Marea Editorial

"En el rock argentino, las mujeres siempre estuvieron ahí, pero fueron borradas de la historia"

Romina Zanellato nos entrega la crónica de las rockeras en un libro.

Romina Zanellato es una periodista especializada en música, feminismo y autora de Brilla la luz para ellas / Una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2019. En esta entrevista reflexiona sobre su libro que cuenta la participación femenina a lo largo de la historia de un género que, a pesar de surgir revolucionario y contracultural, fue dominado desde sus inicios por hombres. “Con mi trabajo no tuve la pretensión de contar la historia de todas las mujeres músicas, sino mas bien intenté sacarlas de un injusto anonimato”, sostiene.

—¿En qué momento y por qué se encendió la idea de escribir Brilla la luz para ellas?

—El libro nació porque era el que quería leer y no podía encontrar. No existía. Por eso, cuento en la introducción que hubo un momento en el que me di cuenta que no tenía una completa noción de la genealogía de las mujeres en el rock. Y como trabajo como periodista feminista especializada en música, sentí una enorme irresponsabilidad de mi parte por no tener pleno conocimiento de la trayectoria de todas esas artistas. Entonces, me puse a buscar material al respecto y no lo pude hallar. Sólo había un único trabajo ya descatalogado que me costó mucho conseguir de una colega nuestra, Karim González, que lleva por título Mina de rock (1997). Que obviamente por el tiempo que transcurrió desde la fecha de edición y nuestros días, hay una larga parte de la historia que no incluye. Así que me dije a mí misma: “La tengo que escribir yo”.

—Teniendo en cuenta que es un texto de casi 450 páginas, ¿cuánto tiempo te llevó terminarlo y cómo fue el proceso de escritura?

—Me llevó más o menos dos años poder terminarlo. Hubo al principio todo un momento de investigación que consistió en comprar, leer mucho sobre el tema y escuchar una gran cantidad de discos en los cuales nunca antes había reparado. También construí una línea de tiempo que tenía pegada en la pared como si fuera una tesis. Y consulté, además, ediciones de Expreso Imaginario, Pelo y La Semana Gráfica, todas revistas de aquel tiempo. Tengo 36 años, así que la experiencia fue como buscar para atrás lo que no viví y que de alguna manera era una historia inaccesible para mí. Entonces, resultó una etapa muy linda a la que le dediqué días y noches. Y la verdad, la disfruté muchísimo. Después empezaron las más de cincuenta entrevistas que realicé y finalmente la escritura, que no es sólo el registro de las mujeres músicas, sino que también es un repaso de managers y fotógrafas. Porque si bien no pretendí contar la historia de todas, sí quise al menos intentar sacar a muchas de un injusto anonimato.

—¿Cómo pensaste el recorte temporal de tu investigación y qué fue lo que quisiste reflejar en el trabajo?

—Por mis intereses y mi formación me interesaba hacer un camino paralelo a la historia de los movimientos feministas y los conceptos sociales existentes en los distintos momentos de la historia. El libro abarca un periodo que va desde 1960 hasta 2019, cuando en ese año Marilina Bertoldi se quedó con el Gardel de Oro por su disco Prender un fuego (2018) y dijo al momento de recibir el galardón: “La única persona que hasta aquí no era hombre y ganó este premio fue Mercedes Sosa hace 19 años, y hoy me toca a mí, una lesbiana”. Entonces, para poder explicar ese discurso, yo tenía que contar de alguna manera qué significaba esa posición política identitaria que Marilina tomó. Por eso, para poder expresar esa cruza total de los feminismos con las músicas tenía que narrar la historia de los movimientos. Esto significó un proceso de escritura muy largo y de estudio muy profundo que me costó sintetizar. De hecho, llegó un momento en que tuve que cortar porque había escrito mucho más.

—De aquella primera y fundacional etapa, ¿con quiénes pudiste hablar y aportaron testimonios para el libro?

—De aquella época con Carola (Kemper) conversé en varias oportunidades, y con Gabriela (Parodi) intercambiamos mails. Cristina Plate, por su parte, se negó a participar del libro y, a través de su hija, me contestó que no le interesaba hacer ningún tipo de revisionismo. También pude hablar con la familia de Mirtha Defilpo, fallecida en 2011, con las poetas Diana Belessi y Niní Bernardello, y con Liliana Vitale y María Rosa Yorio.

—Un punto de contacto entre el rock interpretado por una mujer y el feminismo podría ser “Voy a dejar esta casa papá”, la canción de una pionera del género como Gabriela. ¿Coincides con esta apreciación?

—Totalmente. “Voy a dejar esta casa papá”, la canción que abre el primer disco homónimo de Gabriela en 1971, es súper emblemática. Además, ella fue la primera que grabó un álbum entero corriendo, en cierto modo, con la fortuna de acceder a un estudio de grabación por ser, en aquel tiempo, la pareja de Edelmiro Molinari, cosa que quizás el resto de las otras mujeres de la época que también hacían música, no tuvieron. De todos modos, una vez separada del guitarrista de Almendra y Color Humano, hizo varios discos más y su carrera solista continuó siendo reconocida en otros países, mientras que acá prácticamente nunca se habló del material que iba sacando. Por eso, creo que se la borró prácticamente de la escena y se la deslegitimó.

—Hubo otros ejemplos de mujeres que tuvieron reconocimiento sólo por ser la mujer de…

—Sí, lo mismo pasó con Carola, quien fue mujer de Carlos Cutaia, tecladista de La Máquina de Hacer Pájaros y Pescado Rabioso, y también con María Rosa Yorio, quien integró Porsuigieco y que, al separarse de su pareja, Charly García y dejar el proyecto Los Desconocidos de Siempre, junto a Nito Mestre, se quedó sin acceso a los estudios de grabación. Recién pudo editar Con los ojos cerrados, su primer disco solista, en 1980. Es decir, todas esas mujeres pudieron grabar mientras eran las novias de músicos reconocidos. Entonces, ese es el factor clave que atraviesa a las primeras damas del rock que hicieron grandes obras. De todos modos, ellas lograron algo muy interesante que fue que su música era directamente producto de sus experiencias como mujeres. Por otra parte, hay que decir que hubo desde siempre poco espacio para esas expresiones dentro de la música. En ese momento, a lo largo de la historia, y hasta el presente.

—Y de otra pionera como Cristina Plate, ¿qué nos puedes contar?

—Cristina Plate fue otra de las artistas borradas de la historia siendo la primera mujer que hizo un single y participó de la escena rockera de la mano de Mandioca. Y que fue apenas mencionada entre esos otros grandes nombres como Los Abuelos de la Nada y Manal, que también formaron parte de la presentación del mítico sello creado por los productores Jorge Álvarez, Pedro Pujó, Javier Arroyuelo y Rafael López Sánchez en 1968.

—Una novedad que encontré en tu libro, al menos para mí, es que además trae hacia el final un playlist de canciones interpretadas por mujeres con tu curaduría.

—La última página del libro tiene un código QR para escanear con el teléfono celular que accede a una lista de reproducción (playlist) que seleccioné de Spotify con 9 horas de canciones. Por eso digo que el objetivo del libro no es sólo poner luz en todas esas mujeres que siempre estuvieron ahí y que fueron borradas o minimizadas de la historia; también quiero que la gente pueda tener esa misma experiencia de escucha que tuve, y que para mí fue tan maravillosa y satisfactoria. De ahí que me atrevo a soñar con que las nuevas generaciones “reversionen” algunas de estas artistas que fueron olvidadas para poder traerlas al presente. Me gustaría que Lucy Patané o Laura Trama, por ejemplo, hicieran una canción de Diana Nylon o que Marilina Bertoldi interprete a Gabriela. Sería algo increíble.

—¿Te asumes como una mujer rockera en cuanto a gustos musicales?

—Totalmente, porque desde que fui adolescente allí en Neuquén, donde nací, escucho rock todo el tiempo. Crecí en los noventa y mi educación musical fue con artista como Nirvana, PJ Harvey y nuestra María Gabriela Epumer. Después, y ya viviendo en Buenos Aires, conocí muchas otras cosas. Empecé la facultad y escribí sobre música por primera vez, que era lo que a mí me gustaba. Al principio hacía reseñas que me servían para poder ir a los recitales. Así, me fui perfeccionando hasta llegar a dedicarme a la escritura de manera profesional. Conocí a Los Gatos y me hice fan de Charly, Sumo, Los Redondos y Soda Stereo. Todos grandes nombres del rock nacional en donde también había un montón de mujeres que estaban cerca y de las cuales no sabía nada. Por eso, fue muy placentero para mí descubrirlas y que me abrieran tanto la cabeza contándome cómo fue vivir aquellos años.

Rock y feminismo

—Alguna vez Cristina Dall, intergrante de Blacanblus, me dijo que a ellas, al principio, les costó hacer pie en el mundo del blues de principios de los noventa, no sólo por el hecho de ser mujeres sino porque, además, cada una de las cuatro integrantes del grupo tenía características que profundizaban aún más esa dificultad. Había una negra, una judía, una originaria y una lesbiana. ¿Qué reflexión te merece esto?

—Que el movimiento en donde yo me siento representada es el feminismo transversal, donde la opresión no termina por el solo hecho de ser mujer. Estoy consciente de que soy una privilegiada al ser de clase media, blanca y que siendo neuquina pude acceder a una carrera universitaria. Pero, de todos modos, me reconozco a mí misma como sujeta de opresión ineludiblemente al tener esos beneficios y esas posibilidades. Nací en un sistema machista que oprime y más a las que tienen otras situaciones que las ponen en más desventaja. Entonces, el feminismo que integro y en el que me gusta encauzarme, tiene también la mirada puesta en la raza, clase y origen. Para de este modo estar atentas, detectar y poder ver en mis compañeras que no para todas es lo mismo. Mi situación, por caso, no es igual a la de otras mujeres con otras identidades, clases sociales y que viven en otros lugares. Darnos cuenta, además, no sólo de las otras opresiones, sino de que una de nosotras puede estar siendo sujeto opresor sin saberlo, sería más terrible todavía.

—Muchas veces el público rockero es el principal responsable del maltrato hacia las mujeres músicas, ¿cómo crees que se pueda revertir esta situación?

—Creo que muchas veces los y las responsables de porqué el público actúa de esa manera somos nosotros-nosotras, los y las periodistas de rock. Porque hay algo que absolutamente todas las mujeres que entrevisté en las más de 50 notas me dijeron: que nunca se sintieron postergadas por sus colegas hombres. Sino que todas las veces que sufrieron discriminación e incluso abuso, fue por grandes productores de la industria musical y periodistas del medio que, una y otra vez, las ningunearon, desprestigiaron y, hasta te diría, les hicieron bullying en sus respectivos programas de radio y/o televisión.

—Hablaste de los y las periodistas y los medios de comunicación como personas y espacios que deberíamos hacer docencia y mostrar a todos y todas el valor y la calidad de cantidad de chicas que tienen música para mostrar y cosas por decir. Y si encima la revista más conocida de rock en nuestro país como es Rolling Stone recién pone en tapa por primera vez a Fabiana Cantilo con casi 60 años de edad, la verdad se hace muy difícil.

—Fabiana Cantilo en el libro lo dice también. Cuando recién pudo hacer su sexto disco solista llamado De que se ríen (1998), donde todas las canciones son de su autoría y ella misma eligió a Ulises Butrón como productor, se terminó poniendo a las discográficas en contra. Además, había periodistas como Mario Pergolini que se burlaban de ella en la radio mientras picaba el álbum y decía al aire: “No vas a poder Fabi”. Es decir que la única artista mujer que pudo llegar al mainstream sufrió también graves hechos de violencia. Hubo una historia muy injusta para con las músicas que lo único que siempre quisieron hacer fue componer y cantar sus propias canciones. Por eso, creo que la fortaleza que tienen chicas como Lucy Patané y toda esta nueva generación es que en principio motivaron un diálogo intergeneracional que les dio la seguridad de que no están solas. Lo que está haciendo Lucy, por ejemplo, es poner a disposición de su comunidad de colegas una experiencia. Con ese movimiento, que es sumamente político, con esa actitud, lo que intenta es mostrarles a las demás es que no están solas, que quizás a todas les esté pasando lo mismo. Entonces ahí hay una fortaleza colectiva que es la que no existía antes y que tal vez le faltó a Cantilo. No había una conciencia de que eso, lo que ella vivió, era violencia.

—La industria también contribuyó con este desamparo que sufrieron nuestras damas del rock.

—Claro, muchas veces desde la propia industria se generaban competencias, no había solidaridad. Los máximos responsables decían: “Ya tengo una mina en el sello discográfico o en el cartel de un festival. No necesito poner más”, con esa idea absurda y falaz de que las mujeres no venden y que también repitió hace poco tiempo José Palazzo y por la cual debió pedir disculpas públicas. El productor del Cosquín Rock puso en tela de juicio el talento de las artistas sin comprender que esto es sólo una parte del éxito de un músico. La otra es cuánto se invierte para que ese material tenga difusión y la producción que requiere. Nosotras sabemos muy bien que si una mujer quiere hacer su disco y, al mismo tiempo, tiene que atender a su bebé y trabajar para pagar el alquiler, es probable que tenga menos chances de lograrlo sola. Teniendo, además, que organizar sus propias fechas. En cambio, si eres un pibe de clase alta al que le gusta tocar la viola y tiene una banda, siempre aparece alguien con un apellido importante, le da un montón de dinero y le simplifica las cosas.

—En una entrevista, Celsa Mel Gowlnad me contó que, por ejemplo, Patricia Sosa, cuando estaba al frente de la Torre en los ochenta, con el tiempo le confesó que, sin darse cuenta, ella se había masculinizado para poder integrarse una escena dominada por hombres.

—Masculinizarse era como una herramienta que tenían las mujeres músicas para poder sobrevivir y que, a su vez, le permitían hacer lo que querían hacer. Así que como estrategia me parece más que válida.

—Hace unos días, Lucy Patané escribió en sus redes sociales el maltrato que recibió de parte del público mayormente masculino por haber subido a YouTube un cover de una banda de los ochenta. ¿Cómo hacer para quebrar esa mirada tan prejuiciosa?

—Sucede también que mucho público no critica por prejuicio, sino porque no conoce el material de estas mujeres como Lucy Patané; quien no tienen, como dije antes, la difusión ni el espacio como si gozan los hombres. Por esto es por lo que hay que pelear también, por más igualdad de oportunidades. La ley de cupo, por ejemplo, ni siquiera plantea una equidad sino un 30% de presencia femenina en festivales. Por lo cual hay que hacer valer los derechos ya adquiridos. Y no lo tienen que hacer solo las artistas, sino que también es una tarea nuestra, de los y las comunicadores y comunicadoras.

—De todos modos, ese público, que también somos nosotros-nosotras, deberíamos ser más responsables y tolerantes.

—Creo que todos y todas como parte de un gran público tenemos una responsabilidad. Y como femineidad, nosotras las mujeres, tenemos otra, que es la de intentar visibilizar a nuestras compañeras y así poder aportar una mirada desprejuiciosa sobre la obra de los y las demás. Y también la de tener, por ejemplo, una actitud más firme para poder hacer cumplir la ley de cupo, por dar un ejemplo. Para que nuestros derechos adquiridos se establezcan como una normatividad y no requiera de la fiscalización de nadie.

—La última, ¿ya pensaste como será la presentación oficial de Brilla la luz para ellas?

—Claro, la idea es poder hacer algo presencial en algún momento cuando todo esto de la pandemia pase. Para que también puedan tocar algunas de las músicas que participaron del libro.