Marea Editorial

Victoria Montenegro: "Los militares jamás se imaginaron que un grupo de mujeres iba a surgir como el símbolo de resistencia más importante de la historia"

La legisladora por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Legislatura publicó en 2020 su primer libro, Hasta ser Victoria (Marea Editorial) acerca del largo camino de Memoria, Verdad y Justicia que recorrió para recuperar su identidad y reencontrarse con su familia biológica.

El escritorio de la legislatura que pertenece a Victoria Montenegro está repleto de papeles. Antes de comenzar la entrevista, ella pidió disculpas y silenció su teléfono porque no dejaba de sonar. Es una persona inquieta, y mientras se acomoda en la silla, habla sobre Arshak Karhanyan -un policía de la Ciudad que desapareció hace dos años-; mientras tanto, ordena varias carpetas y acomoda el pañuelo violeta del feminismo en la ventana.

Durante 24 años, Victoria no se llamó así, sino María Sol Tetzlaff. Dos semanas después de nacer, ella fue secuestrada junto con sus padres Hilda Torres y Roque Montenegro y apropiada por el militar Herman Tetzlaff. En el año 2001, gracias a la lucha de Abuelas de Plaza de Mayo, Victoria pudo recuperar su identidad y reencontrarse con su familia biológica. En 2020 Victoria publicó su testimonio escrito a través de Marea Editorial. El libro, titulado Hasta ser Victoria, se divide en tres partes, cada una está destinada a narrar determinados momentos específicos en la conformación de su identidad. Ella cuenta que si bien hace varios años que venía planteándose la posibilidad de escribir un libro sobre su historia, lo que la terminó de decidir fue el nacimiento de su nieto Noah.

En la segunda parte de Hasta ser Victoria relatás que en una ocasión tuviste que ir a un velorio junto con tus apropiadores. En esa ocasión, ellos comenzaron a discutir sobre si correspondía que fueses o no al velorio, hasta que vos les aclaraste que no había problema porque no se trataba de la primera vez que veías un muerto. Ellos temieron lo peor, pero la afirmación se refería al entierro de la mamá de un familiar. El párrafo concluye con la siguiente cita “algo había estado por suceder y no sucedió” ¿Hubo escenas olvidadas que afloraran durante el proceso de escritura?

Sí. La situación que mencionaste fue una de ellas. En el momento en el que decidí escribir el libro tenía una determinada idea generada a partir de las charlas en las escuelas o los espacios de memoria. Tenía muy ejercitado el dar testimonio; sin embargo, compartir mi historia desde otro lugar implica que aparezcan esos recuerdos que siempre estuvieron ahí, pero que jamás había puesto en palabras. Mientras pensaba en mi infancia sentía que las escenas eran como registros fotográficos guardados para cuando llegara el momento.

Uno de los motivos por los que decidiste escribir el libro fue el nacimiento de tu nieto. ¿Cómo te imaginás que va a ser el momento en el que tengas que hablar por primera vez con él sobre tu historia y la dictadura?

Yo no me veo muy parecida a mi mamá, pero sí a mi papá. El otro día cambié de lugar la foto de mis papás -Chicha y Toti- y cuando Noah pasó, le dio un beso al cuadro de mi mamá, y la llamó “abu”. Fue la primera vez que saludó a la foto de su bisabuela. Todos los que estábamos allí nos quedamos mirándolo, quizás no se dimensiona el nivel en el que los chicos incorporan todo lo que ven. A veces, uno espera el momento para sentarse a hablar, y se encuentra con que él ya lo tiene incorporado. Con mis hijos transitamos juntos el proceso de cambio de identidad porque ellos ya estaban presentes en el momento en el que empecé a ser Victoria . Con Noah es distinto, es un bebé que nació conociendo la verdadera identidad del abuelo -mis hijos tenían el apellido de su papá y de mi apropiador y tuvieron un cambio de identidad. No sé cómo va a ser el momento de contarle mi historia, me estoy preparando para eso, pero sé que desde la verdad se puede compartir de una manera distinta y menos dolorosa que la que me tocó atravesar con mis hijos.

¿Considerás que la perspectiva de género te aportó una mirada nueva sobre tu historia?

Tardé muchos años en incorporar el feminismo. Antes, por el momento histórico, todas las discusiones que se están dando ahora no eran una posibilidad, y menos en un mundo en el que la construcción de la mujer plena sólo se relacionaba con la maternidad o la tarea doméstica. Tuve la suerte de tener una amiga increíble como Verónica Marzano; ella fue la que me permitió ingresar el feminismo e identificar muchas cuestiones que antes estaban invisibilizadas. En mi caso, la violencia física vino por parte de mi mamá, mi apropiadora. Recién al entender todas las otras violencias de fondo e identificar la violencia psicológica que ejercía mi apropiador sobre ella y contra nosotros -el arma arriba de la mesa, el insulto permanente, el menosprecio- comprendí que todo eso que me había hecho mucho daño era otra expresión más de la violencia machista. La situación con Herman Tetzlaff (mi apropiador) fue mucho más compleja. De por sí, el escenario de la apropiación de un bebé es monstruoso, pero además, él decidió con qué bebé se iba a quedar, y le impuso a Mary (mi apropiadora) una beba que ella no deseaba porque quería tener a un varón.

En 2001 recuperaste tu identidad y te reencontraste con tu familia biológica. La lucha de tu abuela fue fundamental. ¿Cómo analizás hoy, a partir de la perspectiva de género, el rol de madres y abuelas de Plaza de Mayo como mujeres durante la dictadura?

El objetivo de la dictadura era aniquilar el presente y destruir el futuro para poder instalar un modelo de país donde nadie nunca se dijera capaz de transformarlo todo. El único cabo suelto que dejaron fue un grupo de amas de casa. En su lógica machista, los militares jamás se imaginaron que un grupo de mujeres iba a surgir como el símbolo de resistencia más importante de la historia y un ejemplo en el mundo de lucha y perseverancia. El machismo los sesgó tanto que no vieron lo que iba a pasar con ellas, nunca se les pasó por la cabeza que aquellas mujeres podían generar resistencia ante una dictadura que había desaparecido todo. Al principio estuvieron solas e iban a las comisarías con miedo, desesperación y vergüenza por toda la carga negativa que pesaba sobre esas “malas madres”. Después entendieron que aunque vinieran de diferentes barrios, estratos sociales y religiones, todas buscaban a sus hijos. Decidieron unirse, fueron a la Plaza de Mayo a preguntar y cambiaron la historia. Sin esa resistencia nada de todo lo que vino luego hubiese sido posible: no tendríamos los procesos de justicia si esas mujeres no hubiesen denunciado lo que sucedía. Ellas fueron al mundo a contar lo que en Argentina no trascendía, y mientras tanto, se ocupaban de conseguir testimonios porque sabían que algún día la impunidad se iba a terminar. También eran conscientes de que no iba a ser un proceso inmediato, por eso apuntaron a lograr una construcción colectiva a largo plazo. Con los años fueron abriendo un camino que permitió trabajar con la memoria de los desaparecidos y a la vez, transformar a los derechos humanos en un puente permanente para comprender la actualidad. Todo esto fue posible porque un grupo de mujeres se organizó, conformó esa red de solidaridad y amor y transformó para siempre la historia.

En el libro mencionás que una de las consecuencia de la dictadura fue la ruptura del tejido social que generó que millones de personas quedaran excluidas. ¿Cómo cambió tu perspectiva del impacto socioeconómico que tuvo el golpe de estado a partir de la experiencia de ocupar un cargo público?

La imagen del ex presidente Néstor Kirchner bajando el cuadro de Videla es la imagen que sintetiza una decisión política que marca la línea de gobierno. Al hablar de la dictadura, lo primero que se menciona son las desapariciones, las muertes y las personas que tuvieron que exiliarse; lo que más resuena son los delitos de lesa humanidad y el Nunca Más. Mi trabajo en el Ministerio de Desarrollo Social me permitió dimensionar las consecuencias del Golpe de Estado desde un lugar distinto.

En una ocasión, di una charla sobre Derechos Humanos en el marco del Bicentenario en una localidad que aún estaba gobernada por un intendente que venía de la dictadura. Termina el evento y un compañero me comentó que una chica necesita hablar conmigo porque tenía un tema en relación a su identidad. Cuando doy mi testimonio, es común que se acerque alguna persona de tu edad con dudas respecto a su origen, o que conoce a alguien que podría ser hijo de desaparecidos. Pensé que se trataba de uno de esos casos. La chica se acercó y lo primero que me aclaró fue que ella no tenía dudas respecto a su identidad -ella sabía que era hija biológica de su mamá- el problema era que nadie en su familia tenía documento de identidad. Había un montón de cuestiones en las que el Estado podría haberlos acompañado para que accedan a los beneficios correspondientes, y no los tenían porque no poseían los papeles correspondientes. En esa familia no hubo una apropiación, pero la dictadura destruyó el tejido social, el estado se ausentó y generó que millones de personas se quedaran afuera. Ese es un ejemplo.

Mi apropiador solía decir que los subversivos contagiaban y había que desaparecerlos para evitar el foco de contagio; para él contagiar era conectar con otro para que se comprometa a cambiar la realidad. El Estado argentino tiene que trabajar para poder contener, convocar y revertir las injusticias que vienen de muchas generaciones atrás. En materia social el problema es estructural, y hay veces que es difícil saber por dónde empezar. Ahí es cuando te das cuenta de que no se trata de aplicar una política, sino que se trata de un montón de situaciones en las que hay que trabajar para revertir estas situaciones. En ese sentido, las consecuencias de los últimos cuatro años son tremendas. Es muy complejo resolver esas cuestiones, pero ahí es donde tiene que estar clara la definición de Estado presente.

La desaparición forzada de Facundo Astudillo Castro y la represión en Guernica generó muchas críticas hacia Alberto Fernández ¿Qué lectura hacés de estos dos hechos en el contexto de un gobierno comprometido con los derechos humanos?

La desaparición forzada de una persona siempre es una tragedia. Se puede dar en diferentes escenarios y el Estado tiene la obligación de trabajar para resolver esta situación e identificar a los responsables. La desaparición de Facundo todavía está en proceso de investigación, en lo personal, me da mucha tranquilidad que intervenga el Equipo de Antropología Forense porque su trabajo es impresionante. Hay que estar siempre del lado de la familia.

Lo que ocurrió en Guernica tuvo mucho que ver con las consecuencias y el impacto de los cuatro años de macrismo seguidos de la pandemia. Para muchas familias es insostenible pagar un alquiler. El final no fue el deseado, nosotros queríamos que cada una de las personas que estaban en la toma y que planteaban una cuestión social muy compleja tuvieran la respuesta que necesitaban. Tengo compañeros de izquierda a los que respeto mucho, pero hay cuestiones que son distintas. No es lo mismo tener a un Ministro de Desarrollo con todo un equipo trabajando todos los días para solucionar esta situación, que aquellos casos en los que no hay un solo funcionario que escuche a estas personas y busque una solución concreta. No dudo de la voluntad de Axel ni del Ministro de Desarrollo para resolver el problema, o del compromiso que tienen en materia de abordaje social integral. La Justicia ordenó el desalojo y me consta que los compañeros pedían más tiempo para evitar lo que ocurrió. En el medio está lo que impone el poder judicial y el cuidado que hay que tener con las fuerzas de seguridad. Temíamos que la represión pudiera generar algún tipo de lesión -por suerte no ocurrió- pero no es la imagen que nos gusta, al contrario, nos duele. A pesar de todo, la mayoría de las familias que estaban en Guernica ya tienen un lugar adjudicado y van a poder vivir en su casa, en condiciones dignas y también acceder a un plan de vivienda que, esperamos, pueda servir a nivel nacional.

En cuanto a la relación de las Fuerzas Armadas con la democracia, la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, dijo en una entrevista que el compromiso es absoluto, pero aún existen “resentidos” que quedaron de la dictadura militar. ¿Qué perspectiva tenés de la actualidad de las fuerzas armadas en el contexto de un gobierno democrático? ¿Estás de acuerdo con la afirmación de la Ministra?

En el último tiempo la derecha logró instalar varios gobiernos ya sea a través de campañas comunicacionales obscenas o golpes de estado. Bolivia es el mejor ejemplo de esto. Hace unos meses, algunos personajes de la política plantearon la posibilidad de que el gobierno no llegue a diciembre. Me acuerdo que mi apropiador decía que diciembre es el mes en el que se vuelve al orden, porque en ese momento, la democracia no era lo natural, sino la dictadura. Cada vez que ocurría algo en el gobierno -Alfonsín fue el que peor la pasó- estaba esa idea de que podía producirse un golpe de estado, y las fuerzas armadas y de seguridad iban a “instalar el orden”. Por suerte nosotros logramos fortalecer la democracia y hay un sector enorme y mayoritario que no está dispuesto a discutir eso. Tiene que ver con la diferencia que marcó el proceso de Memoria, Verdad y Justicia.

Los golpes ocurrieron en toda América Latina pero el único lugar en el que se llevó adelante un proceso de justicia y donde se condenó a los responsables es Argentina. En ningún otro país existe una cultura de los derechos humanos con tal magnitud. Volviendo al día de hoy, a la importancia del control político, es importante mencionar que en las Fuerzas Armadas ya no quedan personas que hayan cumplido su función durante la dictadura. Creo en la conducción política y confío en la ministra de Seguridad y el ministro de Defensa. Creo que sería muy bueno que quienes quieran ser parte de las Fuerzas Armadas lo hagan por vocación y no sólo por la necesidad de un trabajo estable.

Lo que sí es cierto es que los cuatro años de Bullrich no fueron gratuitos. La doctrina Chocobar o la puesta en valor de que un buen policía es el que mata más es todo lo contrario a lo que debe ser. La Policía de la Ciudad es un problema en sí. Hay innumerables casos de violencia institucional contra la comunidad senegalesa, el verdugueo constante por portación de rostro y el alto índice de suicidios de agentes de las fuerzas son cuestiones que no deberían pasar de largo.