Marea Editorial

Calambres en el alma

Con nuevo prólogo, se acaba de reeditar el delicioso “Verdad tropical”, suerte de autobiografía caprichosa en la que Caetano Veloso reveleba sus heridas.

Por Mariano del Mazo

 

Si no hubiera escrito una sola canción, Chico Buarque hubiera destacado como novelista; en ese mismo sentido, si el arte de la música le hubiese sido negado a Caetano Veloso, el bahiano hubiera sido uno de los intelectuales más lúcidos y provocativos de su país. Hace medio siglo que con pulso librepensador publica artículos, ensayos, prólogos, en medios gráficos de Brasil y de los Estados Unidos. En 1997 escribió su obra cumbre prosaica, la monumental Verdad tropical, una mezcla de autobiografía arbitraria a la manera de las Crónicas de Bob Dylan, libro de memorias, misceláneas y reflexiones sobre el Tropicalismo, el movimiento cultural que forjó junto con Gilberto Gil.

Complejo definir el Tropicalismo: con una mirada puesta en la psicodelia, otra en la poesía concreta, en la llamada antropofagia y en diversos elementos de la época, siempre bajo la guía de Joao Gilberto (a quien Veloso rinde pleitesía de una manera prácticamente religiosa), se establecieron las bases del MPB post samba y bossa nova. El punto de clivaje fue el disco Tropicália ou Panis et Circensis, de 1968, en el que participaron además de Caetano y Gil, Gal Costa, Tom Zé, Os Mutantes, Nara Leão, Rogério Duprat, Júlio Medaliga y los poetas Torquato Neto y José Capinan.

A dos décadas del original, Verdad tropical fue revisado y reeditado en Brasil. En la Argentina fue lanzado por Marea Editorial a fines del 2019 con un sorprendende y escalofriante nuevo prólogo. Siempre con la rigurosa traducción de la periodista argentina Violeta Weinschelbaum, el texto inédito de Veloso exhibe descarnados y hasta impudorosos relatos como jirones de un momento aciago su vida: es la confesión de un hombre atenazado por “la infelicidad” que, ahora que está llegando lentamente a los 80 años, muestra no tener problemas en revisar su dolor. 

En un par de carillas demuele la imagen de nordestino de sonrisa beata, casi zen, en armonía felina con su cuerpo, siempre entonado y seguro de su arte y de sí mismo. Asoma un ser perdido entre severos trastornos de sueño, fantasías suicidas y un botiquín bien provisto de ansiolíticos y antidepresivos. “Escribí Verdad tropical cuando tenía poco más de cincuenta años…”, empieza el prólogo al que tituló Carmen Miranda no sabía bailar samba. El infierno, cuenta, se presentó ante él en mismo instante de la publicación original.

“Cuando el libro estaba listo y nació Tom, tuve un episodio de depresión –escribe-. No era como la que tenían los amigos y conocidos bipolares. Era una mezcla de tristeza profunda, miedo, rabia, agotamiento e impaciencia. No podía dormir ni comer. Adelgacé mucho. El brote se parecía a los momentos de horror que había experimentado con el consumo de drogas. Se asemejaba sobre todo a lo que sentí al llegar a casa después de la cárcel. Y todo aquello que había sido horrible en aquel momento ahora se mostraba peor: el hecho de no estar bajo el efecto de sustancias que cambiaran mi percepción me decía que el infierno se daba en mí por mí mismo y se daba por la química de mi sistema nervioso central o a mis temas psicológicos. Pensaba que tal vez estaba agotado por haber escrito, más o menos eufóricamente, un libro largo, narrando hechos de gran intensidad emocional de mi vida pasada, sin haberme tomado un tiempo exclusivamente para hacerlo: escribía después de los shows y antes de los viajes en las giras. Pero también estaba el nacimiento de Tom: que apareciera un bebé adorado cuando yo ya tenía 55 años me colocaba delante de la muerte (no de la idea de la muerte –no pensaba mucho en ese estado, excepto cuando, poco más de un mes después de que todo aquello comenzara, la idea de suicidio, cosa inimaginable para mí hasta entonces, se impuso con una claridad fría que no me asustaba ni me consolaba, ni mínimamente –sino de la muerte misma): parecía que estaba atado a mi vida pequeña y que ya no podría alcanzar la grandeza requerida para tener un hijo”.

Vale la pena avanzar por el ripio del prólogo, el relato de las maneras que intentaba Caetano para disolver su estado. Con una prosa rigurosa –hasta se podría decir bella-, que no pierde ritmo ni aún en la narración de los detalles más escabrosos de la desesperación, Veloso define su propio mapa del desamparo. “Fui mejorando de esa crisis en sesiones de análisis, cosa que había abandonado hacía más de una década y que retomé por recomendación de mi médico clínico, George Spitz –anota-. El no estaba logrando convencerme de que volviera a tomar tranquilizantes. El horror de admitir que ninguna droga había disparado el brote me llevaba a atribuirlo a la dosis doble de Lexotanil que había tomado (un comprimido de 6 mg. en vez de medio, que es lo que siempre tomaba) la noche en que sentí el ruido sordo en el fondo de mi alma/cuerpo. (Todavía hoy le tengo miedo)…”

Durante páginas y páginas Caetano habla de situaciones de pánico, de más pensamientos suicidas, de las reacciones de su mujer Paulinha, del día en que conoció al Rivotril y de cómo le costó dejarlo: “Una neuróloga me recetó una serie que empieza con melatonina, pasa por valeriana y llega al Stilnox, para intentar dejar del Rivotril. Pero el Stilnox, un sopórifero, me hace sentir mal. Vuelvo al Rivotril y a los antihistánimicos (…)”.

El texto introductorio se intensifica, nunca abandona la densidad confesional, una espesura de la desesperación y va integrando –al fin y al cabo, es Caetano Veloso- textos de Adorno, Heidegger y Lévi-Strauss, hasta dar con un tono sarcástico que logra correrlo del laberinto de su psique: “Sea como sea, fui saliendo y volvierndo a ser quién soy. Casi puedo decir que no cambió nada. Pero le perdí el miedo a los aviones”.

Estos fragmentos forman parte de la puerta de entrada de un libro apasionante, indispensable, hermosamente escrito, que se hunde en las décadas del 60 y 70, que escanea magistralmente personajes como Chico Buarque, Roberto Carlos, Maria Bethania, que analiza las contradicciones y la inviavilidad y el poderío del Brasil (“un país a menudo perdido en su rumbo pero consciente de su oportunidad –y, por lo tanto, de su obligación- de grandeza”), que sacude el trauma de la persecución política y el exilio compartido con Gil, que cuestiona dogmas de izquierda y que se multiplica en meandros hacia historias cotidianas, aguafuertes tropicales y la crítica cultural de su tiempo. 

En una movida típica de Caetano, esa necesidad de narrar los detalles de una depresión contemporánea a la publicación de Verdad tropical se puede entender como otra veleidad de su genio inconmensurable. El lo sabe: el lugar donde Veloso ubica la mirada cambia, fatalmente, luego de esa mirada. Ese sitio queda exaltado, minimizado o neutralizado. Ocurre con Carmen Miranda, con Michael Jackson, con el bolero o con las más severas de las depresiones y las neurosis urbanas.