Marea Editorial

Para empezar el año leyendo

Propuestas de todo tipo para un 2022 con esperanza y con libros.

La verdad siempre se impone

31 de octubre de 2019, cumplo 40 años. Tal vez es la fecha. Tal vez es la idea de que otros escriban esta historia, que es la mía, lo que me da resquemor y me motiva a escribir. No creo que esta memoria pueda ser escrita, narrada o interpretada por otros, tampoco creo que pueda ser entendida. Me basta con contarla, pero prefiero contarla yo. En el desgarro. En la contradicción. En la angustia. En este intento por entender lo inentendible. En esta idea que me viene de purgar la tristeza a través de la palabra… y que no se purga. 

31 de octubre de 1979, nací. Era miércoles. En Córdoba, nací en Córdoba. Mi mamá tenía 22 años, mi papá tenía 27. Mi hermana Claudia ya tenía 2 años. Nací en dictadura, pero ni sabía, apenas que estaba naciendo. Nació Titi un año después, el día de la Virgen María –Virgen con mayúscula y con g, me enseñó mi mamá–, y después nació Ale, también en dictadura, en el 82. Las cuatro en dictadura, pero ni sabíamos, apenas que estábamos naciendo. Las cuatro mujeres. Lástima que no fuimos varones. Mi papá quería un varón. Se iba a llamar Martín, como San Martín. ¿Qué va a pasar con el apellido? Tendríamos que haber sido varones. Cuatro mujeres, las cuatro en dictadura, y un papá policía. 

Me hace cosquillas mi papá. Me cuenta el cuento de Colita de Algodón, el conejo que no hace caso y se lastima. Hay que hacer caso, hay que obedecer. Soy su vizcachita, cuando llega voy gateando a colgarme de su pantalón, me levanta en brazos, me abraza, me da besos y se ríe de mis dientitos. Es bueno mi papá. No quiero que se enoje, hago caso. 

En la escuela me enseñan a rezar. “Creo en Dios padre todopoderoso creador del Cielo y de la Tierra”. 

Vamos a pescar, y juntamos almejas en la playa. Mi papá me da la mano y vamos a saltar las olas. Me dan miedo las olas, son grandes y me arrastran. Pero estoy con mi papá, él me da la mano y me cuida. Me hace cosquillas. 

Me voy a casar y voy a tener hijos, igual que mi mamá, igual que la nona. Voy a ser maestra también. Y psicóloga, pero todavía ni lo pienso. Pasan los años, son años de impunidad, mi papá me dice que me quiere. 

Soy maestra, soy mamá. Estudio Psicología. ¿Cómo que hay gente que no cree en Dios?... pobres, nadie les contó. Me gusta Freud, me encanta. Freud es subversivo, pero no sabía. No sabía que pensar distinto podía ser algo malo, que querer cambiar las cosas es peligroso. Por eso no tengo que tener faltas de ortografía. Me casé y tuve un hijo: lo que había que hacer. Un hijo varón, Gino. Lindo Gino. No tiene mi apellido. Se acaba la impunidad, corre el año 2004. 

Papá está preso, no te asustes. Es 31 de agosto de 2005, el día de San Ramón Nonato, patrono de niños y embarazadas. Y papá está preso. No entiendo, lloro. 

No saber. Otra vez no entender. No poder. No querer. Me quiero quedar en Sagrada Familia. Una pregunta, miedo a formularla. Miedo a la respuesta. “Creo en Dios padre todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra”.

Un papá preso acusado por crímenes de lesa humanidad. La verdad latente, potente, en pugna. Los ojos cerrados, apretados. No poder. No querer poder. 

¿Qué tienen que ver la tortura, los secuestros, los desaparecidos con mi papá? Nada. ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué dicen? No entiendo. Mi papá es bueno, es mi papá. La verdad insiste. Duele saber. Es mi papá, yo lo quiero a mi papá. Él no. Hay un error, se equivocan, es mi papá. No entienden. Yo entiendo, mi papá me explica. Yo creo, y me enseñaron a rezar. Y me enseñaron los mandamientos. “Honrarás a tu padre…”.