriminación pero también es una crónica sobre la esperanza, un testimonio de vida que expone lo mejor de la migración y la integración. El libro entrelaza esas dos tramas: la causa judicial por un cuádruple homicidio de jóvenes escondidos en un barco y el desenlace trágico del capitán (que murió durante un vuelo que lo llevaba a Rumania), mientras avanza en paralelo con la larga travesía de Bernardo: migró de Tanzania a Sudáfrica, el durísimo viaje por el océano y en la Argentina. Todo esto en el contexto de una globalización rota donde circulan mercancías, pero las personas chocan ante fronteras violentas. La crónica busca ser un aporte: contar lo que pasa y no vemos más allá de esas fronteras, en los "no lugares sin ley". Propone acercarse a los nuevos ciudadanos de nuestras sociedades; esos otros que algunos presentan como una amenaza y son o pueden ser una oportunidad de enriquecernos con su diversidad.
–¿Cómo llevaste adelante la investigación?
–La investigación se dio en tres partes y en distintos momentos. La primera fue aquella de la causa judicial, entre 2014 y 2015. Revisar todo el expediente, leer y releer las declaraciones de los acusados y marineros, los careos entre ellos, los allanamientos, las pistas sueltas; incluso entender los croquis del barco. También hablar con las partes judiciales que intervinieron para recrear el caso: el juez, el secretario (que después fue fiscal en causas por delitos de lesa humanidad y ese cruce fue muy interesante por la característica de grave violación a los derechos humanos del caso) y los defensores. La segunda etapa fue muy distinta. No había papeles, ni documentos, ni funcionarios judiciales, sino que traté de conocer a Bernardo. Hicimos varias entrevistas en profundidad en su casa para hablar de su viaje como polizón. También hablé con Florencia, su pareja, sobre cómo se conocieron, la familia y la asociación que formaron. Sobre el final del proceso, verano de 2022, llegaron tres nuevos jóvenes a los puertos del Gran Rosario. Uno de Nigeria y dos de Sierra Leona, menores de edad. Como la Secretaría de Niñez los derivó a un hogar para chicos con problemas de adicciones o con la ley penal, Bernardo y Florencia los fueron a buscar a la colonia donde estaban siendo maltratados y los llevaron a su casa. Esos hechos me empujaron a contar qué estaba pasando con el manejo, con la gobernanza del tema en Rosario, que es el cierre del trabajo.
–¿Cómo se desata el conflicto de los polizones en los buques? ¿Podrías explicar el aspecto legal y por qué se arriesgaban a tirarlos al mar?
–Según el expediente judicial, las empresas de buques comerciales que deben hacerse cargo de los costos de repatriación pueden llegar a pagar (a perder) hasta 30 mil dólares por cada polizón hallado en un barco. Creo que esa es la clave de lo que ocurre en el buque RM Power: el cuádruple crimen puede ser entendido como un hecho de racismo, de odio. Si los polizones hubiesen sido europeos o blancos, no creo que hubiesen tenido ese desenlace. Pero en el fondo, la motivación del asesinato que se investiga es económica, o mejor dicho, de eficiencia. La empresa naviera no estaba en un buen momento y debía salarios. El capitán actuó bajo esa presión, como una pieza de un engranaje que busca maximizar beneficios o evitar pérdidas a todo costo. Con la lógica de un sistema que deshumaniza. Y ahí, me parece, hay que encontrar el trasfondo. La ausencia de un juicio y una condena también es una muestra de eso. ¿Quién reclama justicia en estos casos? La otra capa legal que potencia la impunidad son los límites difusos de la jurisdicción que debe investigar. El barco tenía bandera en las Islas Marshall, una especie de paraíso fiscal de las navieras; los acusados eran de Rumania y de Filipinas; las víctimas se supone que subieron en el puerto de Matadí, el Congo; la empresa es de Grecia y el puerto de arribo fue la Argentina. El sistema jurídico global no está preparado o no le importa. Como resume en el epílogo la gran periodista y escritora chilena Mónica González (parte del jurado que otorgó el Premio Gabo 2022 a la crónica), hay en los mares “un cementerio de desaparecidos que no hemos querido incorporar a nuestras exigencias de justicia”.
–En la segunda parte del libro profundizás sobre la ciudad: ¿Qué pasa hoy con los refugiados? ¿Reciben ayuda del Estado? ¿Alguien los protege?
–La ciudad no está preparada para recibir a jóvenes que llegan escondidos en barcos como tampoco lo están otras urbes del país para afrontar el problema de los desplazados, refugiados o migrantes irregulares. Existen programas, funcionarios que se preocupan, está la dirección local de Migraciones. No es que el Estado no hace nada, pero carece de un protocolo de acción y de presupuestos. Leandro Zaccari, que preside una ONG local Sin Fronteras, explica que antes el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) enviaba ayuda económica directa, subsidios, pero eso cambió hace unos años. Se privilegian algunos conflictos puntuales (por ejemplo, los efectos de la guerra en Ucrania). Cuando llega un chico o un joven como polizón a los puertos de la región, se activan redes de solidaridad: buscan alojamiento o una pensión, alimento y clases de idioma. Pero no es algo que ocurre todo el tiempo, son casos episódicos. Vivimos en una región con 50% de pobreza y problemas socioeconómicos. Esa ausencia de una gobernanza tiene que ver con incluir el tema en la agenda política.
[Ricardo Robins ganó el premio Gabo 2022 por su investigación sobre los polizones africanos.] Ricardo Robins ganó el premio Gabo 2022 por su investigación sobre los polizones africanos.
–¿Qué sentimientos te deja esta investigación?
–Me inquieta desconocer las dimensiones del fenómeno, ¿cuántos migrantes desaparecidos hay en verdad, qué sabemos de ellos? También alarma: los discursos que convalidan la deshumanización del otro distinto crecen ante la ausencia de respuestas a los múltiples problemas concretos por parte de los Estados. Pero también está la satisfacción de haber elaborado y generado un trabajo que visibiliza o reflexiona sobre los horrores que pasan, y que siguen pasando de distintas maneras y en muchas fronteras. Después de publicada la crónica, me contactaron migrantes de otras comunidades para compartir sus experiencias. Supongo que esa es una buena señal del aporte realizado.
–¿Cómo te impacta esta frase que disparó el capitán del buqué: “Tiramos la basura al mar”?
–El capitán resume de forma brutal una época. Impacta por su crudeza, pero también por su claridad. Los desplazados del mundo que buscan migrar desde el sur hacia el norte, cruzando el Mediterráneo en Europa o la selva del Darien en el norte de Sudamérica o el desierto para llegar a Estados Unidos, son tratados como basura. Y la basura se descarta. De eso habla en el libro uno de los entrevistados, Rubén Chababo, que fue director del Museo de la Memoria de Rosario y es coordinador del Programa sobre Migrantes local.
–¿Por qué los africanos son más discriminados que el resto de los migrantes, polizones o refugiados?
–No afirmaría que los africanos son más discriminados. Hay casos concretos de discriminación, pero creo que en nuestra sociedad está más extendida la aporofobia que la xenofobia. La frase “negros de mierda” para denostar a los pobres o a los villeros, seguida de la aclaración que “son negros de alma”, es una muestra de eso (y de racismo, claro). De nuevo aparece el concepto de mierda, de excremento, de basura; como aquella frase del capitán para deshumanizar a las personas arrojadas al mar. Y no es algo marginal: tenemos un candidato a presidente que hace campaña en esos términos.
–Según señala la abogada especializada en migraciones Tatiana Belén Cabañas, hay que dejar de llamarlos polizones ya que son personas y parece que las instituciones olvidan esto. ¿Qué opinión te merece?
–Tatiana no solo estudia el tema sino que trabaja con las asociaciones de migrantes, por ejemplo con la de Tanzania. Es una persona que hace y que está presente. No estoy tan de acuerdo con dejar de usar palabras. Ella propone “personas en situación de movilidad” en lugar de “polizones”, para reforzar y recordar que estamos hablando de personas. Su posición me parece interesante y por eso incluimos la entrevista en el libro. Pero creo más bien en llenar las palabras de sentido. Sino podemos caer en esos eufemismos horribles, en lugar de “negro” decir “persona de color” (¿de qué color?) o “morochitos”. Distinto es usar un color como sinónimo de algo negativo: el “mercado negro” en relación a lo ilegal o un “futuro negro”, por ejemplo. Eso se llama “colorismo” y me lo explicó ella. Como cronista creo en contar las historias de las personas, humanizar los relatos sobre jóvenes que llegan como polizones a nuestras ciudades, compartir quiénes son, qué piensan, qué quieren. No renunciar a las palabras.
BÁSICO
Ricardo Robins
Rosario, 1980. Periodista.
Es licenciado en Periodismo por la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Es coautor del libro Crónicas primarias (2012), y colaboró en Bitácora de la intimidad: palabras del aislamiento (2020) y en Pocho Vive (2021). Obtuvo el Premio Gabo 2022, en categoría texto, por el relato de no ficción El polizón y el capitán. Es redactor del diario digital Rosario3 y publica crónicas en la Anfibia, Barullo, diario La Nación y Suma Política, entre otros medios. Además, es correalizador del documental Gran Inundado (2007). Fue productor y guionista de Buscando al huemul y realizó la investigación periodística y el guion del documental La arquitectura del crimen (2016).
El polizón y el capitán. Ricardo Robins. Marea. 144 págs.