Marea Editorial

Vidas filosóficas: Simone de Beauvoir, la soberanía de la palabra

El libro El segundo sexo en el Río de La Plata, compilado por Mabel Bellucci y Mariana Smaldone, y recientemente publicado por Editorial Marea, se ancla en el emblemático ensayo de la escritora y filósofa Simone de Beauvoir. A partir de distintos trabajos presentados en jornadas académicas y feministas en Buenos Aires y Montevideo, desde fines de la década del noventa hasta el presente. Compartimos un extracto del texto presentado por la investigadora Graciela Torrecillas en 1999, durante las Jornadas en Homenaje a Simone de Beauvoir en el Cincuentenario de El segundo sexo.

En La plenitud de la vida (1960), Simone de Beauvoir reflexiona sobre el sentido que encierran las palabras que ella se ha propuesto como metas: la libertad, la autenticidad, el hacerse a sí misma. Llegado ya el tiempo de emprender la tarea de revisar cómo se han encarnado sus ideales, el proyecto de continuar contando la historia de su vida le interesa, pero, “si un individuo se expone con sinceridad, todo el mundo en más o en menos se encuentra puesto en juego” y ahí reconoce no disponer ya de la misma libertad. Aludiendo inmediatamente a Sartre, declara que su vida “ha estado estrechamente unida a la de Sartre; pero su historia la va a contar él mismo y yo le dejo esa tarea. No estudiaré sus ideas, sus trabajos, no hablaré de él, sino en la medida en que haya intervenido en mi existencia”.

Y en cuanto a la misión ejemplar que pudiera tener el ejercicio de la memoria, ella se cuida de descartarla: “Me limito a testimoniar lo que mi vida ha sido. No prejuzgaré nada, sino que toda verdad puede interesar y servir. ¿A quién, a qué servirá la que trato de expresar en estas páginas? Lo ignoro. Desearía que se las abordara con la misma inocencia”. 

En La fuerza de las cosas (1963), intenta nuevamente establecer los lazos que reúne esa tarea única, ambivalente y dialéctica que se mueve entre la “realidad” de la vida y la vida de la escritura, ellas corresponden a dos clases de experiencia que no podrían comunicarse del mismo modo: “(Y)o me he expresado en dos registros y esta diversidad me ha sido necesaria”. Una ardua tarea, un oficio, una pasión, una manía en que ella trata de dejar reflejado el trabajo intenso, la disciplina, la angustia de la página en blanco, la satisfacción de poder exhalar en palabras la energía acumulada durante días y noches. Compartidos con la otra no menos ardua y al mismo tiempo no menos gozosa: las lecturas tan extensas como variadas, de autores franceses y anglosajones, sobre todo. En cuanto a lo más filosófico, confiesa haber querido conocer en ese tiempo a Marx y a Engels, y haber atacado El Capital. Crítica de la economía política, en francés: “Lo encaré muy mal”, dice, pero aun así, ve en la teoría de la plusvalía “una revelación tan llamativa como el cogito cartesiano o la crítica kantiana del espacio y del tiempo”. De Marx agrega concretamente lo siguiente: “(D)e todo corazón yo condenaba la explotación y experimenté una inmensa satisfacción con la demostración del mecanismo. El mundo se iluminó como un día nuevo en el momento en que vi en el trabajo la fuente y la sustancia de todos los valores” (Ib., 1960).

Ningún crítico ni otros libros que leyera, ni las doctrinas más sutiles de otros economistas de su época lograron suscitar en ella el mismo impacto que le causara la lectura de Marx. Esa mujer, que durante bastante tiempo funcionó como símbolo de la libertad femenina, que se impuso como tarea reunir lo espiritual con lo material desde que descubriera la endeblez del mundo dividido e hipócrita en el que le había tocado vivir, que eligió la filosofía como carrera contra la voluntad de su padre, que encontrara en Dios el lugar de su propia soberanía y su propia soberanía en las palabras, y que habiéndolo encontrado lejano y fuera del mundo dirigiera su mirada hacia las cosas, que renunciara a la maternidad desde la adolescencia por decisión elegida. Esa joven formal que siente el llamado y las voces como la de Jeanne d’Arc, pero que al mismo tiempo descubre que nunca podrá renunciar a los goces terrenales, esa mujer, en fin, vista por algunos como rotundo ejemplo de fuerza e independencia, laboriosa, precisa, congelada, implacable en la construcción de su vida y en su relación con los demás, ha tenido sin duda más de una faceta.

Yo soy feminista

Una de ellas, tal vez la más relevante por las repercusiones políticas que lograra en su tiempo, fue la del feminismo y el lugar de precursora que le toca como autora de El segundo sexo (1949), ese faro que Simone encendiera para guiar a las mujeres de la segunda mitad del siglo XX. Sus compañeras veían en ella, en el conjunto de su vida y su obra un símbolo de la posibilidad de llevar su vida hacia el terreno de la autodeterminación, fuera de los prejuicios y de las convenciones. A lo largo de los años, ella no rehusó jamás apoyar a las mujeres en el plano político y humano. Al igual que Sartre, que se convierte en “compañero de ruta” en una parte de la extrema izquierda, Simone participa entre las feministas de la corriente más radical del movimiento, permitiéndoles utilizar su nombre para las operaciones de pronunciamiento político. En el período de pleno auge del Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLM), todo parecía posible, “el trabajo político nos embriagaba y ocupaba la vida entera”. 

Así es como surgió la idea de la primera entrevista que le realiza Alice Schwarzer para Le Nouvel Observateur, entrevista histórica que apareció en 1972, en la cual Simone proclama en voz bien alta: “Yo soy feminista”, afirmando que creía en la necesidad de un movimiento feminista específico, autónomo y criticando al mismo tiempo a los de los partidos políticos, tanto de los países socialistas como capitalistas. Un punto que jamás puso en cuestión fue el de recusarlos, actuar por fuera de ellos mostrándose siempre partidaria de una doble estrategia: un frente de acción legal y uno ilegal. A propósito del Año de la Mujer, ella ironiza: “Se nos considera a nosotras, las mujeres, como objetos, no valiendo la pena en este mundo de hombres, ser tomadas en serio más que por un año”.

Y no cesa de recordar los ejes fundamentales de su experiencia y de su análisis político para ponerse en guardia contra la reaparición, a mediados de la década de los setenta, de una mistificación de la maternidad y la creencia en una “naturaleza femenina” destinada a la crianza, posición que desencadenara una tempestad de protestas. Para Simone es necesario refutar la ideología de la maternidad, la división del trabajo en tareas femeninas y masculinas; ya que son los hombres los que han inventado y atribuido a las mujeres el “rol maternal”, base misma de la división del trabajo, rol para nada innato, sino inculcado por la educación. “Se explota a las mujeres y ellas se dejan explotar en nombre del amor”, dice. La mistificación de la maternidad es el núcleo del mito de la femineidad. Y en la entrevista a los treinta años de la aparición de El segundo sexo, reafirma que la situación ha empeorado, que persisten los viejos estereotipos o han resucitado, que se asiste a un renacimiento del “eterno femenino”.

Cuando se le pregunta por la situación de la mujer en los países socialistas, responde que en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) la igualdad entre hombres y mujeres no es para nada una realidad. A pesar de los sistemas económicos diferentes, los roles tradicionales del hombre y de la mujer permanecían. Si bien al concluir el segundo tomo de El segundo sexo ella no se consideraba feminista, porque pensaba que la solución al problema de las mujeres se encontraría en una evolución socialista de la sociedad, sigue viendo en los movimientos de izquierda, inclusive en los franceses, una profunda desigualdad entre el hombre y la mujer, y denuncia que conoce a muchos machistas de izquierda hostiles a la liberación de las mujeres. 

El análisis de la sociedad basado en la historia, que le sirviera como herramienta metodológica fundamental para El segundo sexo, y que volverá a utilizar en La vejez (1970), la muestra siempre en su capacidad de entomóloga, de “peladora”, como dicen algunos, que separa cada una de las cáscaras sin confundirlas con la carne. Por eso, a pesar de estar segura de que la supresión del capitalismo podía mejorar la situación de la mujer en cuanto a la emancipación que buscaba, sabía también que no significaría la desaparición de la tradición patriarcal que resguarda la familia, a la que habría que suprimir y reemplazar por formas más comunitarias de organización social. Y reconoce no haber desarrollado la táctica de la lucha para las mujeres; haberse detenido en el análisis, es lo insuficiente de su libro, su vaga confianza en el porvenir, en la revolución y en el socialismo (…).

*Por Graciela Torrecillas para La tinta.