¿Cómo se reconstruye la vida de una persona pública, sin incurrir en obviedades ni omitir datos que aparentemente irrelevantes hacen al personaje en cuestión?
¿De qué manera se cuenta la obra de alguien que es respetado y querido en varios lugares del planeta, a riesgos de dañar mediante la revelación de algunos sucesos esa admiración que amplios sectores de la sociedad le profesan?
¿Dónde se pone el eje para armar un rompecabezas, pieza por pieza, desde el nacimiento hasta la muerte?
¿Qué criterios se privilegian para fusionar al simple médico con la celebridad, humanizando a esa figura que –en efecto- no era un ciudadano común, en el sentido de haber llevado a cabo acontecimientos extraordinarios para permanecer por siempre en el corazón de los pueblos?
¿Quiénes han sido los diversos René Favaloro que escribieron una historia desde un barrio humilde de La Plata hasta ser una eminencia mundial de la medicina?
A todas esas preguntas responde el libro Favaloro, el Gran Operador (Marea Editorial 2020) del periodista Pablo Morosi (La Plata, 1965), quien a través de un biografía elocuente, reveladora, significativa, prolija y cuidada, descubre al reconocido cirujano argentino, viajando hacia sus orígenes más profundos de sus antepasados y llegando a nuestros días, repasando una trayectoria con rasgos bien característicos del protagonista (honestidad, sentido social, idoneidad) y otros que revelan aspectos cotidianos de su intimidad (hombre efusivo en sus emociones, entre bravucón y entrañable, solidario con gestos sencillos hacia su entorno, reaccionario ante la injusticias, reticente a los honores).
Una de las numerosas virtudes del texto es la precisión para narrar los hechos, capaz de reunir declaraciones del momento y anécdotas no del todo difundidas, con una precisa selección del amplio material de archivo recopilado por el autor, que en su minucioso trabajo aporta explicaciones pertinentes y contextualizadas para trazar un paralelo entre la vida del médico y el andar de un país cuyas esperanzas y frustraciones marcan el pulso de una épica que se vuelve tan grande como vulnerable ante la adversidad.
La lectura, ágil y clara, permite comprender la mutua influencia entre una persona y su entorno: mientras los orígenes dicen mucho de cada individuo, las formas de intervenir el medio también.
René Favaloro (1923-2000) fue descendiente de italianos, oriundos de la zona de Palermo y Sicilia, que participaron de las principales olas inmigratorias del país, en un momento cumbre para la Argentina industrial del modelo agroexportador (fines de siglo XIX y principios del XX). Hijo de un carpintero y una ama de casa, cultivó valores humanos que lo acompañaron toda su vida.
La investigación pone de manifiesto el ímpetu de alguien ocupado en ser coherente con esa tríada que conforman el pensamiento, la palabra y la acción. Su infancia y escolaridad así lo demuestran, consolidando esa realidad durante la adolescencia, en que el despertar a la política, el amor y la vocación, configuran el perfil reconocible de un sujeto llamado a hacer historia.
La elección de estudiar Ciencias Médicas como camino universitario es consecuencia lógica de una necesidad amparada en fuertes convicciones: sería el instrumento para llevar a cabo el sentido global de la ciudadanía, en que el conocimiento debe estar al servicio de la sociedad y ser un factor de integración entre sus miembros.
Morosi nos lleva por pasajes que permiten conocer al Favaloro público y privado, también a uno que mantuvo secretos que nunca lograron salir de la reserva.
Hay en ese recorrido un conjunto de peripecias que describen a un sujeto fascinante, con curiosidades que trascienden a su propio campo de acción (es decir, el de la ciencia). Todas ellas comparten la impronta de la mirada comunitaria para devolver soluciones o alternativas a problemáticas latentes.
La experiencia humana y laboral en la localidad de Araúz, La Pampa, resultó clave para la transformación emancipadora del hombre que se piensa como colectivo y no mero individuo, resignificando la educación heredada de su familia y las voces de maestros que le transmitieron la profunda inspiración de llegar hasta aquellos sectores donde habitan la postergación y el abandono.
A partir de entonces, cada paso de Favaloro dejó la huella de quienes hacen escuela, poniendo en funcionamiento instituciones que, según sus deseos y a pesar de mayores o menores dificultades, pudieran seguir andando sin su omnipresencia. Dotó a los hospitales de insumos básicos para sus pacientes, instruyó al personal sanitario y mejoró la calidad de vida de la población que vio en él la epifanía de un digno porvenir.
En un camino vertiginoso, venció al tiempo y las limitaciones. Detrás del ambo, dio lugar a la sencillez de cultivar pequeñas huertas y soñar en grande.
Con su compañera Antonia, tomaron la decisión trascendental que cambiaría el rumbo de su vida y el de miles de personas: en el amanecer de la década del 60, se radicó en Cleveland (Estados Unidos) para perfeccionarse y suplir las falencias que advertía en su formación. Esa determinación, propia de un visionario, es clave para dimensionar al profesional comprometido con causas universales: crear el bypass fue una revolución, un hito en la historia de la medicina y la aparición en escena de un ícono para la sociedad por sus tareas de divulgación científica y máximas morales que le dieron respeto, consenso y valoración general.
El libro cuenta en detalle cada etapa de su vida, poniendo en perspectiva el esfuerzo y la dedicación de un profesional que lo dio todo para ayudar al otro; nunca a cualquier precio, sino de manera atenta y responsable.
En pleno auge de su carrera, Favaloro emprendió el regreso.
Le dijo no a promesas de una vida millonaria en el extranjero y volvió al país.
Fue recibido como un héroe nacional; y simbólicamente, tal vez lo haya sido.
Políticos, periodistas, personalidades de la ciencia, la educación y la cultura, lo convocaban para dar charlas y capacitaciones o ser fuente de consulta.
Casi como un Robin Hood posmoderno, el propio Favaloro frecuentó tertulias y demás eventos a los únicos fines de conseguir fondos para crear, sostener y expandir la Fundación que, muy a su pesar, lleva su nombre por una cuestión de marca, elemental para atraer capitales nacionales y extranjeros.
En se sentido, fue un gran operador. La doble significación del título en esta biografía tiene que ver lógicamente con su profesión y también con algunos puntos grises que han sido coyunturales en su vida. Dialogar con todos los gobiernos, civiles o militares, para obtener beneficios a los fines de fortalecer el sistema de, más algunas declaraciones difusas sobre ciertos posicionamientos en relación a los derechos humanos (miembro de la CONADEP, luego crítico de ella, ambiguo en asuntos referidos al aborto), de ninguna manera empañan la integridad de una figura que trascendió a la medicina y que, con aciertos y contradicciones, sale ileso de la doble vara de una sociedad ejercita el oficio de idealizar y denostar en proporciones similares.
Favaloro fue un San Martín contemporáneo, dueño de travesías que salieron bien y otras que tuvieron los peores desenlaces.
Valiente para no olvidar los orígenes, se vio débil en el último tramo de su vida.
Esa mirada de ojos tristes no presagiaba el trágico final.
Endeudado y sin contar con el apoyo de los gobiernos de turno ni de las familias más pudientes de la Argentina, se entregó al peor desenlace posible.
La Fundación fue el hijo que por razones naturales no pudo tener.
Su quiebra o el despido de empleados que estuvieron desde los inicios fue el punto de quiebre que no estaba dispuesto a soportar.
Por eso se disparó en el corazón, órgano clave para un médico cardiólogo.
Su historia se asemeja a esos recorridos que transitaban los héroes míticos de la Grecia Antigua: irrumpió en una comunidad, se destacó y salió a la conquista de nuevos desafíos, brilló en tierras ajenas y al decidir volver tuvo un desenlace trágico.
La muerte de Favaloro fue el impacto que lamentablemente traza una radiografía de la patria: sin conciencia de los orígenes resulta muy difícil proyectar un país mejor.
No fue Premio Nobel, pero sus aportes están a la altura de quienes sí han tenido el galardón en disciplinas afines a su especialidad: Houssay, Leloir y Milstein. A diferencia de ellos, salió de la academia y caminó la calle; acompañó el dolor y tuvo sensibilidad para involucrarse entre esa gente a la cual operaba, atendía, escuchaba y abrazaba, de manera gratuita.
René Favaloro es más que un médico: brilla con luz propia desde monumentos, murales, calles, puentes, escuelas y demás reconocimientos que tienen la misión de cuidar el legado de alguien que invita a pensar un futuro posible. En tal sentido, si algo le faltaba a esta celebridad era una biografía realizada con la sapiencia y el criterio profesional de un periodista como Pablo Morosi, quien desde su oficio asume el compromiso de comunicar, concientizar y visibilizar historias de una sociedad tan controversial como compleja.