Un nuevo aniversario de La Noche de los Lápices es una nueva oportunidad para hablar de lo que pasó en la dictadura, pero sobre todo para pensar cómo seguir hablándoles a las nuevas generaciones.
Vivimos en una época en la que la información abunda. Sobre la dictadura tenemos libros, películas, documentales, fallos judiciales, testimonios de víctimas y sobrevivientes. Nunca hubo tanta evidencia irrefutable disponible. Y sin embargo, esa abundancia nunca se traduce en consensos sociales ni avances hacia más derechos Porque no alcanza con que algo este dicho, hay que hacer lo propio en la vida cotidiana.
De nada sirve el dato si no hay un pensamiento crítico que lo jerarquice, que lo valide, y eso también debemos aprender a hacerlo porque las voces negacionistas, bajo la excusa de traer otra campana, falsean la verdad histórica. Relativizan los hechos, los distorsionan, los banalizan. Esa niebla de desinformación es muy peligrosa.
Las nuevas generaciones se preguntan: “¿A quién le creo? ¿Al sobreviviente o al influencer con miles de seguidores y likes? ¿Cómo diferencio una sentencia de un tuit?”. Por eso, es urgente volver a dar sentido a las palabras. Palabras que corren el riesgo de vaciarse si no las cuidamos. Lesa humanidad, terrorismo de Estado, desaparición forzada. No se trata de repetirlas como un mantra, sino de hacerlo para comprender que cuando decimos que los represores no nos dicen dónde están los desaparecidos y los nietos apropiados, siguen cometiendo delito hoy en nuestro presente.
El 16 de septiembre no es solo una fecha para recordar. Es para reflexionar sobre ese pasado que nos duele y sobre este presente que también nos duele porque hoy tenemos un gobierno democrático, sí, pero autoritario. Recorta derechos, persigue al que disiente, censura, desmantela políticas sociales y científicas, se burla del sufrimiento y convierte el odio en moneda corriente.
El mejor homenaje que podemos hacerles a los chicos de La Noche de los Lápices es alzar nuestras voces desaprobando enérgicamente el uso de la consigna Nunca Más como eslogan del gobierno nacional para reclamar el exterminio de un adversario político. Porque el Nunca Más está hecho de pañuelos, de juicios históricos, de los nombres de los desaparecidos. Nuestro desafío es renovar el pacto democrático, y decir una vez más junto con las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo que no hay futuro sin memoria, sin verdad y sin justicia.
(*) Emilce Moler es sobreviente de La Noche de los Lápices. Es autora de "La larga Noche de los Lápices. Relatos de una sobreviviente".