Victoria Montenegro vive horas especiales. Por un lado, la imposibilidad, como tantos argentinos y argentinas, de estar presente en la calle este 24 de marzo, debido a la cuarentena obligatoria por el coronavirus COVD-19. Por otro lado, a su constante reclamo por Memoria, Verdad y Justicia este año le sumó su testimonio como víctima de la última dictadura militar ya que ella es una de los 130 niños y niñas que recuperaron su identidad luego de un largo, contradictorio y finalmente liberador proceso. Lo hizo a través del libro Hasta ser Victoria (Editorial Marea).
El 13 de febrero de 1976, un grupo de tareas comandado por el coronel Herman Antonio Tetzlaff irrumpió en su casa, en la localidad bonaerense de William Morris, y la secuestró, con apenas trece días de vida, junto a sus padres (Hilda Ramona Torres y Roque Orlando Montenegro, militantes del ERP). Desde ese momento, los tres pasaron a engrosar la lista de desaparecidos. Tetzlaff se apropió de Victoria, le eligió un nuevo nombre (María Sol) y la educó según la ideología que sostenía al Terrorismo de Estado.
En el libro, la legisladora porteña por el Frente de Todos relata su infancia, el proceso de recuperación y aceptación de su identidad y su actividad en Abuelas de Plaza de Mayo. Cómo cambió su visión sobre la militancia de los 70 y sobre Estela de Carlotto.
Victoria se crió con una construcción del bien y del mal inculcada por su padre y con la lógica de los apropiadores en la que se le indicaba que “nosotros somos los salvamos y ellos los que ponen bombas”. Pasaron siete años (ella se enteró que no era hija de Tetzlaff en 1997 y que sus padres eran Hilda y Roque en el 2000) para que aceptase su verdadera identidad. “A vos te pueden dar un análisis genético y tu DNI nuevo, pero eso no significa que recuperes tu identidad. La palabra que me nace es que yo ‘aparecí’, pero mi identidad la recuperé siete años después. Entender que los que me criaron no eran mis padres y que te mintieron y tuvieron responsabilidad en la desaparición de tus papás”, relata en una entrevista con El Destape.
No le fue fácil salir de la violencia. Se enfrentó a una guerra interna. “La violencia genera un círculo en el que terminas sintiéndote protegida. Era sobrevivir la vida rodeada de mentira o decidirme a dar el paso. Yo no lo dí, me vinieron a buscar y me pelee con la justicia me pelee con las abuelas. Salir de esa mentira y hacerte cargo es difícil, pero es lo mejor porque a partir de ahí decidís vos”, cuenta.
Fue en 2005 cuando en su interior se despertaron preguntas, cuando por primera vez empezó a dar lugar a las dudas y dejar de lado las respuestas con las que buscaba autoconvencerse. Durante la presentación de un libro, en la exESMA, el expresidente Néstor Kirchner citó el poema “Quisiera que me recuerden”, de Joaquín Areta. “Estaba en la cocina, no lo estaba mirando y empiezo a oír el poema y fue la primera vez que sentí que ese vidrio que me distanciaba se fisuró. No es que se rompió y entendí todo. Me pregunté cómo la subversión podía escribir cosas tan lindas y a creer que no eran tan espantosos. De a poco pude empezar a entender y ponerme en un lugar distinto”. confiesa.
- ¿Y qué pasó desde entonces?
De a poquito me permitió escuchar a las Madres y Abuelas de otra manera y a conmoverme. Igual había algo de orgullo de María Sol que no me permitía reconocerlo y no estar firme en ese lugar. Pero Estela ya no me parecía lo peor y no sentía odio hacia ella ni hacia las abuelas. Ya no las sentía culpables de que se derrumbara mi vida como María Sol.
- ¿Cuándo fue que empezaste a reconocerte como Victoria?
Empecé a presentarme como Victoria cuando entendí que mis papás eran 'Toti' y 'Chicha', cuando pude amar mi nombre y mi familia. Pude decir mi nombre cuando verdaderamente lo sentí. No me acuerdo el día, pero la fecha fue más o menos para diciembre de 2007. Fue a partir de una pesadilla en la que estaba en mi casa y matan a mi marido y roban a mis hijos. Cuando quería salir del departamento empiezo a abrir un montón de puertas hasta que abro la última y me encuentro con todo tapiado y escrita la palabra “pared”. Alicia (Logiudice, integrante del equipo de psicólogos de Abuelas de Plaza de Mayo) me preguntaba qué sentía y yo le dije que era como si me apretaran el cuello. No entendía qué le resultaba raro y ella me explica que con las letras de la palabra “pared” se formaba la palabra “padre”. Ahí entendí, yo que soy la negación hecha persona, que me negaba a llamar papá a Herman.
- ¿Y hoy qué relación mantenés con Tetzlaff (murió en 2003)?
No son todos los días iguales. Todavía me cuesta dimensionar tanto horror. Me cuesta. Sí hay cosas por la que yo lo veía como valiente y hoy me parece terrible. Yo sé que no es mi papá y eso para mí es un avance terrible. Dejé de idealizarlo y de pensar que todo lo que hacía era grandioso.
- Pudiste recuperar tu identidad, aceptarla y dar tu testimonio, ¿qué sentimiento te queda?
Pese a todo lo que pasé, no odio. Pongo todo el amor en la búsqueda de mi mamá. Mi sueño es poder encontrarla algún día y hasta el último día de mi vida voy a sentir que me lo debo. Quizás tuvo el mismo destino que mi papá. Pero capaz tuvo otro destino y está en un cementerio y puedo encontrarla y llevarla con mi papa. Si no es es así, encontrarla en cada nieto que aparece y volcar eso en algo distinto que es lo que nos enseñan las abuelas.
- Para cerrar, tras este cambio de mirada que tuviste sobre las Abuelas, ¿cómo definís hoy a Estela?
Estela es el amor. Las abuelas son el amor más puro que uno puede tener. Cuando uno dimensiona cómo hicieron ese camino que emprendieron, cómo me encontraron en un barrio con 150 edificios de 56 departamentos cada uno. Cómo hicieron para no quebrarse y celebrar la vida. Es el amor lo que hace que hoy sigan de pie para seguir luchando, para que la identidad sea un derecho para todos los niños del mundo.