“La larga noche de los lápices”, de Emilce Moler, publicado por Editorial Marea en 2020, reconstruye desde una nueva perspectiva los hechos ocurridos en 1976 en la ciudad de La Plata y que quedaron en la memoria colectiva como La Noche de los Lápices.
En 1986, María Seoane publicó el ensayo “La Noche de los Lápices”, basado principalmente en el testimonio de Pablo Días, uno de los sobrevivientes. Emilce Moler nunca terminó de aceptar el enfoque dado por María Seoane en aquel ya mítico libro que constituyó uno de los primeros testimonios de la represión puesta en práctica durante la última dictadura y decidió dar su propia versión.
Emilce Moler es otra de las sobrevivientes del secuestro de aquellos diez adolescentes, estudiantes de secundaria, en septiembre del 76. Su versión está fuertemente centrada en su biografía personal. A diferencia de la versión de Seoane, Moler no otorga una importancia decisiva a las marchas por el boleto estudiantil, sino que considera que su persecución y secuestro fueron resultado de una serie de acciones de militancia que venía desarrollando desde hacía tiempo. Si bien nunca pudo probarse, el cambio en su carácter de “desaparecida” al de detenida “en blanco”, pudo deberse al desesperado accionar de su padre, comisario retirado de la policía, a través de los contactos que cosechó a lo largo de muchos años de servicio.
El relato de Moler es conmovedor y resulta una fuente de inspiración para los tiempos que corren. Con gran sutileza y mucho tacto, la autora nos muestra los horrores de la dictadura, los niveles de abyección a los que puede llegar el humano, el odio cultivado durante años, la crueldad en estado descontrolado. El relato va y viene entre la niñez y adolescencia de la autora y los años de secuestro, tortura, detención y posterior libertad condicional, vigilada, controlada, monitoreada por quienes se ofrecían como la autoridad moral competente que definía pautas de comportamiento.
Con el tiempo, Emilce Moler tuvo una destacada intervención en la etapa democrática de nuestro país tanto en ámbitos políticos como académicos (luego de ser liberada completó sus estudios secundarios y luego se convirtió en profesora de matemática desempeñándose durante muchos años como docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata). La mayor parte de sus compañeros de militancia, sin embargo, nunca fueron reconocidos como presos comunes, nunca pasaron a un centro de detención legal, nunca fueron blanqueados y permanecieron bajo tortura indefinidamente mientras Videla sembraba la sospecha de que podían estar dándose la gran vida en un hipotético exilio europeo.
Lo que conmueve del texto de Moler es que nunca, jamás, ni antes, ni durante, ni después de los momentos dramáticos que le tocó vivir, se le haya cruzado por la cabeza la idea de desistir, de abandonar la lucha, de dejar a sus compañeros de militancia, de abandonar los sueños.
El libro de Moler ha tenido una especial repercusión entre adolescentes y jóvenes. En tiempos en los que la “militancia” despierta sospechas y a los militantes los mandan a agarrar la pala, libros como éste recuperan sentimientos de solidaridad, de compasión por el que sufre, de desprendimiento, de necesidad de justicia.
Como dice un grafiti olvidado por ahí, en algún callejón de la ciudad de La Plata, aquellos chicos y chicas no peleaban por un boleto estudiantil, se habían propuesto cambiar el mundo. En alguna medida lo lograron.