Es la época previa al Golpe (desde agosto de 1974 a febrero de 1976), en el interior de la redacción de la “joya” de Editorial Abril y los pasillos y despachos de la Casa Rosada: se produce una excitante inmersión en el clima de los inicios de un ciclo de oscuridad profunda; y es la oportunidad de re-conocer a las figuras más significativas del periodismo y la política en una Argentina, literalmente, de otro siglo. El libro de Julián Gorodischer –autor de La ruta del beso, Orden de compra y Camino a Auschwitz, compilador de la antología Los Atrevidos, periodista y editor- entremezcla texto e imágenes para recrear desde agosto de 1974 hasta marzo de 1976, en medio del funcionamiento de una redacción.
Ha pasado solamente un mes desde la muerte de Perón y Claudia es la revista emblemática de “la mujer moderna” de ese tiempo: desde su aparición, en 1957, conmocionó el mercado dado que representa una innovación en el campo del periodismo y la imagen de la mujer. Mientras, el gabinete de Isabelita, se divide entre dos ramas enfrentadas; dentro de Claudia se sabe a todo nivel que Gelbard (Economía) significa “la vida” mientras que López Rega (Bienestar Social y Secretaría privada) implica la muerte, con las células para militares de la Triple A ya instaladas en despachos y pasillos de Bienestar Social.
Así se va produciendo un alineamiento explícito tanto de Claudia como de La Opinión, que dirige Jacobo Timerman, hacia un imaginario “cuarto peronismo”, marcado por las influencias de la revista femenina en la creación y la amplificación de discurso político. Este es el principal momento de la primavera gelbardista, cuando el ministro logra convencer a Isabelita de que Claudia está de su lado, y así logra ir imponiendo temas, los que antes publica la revista, en la agenda de prioridades de la mandataria, y que tienen que ver con su imaginación en torno a un país sostenido por la alianza de los sectores de la industria textil con los sindicatos, permeables a las directivas de algunos intelectuales comprometidos.
Claudia es –dentro de la Editorial- una continua renovación periodística, un espacio en el que se reformulan concepciones sobre la condición femenina y las propias experiencias de las mujeres a las que se dirige. Recreando en discurso y acción a las grandes figuras de aquella fase final de la revista –con escenas situadas hasta un mes antes del 24/03/1976- imagina el devenir cotidiano de –por ejemplo- Olga Orozco, la redactora de Claudia y poeta que un día toma la palabra y enfrenta a Civita: “Señor, la Cámara de Diputados aprobó el dictamen del ascenso de Massera. Yo le pregunto: ¿Claudia no va a señalar la complicidad de Diputados con el personaje siniestro –por López Rega- que está detrás de los asesinatos de los últimos meses?”.
Entonces, empieza el declive de la publicación de género que hizo historia en el periodismo de masas, un extraño ámbito de libertad de formas y estilos forjado entre la violencia parapolicial y un poder presidencial absurdo, rumbo a la dictadura de la junta militar. Es el día a día del deambular de la tienda Harrods al Bar-bar-o, cuando editoras y redactoras se disputan el favoritismo del número 1 de Abril, y a él empiezan a quedarle pocas posibilidades de acción, hasta que finalmente se exilia.
No sé si es el bien contra el mal, pero casi
Por Luisa Valenzuela
Disfruté mucho de la lectura de Claudia Vuelve por muchos aspectos: primero y principal, por la agilidad con la que se va contando un presente vívido como de obra de teatro, que permite ver todas las escenas con sus personajes entrando y saliendo como en un escenario. Otro aspecto de mi disfrute tuvo que ver con el entrecruzamiento logrado aquí entre esos dos carriles que para mí van absolutamente separados y que no son fáciles de mezclar: la ficción y el periodismo. La novela lleva el periodismo a la ficción, y arma una novela de la Historia relativamente actual, creíble, a pesar de lo que se haya podido aportar de imaginación.
Yo conocí la editorial Abril desde adentro, desde muy chica, porque mi madre (la escritora Luisa Mercedes Levinson) trabajaba en la revista Idilio; así se ganaba el mango. Era gente muy especial, los Civita y compañía, y los que integraban esos planteles; eran hombres y mujeres de un excelente nivel intelectual. El momento político, de Claudia Vuelve, es de gran importancia: es el accionar de la Triple A que pasa entre bambalinas y que va preparando, junto con la presencia de Massera, el terrible el golpe de Estado y la junta militar y todos los horrores que vienen después, nacidos de todo lo que se iba armando entre López Rega y la estupidez de Isabelita, y demás situaciones en las que Gelbard ya no participa; queda totalmente al margen hasta que enseguida lo echan. El ministro de Economía de Isabelita había querido contrarrestar el terror, desde adentro, y le resultó imposible. A través de una ficción, entonces, asistimos a esa lucha interna –la de Gelbard y López Rega, en la que se involucra Claudia-, no sé si entre el bien y el mal pero casi, en el seno de esa redacción muy sofisticada.
Esta novela me llevó a pensar en la diferencia entre aquel periodismo manipulado y este: es la diferencia entre intentar convencer y engañar. Aquel periodismo jugaba un juego para intentar convencer a sus lectores de la opinión que ellos apoyaban o que le venía bien a su bolsillo; este miente con total descaro para apoyar a su bolsillo; es mucho más sucio y aterrador este estilo de periodismo actual, sobre todo porque repercute en las redes sociales y se difunden las noticias falsas con una alegría irresponsable.
En mi época de periodista, cuando trabajaba como redactora de planta en La Nación y otros medios, yo creía que si bien en toda publicación hay tendencias políticas claras, en ese tiempo eso se podía ver de manera sutil en la elección de la noticia, en los títulos, en epígrafes, como en Claudia, donde se apoya a la presidenta pero no mintiendo, como ahora, sino a través del juego entre dos potencias para defender sus intereses; y lo que me parece fascinante de este libro es que se lo haga a través de una revista femenina, y en ese punto hay algo que vale la pena señalar: en qué alta medida se pensaba que influir sobre las mujeres podría hacer que el país cambiase.