Marea Editorial

A 80 años del 17 de octubre. Reflexiones sobre la movilización obrera y la independencia de clase

A propósito de una reciente publicación, significado y consecuencias de una de las mayores movilizaciones obreras de la historia argentina Por Alicia Rojo

El 17 de octubre de 1945 una multitud de trabajadores y trabajadoras se movilizaron a la Plaza de Mayo para reclamar la liberación de Perón y ese hecho selló la relación entre una mayoritaria base obrera y el peronismo y ha pasado a la historia como un hecho fundante de esta corriente. Perón había sido encarcelado después de desarrollar una política social y de impulso a la sindicalización de la clase trabajadora. La huelga general que abrió el camino a la movilización fue propuesta por la CGT para el 18 de octubre por la libertad de los presos políticos y sociales (que abundaban en el gobierno militar asumido en junio de 1943) pero la huelga se adelantó al 17 y tuvo como bandera la libertad del coronel. [1]

A 80 años estos hechos siguen disparando reflexiones; la vigencia que conserva aún la corriente política a la que dio origen abre la necesidad de pensar acerca de las razones de su permanencia. La vitalidad de una clase obrera que le da sustento o la eficacia de los mecanismos desplegados por las clases dominantes para disciplinarla, parecen seguir siendo los parámetros que definen las controversias. En el medio accionan las conducciones de esa clase trabajadora que la subordinan a los intereses dominantes y bloquean la perspectiva de la acción independiente; la reflexión acerca de las vías para imponer los intereses de los explotados sigue teniendo, entonces, una vigencia crucial.

“Plaza tomada. ¿Qué tiene para decirnos hoy el mítico 17 de Octubre?”

Con el objetivo de pensar el significado del 17 de octubre en la actualidad, esta compilación publicada este año por editorial Marea a cargo de Alejandro Horowicz, autor del clásico Los cuatro peronismos, [2] propone la reflexión desde diversos puntos de vista acerca de aquella fecha emblemática y con ello del fenómeno peronista. El propio Horowicz reflexiona acerca de la supervivencia del “subsuelo sublevado de la patria” que vio Scalabrini Ortiz, para concluir en la crisis terminal del orden político actual y proponer “Pensar una intensa derrota histórica, fecharla para entender. Ese es el primer problema que nos impone el 17 de octubre, ocho décadas más tarde.” (p. 16)
Mientras unos trabajos repasan aquellos días desde la voz de algunos de sus protagonistas, como el de Felipe Pigna, otros proponen una mirada ligada a la propia experiencia, como el de Gabriela Massuh; están presentes también la perspectiva de género y una propuesta de reflexión en torno a la comparación con el octubre ruso.

De las múltiples aristas que aborda el libro, todas con el objetivo de pensar aquella fecha en este presente que se percibe de derrota signado por el avance de la ultraderecha y la profundización de la decadencia nacional, destaca la preocupación por pensar la participación obrera y popular en la movilización y en el propio movimiento peronista.

Macarena Marey propone pensar la movilización del 45 desde el punto de vista de la agencia de los trabajadores: “El 17 de octubre no es la mera materia de una leyenda fundacional, es el recordatorio de que la verdadera agencia emancipadora radica en la acción popular y de que no existe un liderazgo emancipador que no esté sostenido por las demandas populares organizadas.” (p. 89) Sin embargo, antes aclara que en las democracias actuales la contracara de este proceso es que esa ampliación de derechos “una vez institucionalizada (…) es reabsorbida y reinterpretada por las fuerzas desdemocratizantes”. (p. 86)

En un sentido similar Cristián Sucksdorf vuelve sobre la idea de la “institucionalización de lo plebeyo” inscripta en el peronismo: “Si repensamos entonces la vida política del 17 de Octubre encontramos dos instancias distintas. Una vinculada a la experiencia concreta de los sectores más explotados de la población, que ese día tomaron las calles (…) Pero al mismo tiempo se da un segundo movimiento, contrario y complementario del primero. Se trata de la institucionalización de ese ingreso a la política. El estado peronista reconoce ahora las demandas de los trabajadores, a la vez que contiene y administra su desborde.” (p. 75) Se delinea así esta preocupación acerca de la consideración de la participación popular en la movilización, la consolidación de una base obrera de apoyo del peronismo, la canalización de esa movilización en los márgenes de las instituciones y, en última instancia, su desmovilización.

Algunos aspectos de esta preocupación son retomados por María Pía López apelando al concepto pensado por Daniel James para caracterizar un aspecto del peronismo, su “doble legado”: [3] “Un notorio historiador quiso auscultar ese doble rostro persistente y lo condensó en dos palabras: resistencia e integración, vaivén y basculación, siempre coexistencia tensa.” Este “carácter híbrido” del peronismo es planteado por la autora para escudriñar el origen del movimiento, si se busca en “el oscurantismo del golpe militar de 1943” “en el temblor de una insolente movilización plebeya”; en el primer caso “su historia es militar y ordenancista (…) sin descuidar sus tentaciones represivas. Pero si su fecha de nacimiento es el 17, su corazón late en la multitud desobediente, que marcharía a pedirle a su líder que abandone las ensoñaciones de retiro y se rebele ante la presión de sus colegas.” (p. 105-6)

Resulta productivo el enfoque de Diego Sztulwark que recorre algunos de los trabajos más clásicos sobre el tema en un breve pero representativo registro del variado arco de interpretaciones que se han hecho sobre el peronismo. Pone el ojo, por ejemplo, sobre el trabajo de Horacio González, “Perón. Reflejos de una vida”, y destaca el análisis que el autor realiza de las actas de la reunión de la CGT del 16 de octubre del 45. Resulta interesante esta referencia ya que “Plaza tomada” incluye como anexo fragmentos de estas mismas actas, aunque hay menciones a ellas en varios de los artículos, no se realiza un análisis de los documentos publicados por primera vez en 1973 por Pasado y Presente. [4] Aquí, la tensión que recorre aquella reunión de la CGT es expresada en la disyuntiva que se les planteó a aquellos dirigentes sindicales: “¿Se debía defender la libertad de un coronel del ejército argentino desde los sindicatos como se defiende a un jefe de la propia clase (haciéndolo primer trabajador)?” (p. 96). La última cita a la que hace referencia Sztulwark pertenece al compilador de la obra, Alejandro Horowicz y retoma su recorrido por los “cuatro peronismos”.

Podemos recuperar otras ideas del libro de Horowicz que ofrecen una visión sobre la movilización del 17 de octubre y sobre uno de los hechos que puede ser interpretado como consecuencia de la trama que derivó en el retorno a la escena política del coronel Perón y el triunfo electoral posterior, la formación del Partido Laborista.

En “Los cuatro peronismos”, su autor analiza también el debate que tiene lugar en la CGT el 16 de octubre. Encuentra allí los sectores que conformaban el movimiento sindical, los ferroviarios que dominaban el ala que había abierto una negociación para liberar a Perón y el resto de las direcciones sindicales que, reflejando lo que sucedía en las calles, se pronunciaban por la declaración de la huelga general. Decía Horowicz: “La riqueza del debate (…) obliga a ordenar; primero, los protagonistas establecen la relación que media entre la caída de Perón y la continuidad de la política social democrática de la Secretaría de Trabajo; segundo, consecuentemente atribuyen carácter defensivo al movimiento por ejecutar; tercero, entienden que operan sobre la división de las Fuerzas Armadas (…) Entonces, por las fisuras del conflicto militar, por las ruedas del poder trabado, se deslizan las delgadas hileras de los obreros industriales.”

Sabemos que la huelga fue declarada para el 18 de octubre con 16 votos a favor y 11 en contra. El texto que enunciaba los propósitos de la medida promovía la formación de un gobierno que garantizara la libertad y la democracia, la consulta con el movimiento obrero, la realización de elecciones inmediatas, la libertad de todos los detenidos civiles y militares que se habían distinguido por la defensa de la causa de los trabajadores, y el mantenimiento y la ampliación de las reformas sociales.

En otro de los ensayos presentes en Plaza tomada, Enrique Foffani refiere a las actas sintetizando lo que allí se debatió en la siguiente disyuntiva: “Conviene o no conviene asociar la conquista sindical a la libertad de Perón” (p. 121). Podemos agregar aquí que el debate, y la declaración con que se clausuró, fue también una muestra de que aún los dirigentes sindicales no estaban en condiciones de alinearse abiertamente con el coronel Perón; así, por ejemplo, se vieron obligados a reclamar la liberación de “todos los presos políticos”, muchos de los cuales habían sido detenidos por el propio gobierno del que Perón había sido recientemente desplazado.
Así, el debate ponía de manifiesto, no solo el accionar de los sectores más negociadores del movimiento obrero -y su derrota en esta coyuntura en virtud de la movilización de las bases- sino también la dimensión de la encrucijada que se les planteó a las masas trabajadoras aquel octubre de hace 80 años.

El Partido Laborista. Autonomía o subordinación. La cuestión de la independencia de clase

Los hechos que sintetizamos al comienzo de esta nota condensan buena parte del significado del hito que se recuerda en estos días. Mientras las clases dominantes daban por finalizada la experiencia impulsada por Perón en el gobierno y exponían ante las clases trabajadoras que las conquistas logradas podían desvanecerse dando con eso impulso a un estado de deliberación en las bases, un sector de la dirigencia sindical avanzaba en las negociaciones con el gobierno de Farrell que intentaba frenar la declaración de huelga general. Esta fue finalmente declarada pero las masas trabajadoras la llevaron adelante antes de lo previsto demostrando su voluntad de lograr en las calles la libertad de Perón. El debate y la propia declaración de llamado a la huelga expresaba que un sector de la dirigencia sindical asumía como contradicción reclamar la liberación de un militar, contrariando toda tradición del movimiento obrero; esta dirigencia, sin embargo, poco después formaban un partido que levantaría la candidatura del coronel Perón.

Así, el 17 de octubre la clase obrera impuso a las clases dominantes su voluntad de conservar las conquistas que había obtenido y en ese mismo acto iniciaba un camino de subordinación a un movimiento nacionalista burgués que domesticaría a las organizaciones sindicales para disciplinar a los trabajadores. La enorme movilización definió el enfrentamiento en beneficio de Perón y, al mismo tiempo, puso claramente en escena a la clase obrera como actor social y político, que había definido su intervención a favor del líder.

La movilización definiría en lo inmediato el retorno de Perón y el llamado a elecciones. Estas, convocadas para comienzos de 1946, plantearon el problema de la inexistencia de un aparato partidario que expresara la nueva relación de fuerzas, esto es el nuevo peso de la clase trabajadora y sus organizaciones sindicales. Esta preocupación llegó a los dirigentes sindicales, y la opción de ofrecerle a Perón este aparato político se presentó como el medio para conservar las conquistas sociales obtenidas. En una asamblea realizada entre el 1° y el 8 de noviembre de 1945, más de 200 delegados de diferentes zonas del país se reunieron en Buenos Aires para aprobar los estatutos, la carta orgánica y el programa del Partido Laborista, y se eligió un Comité Ejecutivo y a Luis Gay (telefónicos) como presidente y Cipriano Reyes (trabajadores de la carne) como vicepresidente.

La carta orgánica del Partido Laborista argentino lo declaraba abierto a los asalariados rurales, los trabajadores manuales y administrativos, los pequeños propietarios y “todos los demócratas de ideas generosas” que quisieran unirse en torno de un modelo más igualitario de desarrollo, definido en términos de la promoción del crecimiento y el empleo mediante la expansión de la industrialización interna y la redistribución de la riqueza. Según su programa, el antagonismo fundamental que envolvía a la sociedad contemporánea se daba entre dos bandos, por una parte, una “mayoría laboriosa” integrada por asalariados, pequeños comerciantes, industriales, agricultores, intelectuales, etc., y por otra, una “minoría poderosa y egoísta” conformada por “latifundistas, hacendados, industriales, comerciantes, banqueros y rentistas y todas las variedades del gran capitalismo nacional o extranjero, que tienen profundas raíces imperialistas”. [5]

Como hemos analizado en otro trabajo, [6] esta concepción policlasista diluía el protagonismo de la clase obrera en el marco de un proyecto que propugnaba la conciliación de clases en pos del desarrollo de la nación y la redistribución de la riqueza posibilitando la convergencia con el proyecto declamado por Perón y, concretamente, con su candidatura.

La emergencia en la escena nacional de un partido basado en los sindicatos constituyó una novedad y fue manifestación de un cambio en la relación de fuerzas y el peso de los trabajadores y sus organizaciones. Retomando a Horowicz, “la formación del laborismo estaba vinculada a tres elementos desiguales: el 17 de octubre, donde los trabajadores habían inclinado con su acción el fiel de la balanza; la necesidad de presentar una batalla electoral; y la tradición política que había nutrido el sindicalismo que devino peronista.” [7] Louise Doyon, por su parte, lo caracteriza como una modificación en el método de acción política seguido por el sindicalismo más que en un cambio cualitativo en sus objetivos políticos: “El Partido Laborista fue pensado como un medio alternativo para la realización de las metas socioeconómicas del movimiento y una plataforma desde la cual defender mejor su identidad corporativa en la nueva etapa política”. [8] Para Ernesto González, tanto Luis Gay como Cipriano Reyes reflejaban un “reformismo relativamente independiente. Querían un partido obrero nacionalista, expresión de ese movimiento obrero que se había incorporado a la escena política y que les sirviera para negociar con el gobierno de turno, pero que no fuera un apéndice del mismo”. [9]

Podemos decir que si, por un lado, el Partido Laborista expresaba la fortaleza de la clase obrera y sus organizaciones y un intento de constituir un partido que se planteara la preservación de la autonomía de los sindicatos, por otro lado, se constituía como la estructura partidaria que sustentaba la intervención de Perón en las elecciones y construía un programa que, como plantea González, expresaba una concepción política reformista acorde con la confianza que depositaba en Perón y que, como plantean Horowicz y Doyon, responde a la deriva de negociación con el Estado que las dirigencias sindicales venían profundizando, en especial las direcciones sindicalistas que se fortalecieron sobre todo en los sindicatos de mayor peso en la estructura económica nacional en los años previos. [10]

Sin embargo, el intento de crear un partido que conservara una relativa autonomía política chocaba, en el corto plazo, con el real proyecto peronista que implicaba la subordinación de los sindicatos y, por esta vía, del conjunto de la clase obrera al régimen y su integración al aparato del Estado. Así, solo unos meses duró la experiencia del Partido Laborista que fue disuelto en el partido de gobierno por orden del ahora presidente Perón.

Una cierta resistencia inicial a la orden de Perón expresaba la presencia de sectores dentro de los sindicatos que mantenían la perspectiva de conservar cierta autonomía frente a la figura del presidente y su gobierno. Sin embargo, pronto la intransigencia inicial se desvaneció y quedaron a la luz la debilidad de las tendencias independientes de los dirigentes sindicales hasta que, el 17 de junio de 1946, todos ellos anunciaron la extinción del Partido Laborista, excepto Cipriano Reyes.

El momento histórico específico sobre el que reflexionamos aquí no puede explicarse cabalmente sin considerar que las fuerzas que actuaron en los agitados meses que rodearon el 17 de octubre de 1945 fueron el producto de una larga historia. En lo que respecta a la clase trabajadora, la política desplegada por el coronel Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión desde 1943 tuvo el objetivo de encauzar la potencialidad que le daban décadas de experiencias de organización y lucha que se plasmaron en los años 30 en un salto en la conflictividad social y en la construcción de sindicatos industriales. Ante la política social de Perón, la corriente sindicalista asumirá un protagonismo clave, como hemos reseñado; sin embargo, estos años no son comprensibles sin la acción del Partido Comunista que, mientras era perseguido por representar el espectro de la revolución social, llevaba a la práctica una política de colaboración de clases que lo llevaría a ubicarse en el campo enemigo de los trabajadores, junto al Partido Socialista, aliándose a conservadores y radicales en los momentos más álgidos del proceso que describimos.

Si resulta imprescindible para el análisis del 17 de octubre remitir a la historia previa, hace falta también pensar el devenir el peronismo después de 1945. Sin profundizar, no evitan esta referencia los textos que componen “Plaza tomada…” incluidas aquellas versiones del peronismo en las que sus bases populares no solo no conservaron protagonismo sino que experimentaron la liquidación de conquistas sociales, víctimas de políticas claramente antiobreras, como lo fue el menemismo. Excede también los límites de esta nota profundizar estos temas pero esbocemos unas reflexiones finales, retomando los planteos que hemos desarrollado aquí.

El recorrido desde la movilización del 17 de octubre hasta la disolución del Partido Laborista es una clara muestra del proceso de “institucionalización de lo plebeyo” que hemos mencionado. Esta es más que una característica del peronismo, es su razón de ser; si el peso de la agencia popular en la movilización del 17 de octubre puede ser vista como parte del “doble legado” del peronismo, -como en alguna medida lo fue el dinamismo de las comisiones internas y los cuerpos de delegados, como ha destacado Daniel James-, no se trata de una tendencia que convivió dentro del peronismo con aquellas que apuntaban a la desmovilización, sino que se desarrollaron en enfrentamiento. La primera expresaba la fortaleza de la clase trabajadora y la segunda respondía a la naturaleza de un fenómeno burgués que emergió y se desarrolló para liquidar, no solo la movilización sino, sobre todo, las tendencias a la acción autónoma de la clase obrera y sus organizaciones.

El debate sobre la creación de un instrumento político de la clase trabajadora ha formado parte de la historia de la clase; las tendencias que lo negaban, en forma paradójica -como señaló Del Campo- aunque para nada inexplicable, terminaron impulsando una organización como el Partido Laborista rápidamente disuelto por el líder al que había apoyado. Cada episodio de la historia que sigue pone de manifiesto el enfrentamiento de las direcciones peronistas, -sindicales y partidarias, en el gobierno o fuera de él-, contra las tendencias a la acción autónoma y desafiantes del orden capitalista protagonizadas por las bases obreras. En cada uno de esos episodios, hasta la actualidad, se manifiesta la necesidad de romper con esas conducciones para avanzar en una dirección de independencia de clase y en la creación de organizaciones de la clase trabajadora que rompan con la colaboración con sectores del capital y sus partidos políticos para, además de luchar por conservar derechos ganados y recuperar los perdidos, comience a dar pasos hacia la construcción una sociedad sin explotadores ni explotados.