Marea Editorial

Historias de vida detrás de las puertas cerradas del trabajo doméstico

Desde relatos clásicos como Cenicienta hasta obras modernas, la literatura y el cine han reflejado la vida de trabajadoras domésticas, subrayando desigualdades. Autores de clase media han explorado el mundo del servicio doméstico, pero voces como la de Mary Núñez aportan una perspectiva auténtica y necesaria. Por Alejandro Cánepa

“La chica que me ayuda en casa” es una muletilla todavía en uso para aludir a una trabajadora doméstica que limpia baños, tiende camas, barre pisos y lava platos y que probablemente trabaje sin que sus empleadores les hagan sus aportes. La parte del “me ayuda” borra la importancia del rol de ella y al mismo tiempo jerarquiza al de su patrona, que se supone por la frase que realiza lo principal y que la empleada solo la auxilia. Una nueva reedición de Nunca delante de los criados. Retrato fiel de la vida arriba y abajo (Periférica), escrito originalmente en 1973 por el periodista inglés Frank Victor Dawes, permite repasar cómo distintos libros y obras audiovisuales buscaron representar el mundo de criados, mucamas, cocineros, institutrices y demás puestos, siempre colocados en un lugar subalterno. Como dato reciente, según datos publicados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Argentina el 77 por ciento de las trabajadoras domésticas no está registrado en regla por sus empleadores.

Cenicienta, el famoso relato de Charles Perrault y publicado en 1697, es uno de los moldes clásicos que dejaron huella en la cultura popular sobre historias protagonizadas por mujeres sometidas a trabajar en las casas de otros. Ya en el siglo XIX, las hermanas Brönte daban vida en sus obras a temibles institutrices, y Gustave Flaubert, en Un corazón sencillo, en 1877, le daba un rol estelar a Felicité, una criada modesta que vivía en la Normandía rural de aquella época.

Ya en el siglo siguiente, entre otros P.G. Wodehouse les dio relieve a distintos mayordomos en sus novelas humorísticas, tal como recuerda Dawes. Otro hito, ya amasado al calor sociales de los 60, es En el piso de abajo. Memorias de una cocinera inglesa de los años 20, donde su autora, Margaret Powell, le pasa el trapo, con crónicas incisivas, a sus patrones de la capital británica. Publicado en 1968, la obra sirvió de base para las series televisivas Downton abbey y Arriba y abajo.

En 1985, la canadiense Margaret Atwood publicó su novela El cuento de la criada, en donde las mujeres, en un futuro distópico, son reducidas a ser apenas incubadoras y esclavas. La obra inspiró una película, estrenada en 1990, y una serie, en 2018. A nivel de films, se puede recordar Historias cruzadas, de 2011, basada en la novela Criadas y señoras, de Kathryn Strockett, publicada en inglés en 2009. Y es insoslayable Roma, también de 2018, del mexicano Alfonso Cuarón, que narra la historia de Cleo, una trabajadora doméstica de una familia de clase media del DF.

En 2001, salió por Anagrama Una historia verdadera basada en mentiras, de la estadounidense Jennifer Clement, que cuenta la historia de Leonora, una trabajadora doméstica sometida sexualmente por su patrón, y de Aura, la hija de ese vínculo. En 2017, otra estadounidense, Lucia Berlin, deslumbraba con Manual de mujeres de la limpieza, un volumen de cuentos centrados en distintas empleadas que trabajaban en casas, también publicado por Anagrama.

Ideas

En el plano del libro periodístico, se puede rescatar Se nos fue María y mi vida es un caos, de Jessica Fainsod, de 2008. Y Puertas adentro. Una crónica del trabajo doméstico (Marea), escrito por las periodistas Camila Bretón, Carolina Cattáneo, Dolores Caviglia y Lina Vargas, en. 2022. A nivel latinoamericano, en 2013 salió De criadas y sirvientas a mujeres trabajadoras. Relatos Periodísticos del Trabajo Doméstico en América Central y México, proyecto que promovió la Fundación FES – Friedrich Ebert Stiftung, y que se puede descargar en forma gratuita desde el sitio de la organización, https://library.fes.de/pdf-files/bueros/fesamcentral/10123.pdf-

La academia también le ha prestado interés al trabajo realizado por las empleadas domésticas. Por caso, en 2018 salió Senderos que se bifurcan. Servicio doméstico y derechos laborales en la Argentina del siglo XX, de Romina Cutuli y Débora Garazi. En ¿Cada una en su lugar? (Biblos, 2018), las expertas Débora Gorban y Ania Tizziani vuelcan las indagaciones, reflexiones y aprendizajes de una investigación de más de nueve años sobre los diferentes aspectos de la experiencia de trabajo de las mujeres que se desempeñan en él y la particular relación que las vincula con sus empleadoras.Y en 2021, un investigador (dato destacable porque son pocos los hombres que se dedican a ese tema), Santiago Canevaro, publicó por Prometeo Como de la familia. Afecto y desigualdad en el trabajo doméstico.

En primera persona

Con frecuencia, las obras que abordan la vida de las trabajadoras domésticas han sido realizadas por autoras y autores de clase media, sin vínculo familiar con aquellas. Una de las excepciones es la del propio Dawes, hijo de una madre que había trabajado como empleada en casas particulares durante muchos años. Aguijoneado por ese antecedente, en 1972 planeó junto a otro amigo periodista reconstruir las vivencias del trabajo doméstico en la Inglaterra del Siglo XX y para eso publicó una convocatoria en un diario para el que trabajaba. En Nunca delante de los criados, reconoce que calculó que le iban a llegar unas cuarenta cartas con testimonios de mucamas, criados y patrones; le llegaron 700.

En el libro, Dawes ilustra cómo, al menos en Inglaterra, hasta las primeras décadas del siglo XX toda familia de clase media tenía una empleada doméstica “cama adentro”. Hacia 1931, trabajaban en ese sector más de un millón de personas. Durante buena parte del siglo anterior y comienzos del siguiente, criados, mucamas y cocineras tenían que dormir en altillos o buhardillas, y durante el día solían que tener que cumplir sus labores en los pisos inferiores o directamente en sótanos. Por supuesto, tenían puertas y escaleras diferentes (y más incómodas) que las de los dueños de las casas, para que estos no se las cruzaran. “No era exactamente esclavitud, pero se debían por completo a la jerarquía interna”, confesaba en el libro Lord Bath, que añoraba el pasado en el que su mansión inglesa rebosaba de lacayos.

La escritora sudafricana Sindiwe Magona es de las pocas mujeres de letras que puede acreditar haber trabajado en el servicio doméstico. Después de trabajar por años en ese oficio, pudo completar sus estudios en Estados Unidos y dedicarse además al activismo por la igualdad de género. Ha escrito novelas, obras de teatro y poemas, y dos autobiografías, en donde cuenta su historia.

Pero no hace falta irse tan lejos. Mayra Arena, instalada como consultora política y militante peronista, recordó en su famosa charla TED y en sus libros autobiográficos: “Fui cama adentro varios años en varias familias”. Claro que su presente es bien distinto, aunque ella no reniega de ese pasado.

Tomar la palabra

¿Pero hay un testimonio en primera persona de una trabajadora doméstica que siga en actividad? Si se cruza el Río de la Plata, está Mary Núñez, nacida en Artigas en 1966 y afincada en Montevideo desde 1987. Desde entonces nunca dejó de trabajar de empleada en casas. En 2018 publicó Domésticas o esclavas, por Doble Clic Editora.

“Hoy tengo tres trabajos, uno de ellos es con la familia que me dio mi primer trabajo en Montevideo, en 1987. El año que viene espero jubilarme”, dice Núñez a Ñ. El disparador del libro fue una situación vivida en otro trabajo: había pedido que le aumentan el sueldo y los empleadores, como venganza, se lo bajaron. Luego, en una cena, la humillaron delante de cuarenta personas, gritándole “por un pedazo de molleja del asado que estaba haciendo yo en la casa del hijo del patrón”. La echaron y decidió volcar lo que vivían ellas y muchas otras trabajadoras domésticas en su libro.

“Hay buenos y malos empleadores”, concede, “como hay también buenas y malas empleadas”. De sus experiencias negativas, las más frecuentes eran “maltratos, ninguneos y lo principal, cuando no hacen los aportes que tienen que hacer”. Ella milita en el sindicato uruguayo de trabajadoras domésticas, reconoce que lee “poco, por falta de tiempo”, y recuerda que sus primeras lecturas fueron obras de Biran Weiss, de Isabel Allende y la Constitución de su país. Ya publicó un segundo libro, sobre relatos de violaciones, y está en marcha un tercero, sobre la vida de un futbolista uruguayo del que no quiere dar más pistas.

“Yo necesito trabajar para sobrevivir”, dice Núñez, y le preocupa que su futura jubilación sea “tan mala”. Más allá de las diferencias de épocas, geografías y costumbres, hay hilos invisibles entre la Londres descripta por las corresponsales de Dawes, el Montevideo actual y una ciudad como Buenos Aires.