Marea Editorial

Elsa Drucaroff: "El pasado es una batalla que hay que dar hoy"

La autora reeditó su libro El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal, novela histórica sobre la red de trata controlada por mafiosos de la colectividad judía. Y en septiembre publicará el ensayo Fémina infame. Género y clase en Roberto Arlt. "Hoy ya no hay que explicar las estupideces que se decían antes", señala.

Los libros de Elsa Drucaroff comparten un horizonte: la construcción de una “memoria utópica”, más allá de los géneros literarios. “El único modo de pensar el pasado es como una batalla que tiene sentido dar hoy”, afirma la escritora, docente y crítica literaria ante la reedición de El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal (Marea), donde imagina la historia de Dina, una joven judía polaca que llega a Buenos Aires en los años veinte del siglo pasado para ejercer la prostitución en un burdel de Boedo. Entre los personajes que aparecen en esta novela, publicada originalmente en 2006, está un periodista del diario Crítica al que apodan “El loco”, inspirado en Roberto Arlt, un autor que ha leído, estudiado y sobre el que ha escrito un ensayo que aparecerá en septiembre, Fémina infame. Género y clase en Roberto Arlt (Letras del Sur) --una reelaboración y ampliación de Arlt, profeta del miedo, que editó a fines de los años noventa--, en el que propone una lectura para “descubrir enigmas, tensiones y preguntas que siguen latiendo vivas, incandescentes en nuestra sociedad, con extraordinaria y solapada eficacia” hasta el presente. “Leer sirve; cancelar, no”, aclara Drucaroff, que cuestiona la cultura de la cancelación.

“Feminista fui siempre”, afirma la escritora en la entrevista con Página/12. “Antes era algo por lo que casi había que andar pidiendo perdón en la vida, por lo que te ridiculizaban y no te tomaban en serio o se enojaban”, recuerda la autora de las novelas La patria de las mujeres, Conspiración contra Güemes y El último caso de Rodolfo Walsh; los cuentos de Checkpoint y los ensayos Mijail Bajtín. La guerra de las culturas y Los prisioneros de la torre. Política, jóvenes, literatura, entre otros. El infierno prometido vuelve a salir 16 años después de su primera edición “cuando el feminismo tiene una hegemonía diferente y ya nadie anda diciendo ‘no soy feminista, soy femenina’, o cada 8 de marzo ya no hay que explicar por qué tiene que haber un Día Internacional de la Mujer y no es discriminador que no haya un Día Internacional del Hombre y todas esas estupideces que se decían antes”, compara Drucaroff.

El feminismo y la prostitución

-¿Qué significa reeditar “El infierno prometido” en este contexto, post “Ni una menos” y con la militancia y movilización de los feminismos más masiva y visible? ¿La novela puede tener nuevos diálogos con este presente?

-Cuando salió El infierno prometido en 2006, el shock más fuerte pasaba por visibilizar la historia de la red de trata que había existido entre mafiosos de la colectividad judía; una historia que la colectividad había intentado ocultar por miedo al antisemitismo y también por mala conciencia, por las cosas por las cuales cualquier sociedad intenta ocultar su basura debajo de la alfombra. Acababa de salir La polaca, de Myrtha Schalom, y después salió mi novela, dos libros que hablaban de lo que la colectividad no quería hablar. Además, el libro visibilizaba el hecho de que las redes de trata no han cambiado en sus horrorosas condiciones de explotación de las mujeres. Yo no creo que la literatura tenga que ser feminista para ser buena; hay muy buena literatura que es profundamente machista y racista. Y te puedo dar muchos ejemplos: (Juan Carlos) Onetti es misógino; Roberto Arlt es tremendamente misógino; (Louis-Ferdinand) Céline es racista. Sí creo que la literatura puede también ser feminista y eso no la hace ni mejor ni peor. Mi novela es una novela feminista, que está contada desde una mirada de mujer que trata de pensar las contradicciones de ser mujer y el trabajo interno que tiene que hacer si quiere pelear por su propia dignidad. Esos aspectos son fuertes en la novela, por ejemplo el conflicto del personaje central respecto de un hombre que la denigra y ejerce violencia sobre ella, pero frente al que está fascinada de un modo contradictorio; el problema de ser víctima y qué hace una víctima: si se somete, si colabora, si resiste, si se adapta con inteligencia.

-La prostitución genera mucho debate en los feminismos y “El infierno prometido” es una novela que también podría inscribirse en torno a esta polémica. ¿Cómo te posicionás como escritora feminista: estás más cerca del abolicionismo o del regulacionismo?

-Me posiciono respecto de la prostitución como me suelo posicionar cuando aparecen las antinomias absolutas. No soy abolicionista y tampoco coincido con todas las cosas que se plantean desde el regulacionismo. No creo que la prostitución sea un trabajo particularmente digno, eso no significa que yo crea que las prostitutas no merecen dignidad. Hay muchos trabajos indignos en este momento en el mundo; es indigno que alguien tenga que trabajar rociado de glifosato y esté destinado probablemente a morir de un modo horroroso y pronto. No me parece digno que lo que una mujer tenga para ofrecer sea exclusivamente su cuerpo y su sexualidad como una mercancía. No me gusta la idea de hacerlo; pero si estuviera obligada por circunstancias extremas, lo haría. Hay mucha moralina contra la prostitución para volverla mucho peor que la explotación en el campo en condiciones de cuasi esclavitud o que los trabajos precarizados. Hay muchos otros modos de indignidad peores que la prostitución, pero como no implican el sexo de una mujer no molestan. En ese sentido me parece ridículo plantear la abolición de la prostitución porque atenta contra la dignidad de las mujeres. Si es por eso, el capitalismo atenta contra la dignidad de les seres humanes y veo muy poca gente, entre las personas abolicionistas, dispuestas a plantear esto. La prostitución es una demanda laboral de los hombres hacia las mujeres que sigue siendo uno de los poquísimos modos en que una mujer puede ganar mucho dinero; o sea es un oficio en el cual la brecha salarial no funciona y yo sospecho que la necesidad de poner un montón de estructuras de explotación sobre estas mujeres tiene que ver con impedirles ganar todo ese dinero. La prostitución es un negocio muy rentable, pero es rentable porque los hombres se excitan sexualmente comprando “carne femenina”. La prostitución es una demanda masculina por la cual los hombres están dispuestos a pagar bastante más de lo que están dispuestos a pagarle a una mujer que les limpia o les cría los hijos, que les lava la ropa o incluso a una profesora o a una médica. La sociedad patriarcal no está dispuesta a pagar los trabajos de las mujeres como paga el trabajo por el cual las mujeres tienen sexo para ellos. La prostitución es uno de los negocios más poderosos que hay en la sociedad patriarcal. Desde ahí me interesa el regulacionismo, me interesa que se garantice que estas mujeres tengan un trabajo (que a mi no me parece maravilloso), si lo desean o necesitan también. En ese sentido, sí soy regulacionista. Me molesta que el regulacionismo transforme la prostitución en un ideal de autonomía. No sé si son mujeres autónomas, sé que trabajan mucho y que tienen derecho a manejar el dinero que ganan. Y tienen derecho a trabajar menos horas, a ser libres, a no estar encerradas, a que la policía no las insulte, a que las otras mujeres, sus hermanas, no las denigremos.

El salvajismo de Arlt

-¿Dina sería regulacionista, aunque entonces esa palabra no estuviera en juego?

-Ella no se plantea eso porque nadie se lo planteaba entonces. Eso sería lo bueno que trajo el regulacionismo; pero cuando yo, Elsa Drucaroff, empiezo a investigar y a escribir la novela descubro que a las prostitutas las hacían atender entre 40 y 60 hombres por día, las hacían trabajar entre 10 y 12 horas por día; se morían en alta proporción por infecciones vaginales producidas por tanto roce, por un roce que es imposible para un cuerpo humano que no está preparado para ese nivel de penetraciones. Dina es una sobreviviente que entiende que como prostituta se va a morir muy pronto y que si en cambio logra ser regenta del burdel probablemente pueda tener una vida mejor. Algunas personas abolicionistas me cuestionaron que pusiera a mi personaje con ese objetivo de ser regenta. Después Dina cambia de objetivo porque encuentra algo más interesante para plantarse subjetivamente. Por otro lado, gente regulacionista me criticó porque en la novela la prostitución aparecía como un trabajo que humillaba a las mujeres.

-En tu novela hay un personaje, “El loco”, inspirado en Roberto Arlt. ¿Qué pasa con la figura de Arlt en la literatura argentina hoy?

-Lo que tiene problemático Arlt es que toda su obsesión con la virginidad de las mujeres, su obsesión con el tema del noviazgo y las trampas de las mujeres para “atrapar” maridos, tienen formas que evidentemente hoy no funcionan. La virginidad ya no es más un valor; pero hay algo del maltrato y de la infamia de los hombres a las mujeres que permanece. Eso es lo que trabajo en Fémina infame, un ensayo que sale en septiembre por Letras del Sur. Arlt hoy ya no convoca a los adolescentes a la lectura. Hoy necesitan otra cosa; el mundo realista al que alude Arlt está demasiado lejos de la experiencia de los adolescentes; pero hay algo en el salvajismo de Arlt que está muy vivo. “El loco”, mi personaje, nació efectivamente de Arlt, en una novela donde me puse a armar una ficción con un personaje que era como me imaginaba al creador de una literatura que leí, que estudié y que trabajé muchísimos años. Cuando los otros personajes todavía no tenían los trazos fuertes en mi imaginación, a Arlt lo veía y podía imaginar hasta en qué posición dormía. Lo he puteado, lo que he querido, me he reído de su estupidez y lo he admirado.

-Quizá Dina y “El loco” sean los personajes más contradictorios, aquellos en los que se perciben más las vacilaciones…

-Todos los personajes tienen vetas contradictorias, pero las contradicciones que más trabajadas están son las de Dina y “El loco”. El juez es un perverso, un torturador de mujeres; es un aristócrata que tiene el poder de la institución de la Justicia, tiene el poder del Estado, tiene el poder de su clase social y es un perverso. Sin embargo, sé que está sometido a la lógica del matrimonio por conveniencia que hizo con la hija de un juez de la Corte Suprema; que le tiene miedo al suegro y que en su casa es maltratado y por eso puede torturar y violar a una prostituta. Pero nunca me atreví, y es algo que como artista me arrepiento, a meterme en serio en la cabeza de este juez y dejarlo hablar. Lo intenté, pero me dio miedo lo que iba a encontrar de mi y no pude seguir escribiendo la novela por un tiempo. Y lo que resolví es que el juez iba a ser mirado siempre desde Dina porque no me animé a la primera persona.

El fin del mundo

-En la novela histórica te interesa construir lo que llamás “una memoria utópica”, trabajar con un pasado para instalar tensiones utópicas, cosas que te hubieran gustado que hubieran sucedido, como una alianza entre anarquistas y prostitutas. ¿En el 2006, cuando publicaste la novela, había más esperanza y ahora la palabra utopía pareciera que está en terapia intensiva?

 

-La palabra utopía fue mal usada por el progresismo. Cuando en la década del 60 o 70 mucha gente creía que el futuro de la Argentina, de América Latina y del mundo era el socialismo, te decían la palabra utopía despectivamente. La palabra utopía era descalificada y estaba bien que fuera así porque utopía es lo que no está pasando en ningún lugar, es lo imposible. No me asusta mucho que la utopía esté en terapia intensiva, en ese sentido. Hoy la esperanza respecto de un futuro positivo para este país y para el mundo no existe. Si esto sigue como está, si no logramos las personas humanas cambiar el mundo, dentro de cincuenta años no hay mundo. Ya no es que la Argentina no se arregla más y todas esas boludeces; no hay humanidad. Hay recalentamiento global y final de cualquier posibilidad ecológica. Hay mundo, pero sin seres humanos. Pocas veces el capitalismo mostró como ha mostrado que nos conduce a la catástrofe; pocas veces la humanidad mostró que por algún motivo está tanáticamente encandilada, marchando hacia la catástrofe. Ahora bien, ¿qué hacer frente a eso? No se trata de creer en las utopías, se trata de tener la potencia de imaginar utopías para poder hacer cosas en la realidad que no sean utópicas. El arte tiene que tener la potencia de creer en las utopías porque es arte y porque desde esa imaginación encontramos voluntad, deseo, ganas de ver cómo cambiamos el mundo. Hay una relación entre lo que somos capaces de imaginar y lo que somos capaces de hacer. Cuando Mark Fisher escribe que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, encuentra que las ficciones que imaginan el fin del mundo lo imaginan capitalista. ¿No podemos imaginar o pensar siquiera algo mejor? Si no podemos imaginar algo mejor, estamos fritos. A mi me gusta defender la memoria utópica; por eso me gusta pensar que hubo una prostituta como Dina y que hubo una alianza entre hombres anarquistas que pudieron escuchar y ayudar a Dina en los términos que Dina quería. Al mismo tiempo no me importa si pasó. Eso es memoria utópica. Si no pasó, hagamos como si hubiera pasado. Imaginemos estas historias y vayamos hacia delante con ese legado. Después de todo, el único modo de pensar el pasado es como una batalla que tiene sentido dar hoy.