Marea Editorial

Pablo Morosi: “Favaloro convirtió su suicidio en un mensaje”

En el libro Favaloro. El gran operador (Marea Editorial), el investigador recorre los claroscuros que signaron la vida del cardiocirujano empeñado en garantizar el acceso a la medicina de alta complejidad incluso para quienes no podían pagarla.

En el panteón de los héroes populares de la Argentina, el cardiocirujano René Favaloro ocupa un lugar de privilegio. Su figura encarna la fantasía del argentino que consigue convertirse en embajador de nuestra cultura, un emblema de la excelencia de la educación pública y un referente ético. Es el hombre que resignó la posibilidad de amasar una fortuna personal en el exterior para volver a trabajar por su gente y que hasta entregó su vida para ello. Su suicidio, del que se cumplieron dos décadas el pasado 29 de julio y que se vinculó a las fallas de un sistema ahogado por la corrupción, es una marca negra en el calendario de nuestra historia. Conocer los vaivenes de su vida equivale a comprender un poco más la idiosincrasia argentina, con todos sus claroscuros. Y el libro Favaloro. El gran operador (Marea Editorial), del periodista e investigador Pablo Morosi, puede resultar muy ilustrativo.

Nacido en La Plata como el propio Favaloro, Morosi recorre la biografía del médico desde la llegada al país de su familia de origen italiano hasta la trágica tarde de su muerte. En el camino aborda su infancia; el fanatismo que heredó de su tío por el club Gimnasia y Esgrima; el paso por el Colegio Nacional Rafael Hernández, donde recibió una formación humanista de profesores como el ensayista Ezequiel Martínez Estrada, el escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña o el crítico de arte Jorge Romero Brest; o por la Universidad de La Plata. Pero también la distancia ideológica con el peronismo; la etapa como médico rural en el pueblo pampeano de Jacinto Arauz; su radicación en los Estados Unidos, donde se perfeccionó como cirujano especializado en afecciones coronarias en la prestigiosa Cleveland Clinic y estableció el procedimiento definitivo para el bypass coronario, que desde 1968 ha salvado millones de vidas en todo el mundo. Y, claro, su regreso al país, donde creó la fundación que lleva su nombre y desde la que intentó hacer medicina de alta calidad para todos. Pero su caótica gestión, siempre dependiente de un vínculo poco saludable con el Estado, tuvo un peso determinante en la decisión de acabar con su vida hace ya 20 años. El título del libro, El gran operador, representa un juego de palabras con el que Morosi busca dar cuenta de la capacidad de Favaloro para entablar relaciones con el poder de turno, a veces sin medir consecuencias, pero siempre convencido de estar trabajando por el bien común. 

“Siempre me intrigaron las decisiones de vida tan drásticas que tomó Favaloro, esa necesidad de buscar siempre nuevos desafíos y de tomar riesgos, como el que implicó su regreso al país cuando podría haber seguido tan cómodo en los Estados Unidos”, revela el autor. “Y me interesaba sobre todo porque creo que es el argentino más trascendente del siglo XX si tomamos en cuenta su contribución a la humanidad y las vidas que han logrado salvarse a partir del procedimiento quirúrgico que sistematizó en 1967”, concluye Morosi.

-¿Es posible que en esas búsquedas también se expliquen las contradicciones que aparecen en su vida?

–Algunas de esas contradicciones están poco exploradas, como la dicotomía entre lo público y lo privado. Muchos le reprochaban que hubiera creado una fundación privada y nunca se hubiera dedicado a la salud pública. Lo mismo en el terreno de la educación universitaria. Cuando vuelve a la Argentina, Favaloro trae un proyecto que es mucho más amplio que el de crear una clínica y por eso le da el formato de fundación. El Favaloro principista del año ’49, que dice “yo no voy adherir al gobierno de turno”, no es el mismo que en 1971 regresa al país con la idea de que su proyecto está por delante de otras cosas. Trató de convertir su Fundación en una cabeza de playa para tratar de cambiar el sistema de salud. En la década del ’50, cuando empezó a interesarse en el tema, Favaloro vio que las afecciones coronarias eran la principal causa de muerte de los seres humanos y la consideraba una epidemia global. Una afirmación que para muchos era ciencia ficción. También vio que en el sistema de salud argentino el problema era que las grandes mayorías no accedían a la medicina de alta complejidad, que es la que trata esas afecciones. Por eso se propuso fundar una institución de excelencia que atendiera a los pacientes que pudieran pagar el tratamiento, pero que le diera la misma atención a quienes no pudieran hacerlo. “Y después veo de dónde saco los recursos”. Un esquema de fundación muy norteamericano, donde existe una legislación que facilita que los empresarios aporten dinero a ese tipo de instituciones, porque después se lo descuentan de los impuestos. Una legislación que en Argentina nunca existió. Ese fue su principal error de cálculo: querer trasladar un modelo que acá no tenía sustento.

–¿No vio el contexto local?

–Me parece que sobrevaloró su propia capacidad y creyó que con su enorme voluntad también iba a poder con eso.

–Pero no pudo cambiar el sistema ni adaptarse a él.

–Ahí también hubo un error de cálculo, porque cuando el Estado quebró a fines de los ‘90, ¿quién lo iba ayudar a sostener semejante estructura, si el propio sistema hacía que las deudas fueran creciendo de manera exponencial? Porque las obras sociales no le pagaban nunca, o le pedían coimas que él nunca aceptó pagar. Lo que vino a hacer a la Argentina era inviable desde el comienzo y él nunca lo vio. Cuando vuelve al país ya tenía un prestigio enorme en todo el mundo. Su primer “mecenas” fue Ángel Peco, que en los ‘70 estaba al frente de la asociación que nucleaba a los dueños de kioscos de diarios, lo que lo convertía en uno de los tipos más poderosos de la época. Estaba vinculado al peronismo y tenía muchos contactos con el establishment. Ese tipo se sentó con él y le dijo: “Doctor, usted si quiere va a ser presidente de la República”. Y Favaloro se creía todo eso. Los médicos que trabajaron con él lo primero que destacan es su ego superlativo. Pero ese mismo Yo era el que después lo hacía calcular mal muchas cosas, como creer que se iba a llevar puestas a las obras sociales. Por eso la Fundación fue inviable desde el primer momento y no al final, cuando el Estado quiebra, porque el edificio se hizo con fondos estatales, el terreno donde se construyó también se lo cedió el Estado durante la intendencia de Cacciattore.

–Por conseguir lo que quería apoyó a todos los gobiernos.

–Eso se explica porque para él sólo importaba su proyecto, que no sólo incluía a la Fundación sino un proyecto de país, que él pensaba debía organizarse en torno a la salud y la educación. Todo lo demás venía detrás. No hizo ninguna diferencia entre sentarse con Videla, Alfonsín o Menem. Para él los gobiernos eran circunstanciales y lo relevante era trabajar en pos de un proyecto que trascendiera todo eso. Puso en un lugar secundario quién era su interlocutor circunstancial, porque en su cabeza sus objetivos eran más importantes. La Fundación se construyó a base de compartir su prestigio, apareciendo en la foto con el político de turno, a cambio de los fondos necesarios para poner los ladrillos, para comprar los equipos, para pagarles a los médicos, para atender a todos esos pacientes que no tenían los recursos económicos para hacerlo, que fueron miles.

–Un juego de conveniencias mutuas.

–Sí, pero también un choque de incomprensión. Porque el país lo abrazó a Favaloro, pero nunca terminó de comprenderlo, de la misma forma que él tampoco terminó de entender cómo funcionaba el país.

–Su caída, entonces, no es responsabilidad de un gobierno en particular.

–Cuando se suicida, todo el mundo concentra la mirada en ese último gobierno, el de la Alianza, pero la realidad es que el Estado estaba quebrado y ya no había de dónde sacar guita para ayudarlo. De hecho, Roque Fernández, ministro de Economía de Menem, ya le había quitado el subsidio a la Fundación. Fijate la trascendencia que tenía su obra, que llegó a conseguir algo casi imposible: que una fundación privada fuera financiada con un subsidio incluido en el presupuesto nacional, impulsado por Domingo Cavallo. En ese momento la Fundación Favaloro recibía del Estado más guita que la Universidad de Buenos Aires.

–Es significativo que tuviera estos claroscuros que aparecen en otros personajes icónicos, de Perón y Evita a Borges y Maradona.

–Es que la Argentina también es claroscura, así que no creo que debamos alarmarnos demasiado por eso (risas). Me parece que en definitiva lo importante es el aporte que cada uno ha hecho, los gestos trascendentes de cada uno. Pero con Favaloro pasa otra cosa. Su decisión de quitarse la vida en parte tuvo el propósito de dejar un mensaje, algo que está vinculado a las características de su personalidad, al hecho de considerarse a sí mismo un referente ético. Quiso convertir su muerte en un mensaje y por eso dejó escritas varias cartas, en las que puso bien claro cuáles fueron los motivos que lo llevaron a tomar la decisión de matarse, vinculados a la corrupción y al fracaso de su proyecto. Sin embargo, los argentinos buscamos siempre otras razones. ¿Por qué no nos cierra su propia explicación? Porque Favaloro es un espejo en el que no nos gusta mirarnos. Porque implica tener que reconocer nuestros propios errores como sociedad y entonces queremos que haya otro motivo que explique su muerte.  

 

Vaivenes éticos de un héroe

-Favaloro tenía una idea muy estricta de la ética, pero en busca de sostener su obra a veces recurrió a prácticas objetables. ¿Era consciente de esa diferencia que a veces había entre lo que predicaba y la manera en la que accionaba para alcanzar ese fin sin importar los medios?

-Creo que eso es una consecuencia de la personalidad egocéntrica de alguien que sólo alcanza a ver su ombligo y se pierde la posibilidad de abrir una discusión o mirar otras perspectivas.

-Lo que pasa es que el ombligo que miraba Favaloro era tan grande que adentro cabía casi todo el mundo. ¿Será por esa generosidad que nunca perdió el enorme prestigio que todavía tiene?

-Absolutamente. Por eso digo que si bien tenía un ego tremendo, también tenía los recursos para sostenerlo. Favaloro se sube a la plataforma del héroe nacional cuando decide volver al país teniendo todo para hacerse rico en Estados Unidos. Rechaza ofrecimientos millonarios para venir a hacer algo por la gente. Creo que no hay un gesto de desprendimiento como ese en toda la historia Argentina. Él mismo vive su regreso como una épica patriótica y el imaginario argentino compra esa idea y se lo agradece, porque es un gesto poco común.

-Recién mencionaste el hecho de que la foto con Favaloro era una herramienta que utilizaba como moneda de cambio para negociar con todos los gobiernos. ¿A partir de eso es posible pensar que en realidad fue víctima de los propios monstruos que alimentó?

-Creo que esa es la parábola: el tipo construye algo dentro de lo cual termina encerrado y que lo empuja a un final trágico. Pero no hay que perder de vista que eso se da en el marco de una situación de beneficio mutuo. Favaloro era un tipo muy astuto e inteligente, capaz de leer el humor social para recalcular la dirección de sus acciones. Esa capacidad era lo que lo convertía en un gran operador. Pero nadie puede manejar todo y creo que a veces esa misma forma de ser no le permitía ver o palpar cómo eran las cosas realmente.