Marea Editorial

Pasados violentos y exploración literaria del perpetrador nazi

La representación ficcional del pasado traumático y de figuras históricas ligadas a procesos genocidas abre una secuencia de preguntas sobre los abordajes éticos y estéticos de la ficción literaria. En esta reseña, el autor presenta dos obras literarias argentinas recientemente publicadas cuyo protagonista es Adolf Eichmann. ¿Cómo narrar la vida ‘argentina’ de quien fue responsable del exterminio sistemático de los judíos europeos? ¿Qué particularidades se observan en la representación de los perpetradores por parte de autores argentinos cuyos antepasados sobrevivieron al nazismo.

Los villanos pueblan las historias contadas en la literatura desde su inicio, muchas veces asociados con connotaciones ideológico-políticas. El rol protagónico de los criminales responsables de la maquinaria de exterminio nazi en la literatura es relativamente nuevo. Fuera de Alemania, más allá del “país de los perpetradores” y de sus generaciones posteriores, se publicaron en los últimos años varias narraciones literarias cuyos protagonistas son criminales nazis. La exitosa novela de Jonathan Littell, Les bienveillants (2006; Las benévolas), es un ejemplo que marcó un hito en las imaginaciones literarias, centrándose de manera provocadora en los sentimientos y la vivencia de un personaje ficticio convencido de la ideología nazi. El francés Olivier Guez toma al sádico médico del campo de concentración de Auschwitz, Josef Mengele, como protagonista en La Disparition de Josef Mengele (2017). En los últimos años aparecieron en la Argentina dos novelas que hacen del nazi no renegado Adolf Eichmann el personaje central de su relato: El desafortunado, de Ariel Magnus (Seix Barral, Barcelona / Buenos Aires, 2020) y Querido Eichmann (Marea Editorial, Buenos Aires, 2021), de Marcos Rosenzvaig. El rango de las imaginaciones literarias de perpetradores nazis es vasto, la modelación de los personajes, la psicología y el accionar de estos personajes ficcionalizados (Eichmann y Mengele en Guez, Magnus y Rosenzvaig) y ficticios (el protagonista de Littell) puede ser leída como síntoma cultural de las percepciones del pasado criminal nazi.

Las artes narrativas hacen importantes contribuciones en la imaginación y representación de pasados, acontecimientos y conflictos violentos. Gracias a la licencia poética, pueden lograr en su  evocación de estas constelaciones conflictivas de violencia una complejidad que los discursos políticos o públicos cotidianos no tienen y/o tampoco pretenden tener. La ficción literaria permite plasmar las vivencias de los actores, de los perpetradores y de las víctimas, contar los afectos y las imaginaciones, profundizar imaginativamente las vivencias y los sufrimientos en sociedades fragmentadas y heridas por conflictos violentos. En el caso del País Vasco, por ejemplo, marcado por una extensa época de violencia con fuertes fragmentaciones ideológico-políticas, las artes narrativas articulan en la época del pos-conflicto nuevas perspectivas, ambivalencias y umbrales que se escapan a los discursos públicos, muchas veces impregnados por preconceptos ideológicos (véase el ensayo El eco de los disparos. Cultura y memoria de la violencia, de Edurno Portela, 2016). Está claro que, en los casos de conflictos bipolares y asimétricos dentro de determinadas sociedades, como en el caso vasco, las narrativas del pasado violento, del sufrimiento y de las posibles perspectivas de la reconciliación son estructuralmente diferentes que en casos en que la violencia tiene carácter unidireccional y genocida. En aquellos casos, las posiciones de “perpetrador” y “víctima” conllevan implicaciones esencialmente diferentes, lo que se refleja también a nivel de los mundos creados por la ficción literaria. Las imaginaciones artísticas de los pasados violentos unidireccionales (como es el caso de la Shoah, en que los lugares “perpetrador” y “víctima” son inequívocamente definidos por los crímenes) también pueden provocar debates, sobre todo en cuanto a la idoneidad de las representaciones de los perpetradores, es decir, los responsables y representantes del mal, de la violencia y del odio.

La cuestión de cómo convertir a los personajes históricos vinculados con determinados crímenes monstruosos en objeto de la ficción literaria toca indudablemente problemas tanto estéticos como éticos: ¿cómo plasmar y narrar la vida ‘argentina’ de Adolf Eichmann, individuo indudablemente implicado en el exterminio sistemático de los judíos europeos? ¿Cómo colocar a su personaje y su intimidad en el centro de la narración? Las dos novelas que abordan el tiempo de Eichmann en la Argentina ­–donde vivió entre 1950 y 1960, en una situación semi-clandestina, sin mayores complicaciones–, son escritas por autores argentinos, cuyos antepasados (en parte) pudieron escaparse de la persecución del antisemitismo nazi.

La ficción de Rosenzvaig está ambientada en Tucumán, región de donde es oriundo el autor y donde Eichmann vivió cuando trabajaba, como otros alemanes refugiados, para la empresa estatal CAPRI. En este espacio establece un diálogo con las fantasías delirantes sobre la huida de Hitler a la Argentina, el “oro nazi”, las armas excepcionales y la lucha por una resurrección del Cuarto Reich en Argentina, imaginarios que siguen produciéndose y vendiéndose en el mercado, tanto local como internacional. La referencia a estas abstrusas imaginaciones, rumores sobre la residencia de Hitler en la Patagonia y la ilusión de que, con la ayuda de ovnis y nuevas armas, se lograría fundar el Cuarto Reich en el norte de Argentina, están presentes en las mentes de los principales personajes: el fiel nazi Eichmann y sus seguidores, tres trabajadores del campo y sus ayudantes en la empresa. Eichmann se embriaga con la visión de una refundación del nazismo en Tucumán y transmite sus fantasías megalómanas a su “tropa”. Cada parte de esta constelación, los actores y sus pensamientos, aparecen ridiculizadas por el autor. Mientras sus seguidores representan un colorido local, el protagonista Eichmann está presentado desde su interioridad: el lector sigue a sus vivencias y percepciones narradas en primera persona. El personaje es idiosincrásico, sus perversas fantasías sexuales y misantrópicas muestran un carácter miserable en que además persiste el deseo de exterminio, el antisemitismo y el furor nacionalsocialista.

El desafortunado, de Ariel Magnus, también trata de la “segunda vida” de Eichmann en la Argentina. Abarca varias de sus diversas estancias de Eichmann, cuenta sobre sus andares en la sociedad argentina contemporánea, sus más o menos desafortunados emprendimientos (como su empleo temporal como criador de conejos) y sus contactos con la comunidad alemana local (o, más precisamente, con otros “viejos” nazis). También se lo muestra, en su papel de hombre de familia, como personaje autoritario que se guía estrictamente por valores como la lealtad y la obediencia. En la relación con su mujer es un patriarca brutal que traspasa fácilmente sus límites, llegando incluso a agredirla físicamente. Sus procesos mentales están en primer plano, aunque el narrador permanece en la distancia narrativa de la tercera persona. Magnus comentó en una entrevista que esta distancia era importante para él porque ni pudo ni quiso acercarse demasiado a este personaje histórico ficcionalizado, por ejemplo, a través del uso de la perspectiva narrativa de la primera persona. En un anexo de su novela, el autor menciona los textos historiográficos que consultó: fue tanto el material que durante bastante tiempo tuvo pesadillas.

El Eichmann de Magnus también muestra múltiples rasgos psicopatológicos. Sus ideas obsesivas de ordenar y organizar su entorno remiten a su función como “organizador principal de la Solución Final”. Al mismo tiempo, le sobrevienen repetidamente destellos de memoria, y vuelven a su mente escenas del mundo concentracionario y recuerdos de su “trabajo” en el régimen nazi. Estos flashbacks son provocados por mínimos detalles en situaciones cotidianas, como las nubes de humo de la barbacoa del vecino, que le evocan a los crematorios. Al centrarse en el protagonista y en su vida interior, la novela dibuja el psicograma de un personaje neurótico que sigue pensando en función de su delirio antisemita. El Eichmann de Magnus tiene una personalidad débil, ya que depende mucho del reconocimiento de su entorno. Esto se pone de manifiesto cuando, en un círculo de antiguos nazis reunidos en Buenos Aires, intenta impresionar a los presentes con comentarios sobre su concienzudo manejo de la “cuestión judía”. La concepción narrativa de la figura de Eichmann también saca a la luz facetas que la filósofa Bettina Stangneth ha elaborado en su obra Eichmann vor Jerusalem (2011; Adolf Eichmann. Historia de un asesino de masas, 2014). En este estudio sobre la época de Eichmann en Argentina, Stangneth trabajó con materiales que le permitieron refutar la interpretación popular de Eichmann (también basada en los escritos de Hannah Arendt) como un pensador perezoso y un simple burócrata banal: Eichmann era culto, acumulaba conocimientos sobre sus enemigos políticos, sabía muy bien en qué proyecto criminal estaba metido y estaba entusiasmado por poner sus convicciones en práctica.

Ambas novelas se agregan a la larga lista de representaciones literarias de personajes de nazis en la literatura latinoamericana –y, específicamente, argentina–. En realidad, la cercanía narrativa con un sujeto nazi no es tan novedosa: cabe recordar el cuento “Deutsches Requiem” de Jorge Luis Borges de 1946 (!), donde aparece expuesto el monólogo interior de un nazi ficticio, Otto Dietrich zur Linde, en la víspera de su ejecución. Sin embargo, las novelas de Magnus y Rosenzvaig son innovadoras porque convierten a la figura mediocre de Eichmann en el centro de una narración literaria que explora su interioridad. Rosenzvaig opta por la exageración: muestra un Eichmann obsesionado por perversiones sexuales y fantasías misantrópicas, crea un personaje en el que lo monstruoso y lo miserable se entremezclan. Este autor recurre, además, a los mitos de la misteriosa presencia y continuidad de los nazis en la Argentina. Mientras tanto, Magnus explora la idiosincrasia de Eichmann a partir de informaciones históricas concretas sobre su estancia en la Argentina, pero también sobre su biografía criminal. Incluye datos biográficos y las reflexiones del mismo Eichmann, extraídas de sus textos autobiográficos. El personaje nazi de Magnus es complejo y, al mismo tiempo, aparece empequeñecido: no quedan rastros de una supuesta grandeza o importancia histórica. En un tono humorístico, y hasta sarcástico, la narración lleva a cabo una destrucción sutil del personaje histórico y de los mitos con él asociados. En ambas novelas, el personaje de Eichmann, muchas veces representado faroleramente como “gran oligarca nazi” y exagerada su importancia en el régimen nazi, es reducido a un desafortunado, lleno de complejos y resentimientos, que sufre una perdida de poder después del nazismo ­–o, en el caso de Rosenzvaig, es un sádico perverso, todavía ilusionado por el nazismo y convencido de su misión ideológico-histórica. Estas representaciones de Eichmann agregan una nueva figura a la iconografía literaria de los criminales nazis. La exploración narrativa e innovadora del Holocausto y de los perpetradores nazis, que, en la Argentina, Borges inauguró de manera genial con “Deutsches Requiem”, encuentra su continuidad con estos personajes ficcionalizados de Eichmann en Argentina.

La novela de Magnus cierra con un epílogo autoficcional, en el que la voz del escritor reflexiona sobre la obra realizada en relación con el sufrimiento que el nazismo dejó en su propia historia familiar. Surgen temas tanto subjetivos como éticos: cómo lidiar con los posibles mandatos familiares y la propia implicación del yo, y cómo responder al desafío ético-estético de abordar literariamente la vida de un criminal nazi cuyas acciones están vinculadas con las persecuciones y el sufrimiento padecidos por la propia familia. Su complejo e innovador relato entreteje ficción, novela historiográfica y narrativa de la memoria. Asimismo, por medio de un tono sarcástico, lleva a cabo una destrucción literaria del personaje histórico. De esta manera, Magnus juega simultáneamente en el campo tensionado de las memorias de la Shoah y las perspectivas de la “tercera generación” de sobrevivientes.