Marea Editorial

Tucumantes: Relatos para vencer al silencio

Las cicatrices del terrorismo de Estado todavía persisten en Tucumán quizá como en ninguna otra parte de la Argentina, dice la periodista Sibila Camps. A partir de una historia comienza a buscar personajes, situaciones y hechos para rescatar un relato que muchos eligen ocultar “en una provincia que llegó a ser un campo de concentración a cielo abierto", sostiene y agrega en diálogo con Señales: "Tucumantes apela a la memoria y a las palabras en una provincia sellada por el silencio y el ocultamiento”

Te preguntas ¿cómo hizo un ex militante para vivir más de tres décadas durmiendo sobre los cadáveres?, ¿cómo es esa historia que da origen al libro?
Yo empecé a ir a Tucumán para hacer notas de distinto tipo, durante los años en que trabajé en Clarín; notas sobre salud, cultura, alguna entrevista, inundaciones, desastres, etc. Esto fue hacia finales de los ochenta y la sensación que yo tenía era como estar en Buenos Aires, en Rosario o Córdoba en el año 1984 o 1985 es decir en la postdictadura, y avanzados los 90 seguí teniendo esa misma impresión.
En el año 2010, cuando se hace el primer mega juicio por delitos de lesa humanidad en Tucumán, por las víctimas que habían estado secuestradas, e incluso, desaparecidas en el centro clandestino de la Jefatura de Policía de Tucumán, hubo un testigo que había sido un oficial Montonero; quebrado por la tortura, lo terminaron metiendo de prepo en la propia policía y se animó a renunciar en marzo del 84.
Juan Carlos Clemente, más allá de que en sus tiempos de activista barrial de la Juventud Peronista lo llamaban “el Perro”. Chupado en julio de 1976, lo habían paseado por varios centros clandestinos de detención y torturado en todos. El último día de ese año lo habían blanqueado y mandado a dormir a la casa de sus padres, pero todas las mañanas debía presentarse en el Servicio de Informaciones Confidenciales (SIC); allí lo hacían dibujar carteles y diagramas, y archivar papeles.
Pero antes de eso, cuando él estaba en el centro clandestino, lo tenían como administrativo, archivando papeles en biblioratos. En el lugar donde estaba, dentro del Servicio de Informaciones Confidenciales de la Policía, no había casi nadie de la patota que supiera leer y escribir, apenas sabían escribir sus propios nombres y él era un estudiante muy, muy avanzado, le faltó un año para terminar medicina, para recibirse de médico.

Él empezó a llevarse papeles a la casa cuando desmantelaban ese lugar y los entregó en ese juicio, treinta y tres años después. A mí me impactó. Me dije: ¿cómo hizo este tipo para sobrevivir treinta y tres años con semejante secreto? ¿Cómo hizo realmente para dormir sobre los cadáveres?; porque había listas de personas desaparecidas, de personas que iban a ser secuestradas, declaraciones tomadas bajo tortura y otras.

Son dos carpetas con aproximadamente doscientas sesenta y tres fojas. Eso me impactó muchísimo y me quedé pensando realmente en el después, en cómo habría sido la vida de ese tipo después, con semejante secreto. Y seguro que no pasó un solo día de su vida sin que se acordara de lo que tenía.

Y me dije: ¡cuánto terror habrá sentido para no entregar esto antes!; más allá de esa cuestión ambigua, ambivalente, de su propia situación.

Poco tiempo después, viene una amiga mía de Tucumán a Buenos Aires y nos quedamos charlando sobre esto. Me contó otra historia, de otra persona que había declarado en el juicio que había sido una mucama, en realidad reducida a la servidumbre, en la casa de Roberto "El Tuerto" Albornoz, que fue una especie de Miguel Etchecolatz de Tucumán, pero más terrible todavía, ya que iba personalmente a participar de los secuestros y también participaba de las violaciones a las mujeres y ejecutaba y torturaba (vive todavía, tiene varias condenas a perpetua, pero vive todavía).

Esta mujer, que no había sido ni militante, ni nada, estuvo prácticamente secuestrada dentro de la propia casa, violada por el Tuerto y por uno de sus hijos. Fue embarazada y obligada a abortar, varias veces. Me conmovió la historia de esta mujer que todavía seguía buscando a una hija, producto de una de las violaciones, que se la habían sacado a los quince minutos de nacer. Me di cuenta de que en Tucumán, los espacios de terror no han sido solamente los centros clandestinos, no han sido sólo pueblos que se transformaron en campos de concentración a cielo abierto: fue prácticamente toda la provincia; y eso me hizo empezar a mirar lo que yo recordaba de Tucumán, lo que me había llamado la atención, con otros ojos, y allí empecé a encontrar señales en todos lados. Por ejemplo las estatuas "más nuevas", de militares y curas, símbolo de una alianza estrecha entre crucifijos y armas que se perpetúa hasta hoy; están en el Parque 9 de Julio, el principal que tiene la ciudad de Tucumán. Encontré también las huellas en el lenguaje: hoy en día la gente sigue diciendo “la época de la subversión”, y no “la época de la dictadura”.

Seguí viendo distintas señales y empecé a detectar distintas historias, que muchas terminaron entrelazándose porque tienen personajes en común. Eso es algo que no se produjo ninguna otra parte del país: la persistencia, los efectos del terrorismo de Estado, no se dieron en ninguna otra parte del país, como se dio en Tucumán.

El libro tiene relatos sobre historias y situaciones reales que están tomadas desde el presente o desde los últimos años y que muestran esto.

Imagino que habrás encontrado muchos de estos protagonistas y algunos que quedaron afuera del libro.
Sí, porque llegó un momento en que dije basta. Tucumán tiene arriba de 700 personas desaparecidas, es una provincia pequeña donde las organizaciones armadas cómo la Compañía de Monte "Ramón Rosa Jimenez", del ERP, no tuvo más de cincuenta milicianos. Y los Montoneros, que estaban en la ciudad, tenían también un número muy pequeño, de los cuales no todos estaban armados. Entonces estamos hablando de 768 personas que la mayoría están desaparecidas, algunas otras fueron ejecutadas sin que los cuerpos fueran entregados o las tiraron por cualquier lado, a la vista. Y a pesar de eso Ricardo Bussi, el hijo del genocida Antonio Domingo Bussi, cosechó 155.000 votos en la última elección, reivindicando el terrorismo de Estado.

Hay algunas historias que son realmente increíbles, algunas absurdas, muy locas, muy llamativas; pero no sé hasta qué punto dentro de la propia provincia se conocen realmente estos temas.

Hay cuatro pueblos fundados por el Ejército que perpetúan el relato de los represores

La historia de los cuatro pueblos creados durante el La historia de los cuatro pueblos creados durante el bussismo, cuando el genocida fue gobernador de facto, es una historia que no se conoce. Fueron cuatro pueblos creados de manera arbitraria para restarle apoyo a la guerrilla, que ya estaba de todas maneras liquidada, aniquilada. Se fundaron cuatro pueblos en lugares donde no hay absolutamente nada y se obligó a la población rural a desarraigarse, a vender sus animales, sus cosas; cuatro pueblos que prácticamente no han crecido, porque no tienen ninguna fuente de trabajo, pero llevan los nombres de presuntas víctimas del Operativo Independencia, es decir el que se armó, todavía en democracia, para “aniquilar la subversión”.

Tres de los cuatro pueblos llevan el nombre de un militar supuestamente caído en enfrentamientos con la guerrilla. "Supuestamente", digo, porque dos habrían muerto por disparos de sus propios camaradas, por impericia o por confusión. Un tercero habría muerto baleado por un lugareño, ofendido por una infidelidad. Y sólo el conscripto que da el nombre a Pueblo Soldado Maldonado habría sido alcanzado por un miliciano del ERP. Sin embargo los nombres de los pueblos siguen repitiendo al infinito el relato oficial, que está muy arraigado en casi toda la comunidad.

¿Por qué se llama Tucumantes?
Me hizo acordar a la palabra penitente. En la historia de la religión, los penitentes eran los que purgaban una pena. Elegí un participio presente justamente porque esas penas se perpetúan, siguen en la actualidad. La sociedad tucumana todavía está anclada en eso, sin poder elaborar lo que le pasó, es decir, en el silencio o en la negación, las dos formas que más se ven. O no se habla o bien se niega; si cuesta muchísimo se lo dice con otras palabras, el eufemismo permanente. Por eso inventé una palabra, que se reflejara con un participio presente, para expresar el dolor por algo todavía no termina de cerrar, o de hacer un clic para pasar a la etapa donde se pueda elaborar y poner las cosas en su lugar.

Para cerrar, la tapa del libro tiene uno de los murales de la escuelita de Famaillá
La Escuelita de Famaillá fue el primer centro clandestino del país. Está en la ciudad de Famaillá, a unos 30 kilómetros de San Miguel de Tucumán. Se inauguró primero como centro clandestino y luego como escuela.
El Paseo de la Independencia de Famaillá, cuenta la historia con un estilo infantil y omite lo ocurrido en La Escuelita, el primer centro clandestino de detención del país, que siguió dictando clases hasta 2016.
Cuando dejó de ser centro clandestino para funcionar como escuela, se habilitaron centros clandestinos en otros lugares cercanos. Tucumán tuvo, entre centros clandestinos y de exterminio –algunos clandestinos durante mucho tiempo, y otros transitorios– cerca de 55, en una provincia muy pequeña; y muchos de ellos fueron escuelas.
Por La Escuelita de Famaillá –lo dice el propio Adel Vilas, que fue el primer jefe del Operativo Independencia, durante su período pasaron cerca de 1500 personas, de las cuales 400 están desaparecidas. Cuando él fue relevado – porque se había transformado en una especie de coronel Kurtz, el protagonista de la película Apocalypse Now–, otras 500 personas más pasaron por ahí.

Cuando se inauguró como escuela primaria, muchas personas, vecinos y vecinas de la ciudad llevaron a sus niños y niñas al lugar donde habían sido secuestradas, torturadas, donde habían desaparecido familiares. Ante esto, obviamente, ¿qué podían hacer, más que callarse la boca?

Después esos chicos y esas chicas estuvieron en el aula de cuarto grado que había sido la sala de torturas. Posteriormente empezó a funcionar un terciario en horario nocturno. La primaria siguió funcionando hasta el 2013, cuando se inaugura la nueva escuela “Diego de Rojas”; pero el terciario continuó funcionando en “La Escuelita” hasta mayo de 2016. La directora es bussista y se había negado a trasladarse al nuevo establecimiento.
En 2012, la “Escuelita de Famaillá” fue señalizada como Sitio de Memoria. A pesar del poco presupuesto otorgado por la Secretaría de Derechos Humanos de Nación y de la provincia, esta última puso algo de dinero para pintar murales muy bonitos, que recuerdan el trabajo en los ingenios –11 de los 27 fueron cerrados en la época de Onganía, entre 1966 y 1968–, y a los periodistas de Tucumán que están desaparecidos. Los murales cuentan todo eso, pero con muchos colores, y sirve para el trabajo que se está haciendo a favor de la memoria y para que la propia ciudad de Famaillá comience a hablar; eso es realmente maravilloso.