Por Sebastián Ramos
Juan Manuel de Rosas, vampiros, homoerotismo, monstruos, poesía y la sangre como metáfora predominante. Gabo Ferro parece haber aprendido la lección dictada por José Ramos Mejía: "Una cosa son los sucesos en sí mismos y otra es el arte de presentarlos en la vida con todo el interés de la animación y del drama".
Así como lo demostró el último año con su libro Barbarie y civilización. Sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas, este músico, poeta e historiador inquieto sabe muy bien cómo presentar en sociedad su obra, sea esta una tesis histórica, un "líbrido" (libro de imágenes acompañado por un CD con música), un álbum conceptual, un concierto o una performance vocal basada en una pieza de John Cage como la que realizará este fin de semana, en el Teatro del Globo y con el sello del Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC).
-No parás de producir, por momentos parece que tuvieras demasiadas cosas para decir...
-Un artista no debe quedarse callado, mucho menos si del otro lado tiene alguien que le pregunta cosas y tiene ganas de escucharlo, de comprender qué dice uno. En los conciertos hablo bastante poco y cuando no tengo nada para decir, me guardo. Pero el artista, el filósofo, el obrero, el historiador, el periodista, todos tienen que recuperar la palabra decir. Tiene que ver con el compromiso hacia tu propio tiempo. Qué hubiera dado por leer entrevistas de Esteban Echeverría. Me completaría más su obra.
Problemas históricos
Que un rockero como Ferro indague y escriba sobre historia argentina, muchos lo consideran un problema. Pero precisamente para eso están los historiadores: para generar problemas. En permanente equilibrio entre la esencia académica y el espíritu punk, Gabo intentó, con explícita actitud intelectual, reflotar el debate acerca de una de las figuras más controversiales del país. "El libro fue una praxis política como productor cultural -dice. Cuando me di cuenta de que cierto sector académico había clausurado el tema Rosas, me pareció que escribir sobre ello era todo un reto. Para la historia, clausurar un tema es muy peligroso, mucho más si se trata de clausurar puntualmente la discusión o la investigación sobre Rosas, como sucedió aquí en la década del 90. Que en plena época menemista se dejara de hablar de Rosas, figura central para discutir nuestra identidad y, sobre todo, el punto de vista de la nación y la nacionalidad, no fue para nada azaroso".
-¿Un libro como Barbarie y civilización, escrito por un músico de rock, puede reinstalar la discusión histórica?
-Es muy pretencioso, pero sí, puede ser. Creo que el libro tiene cierta originalidad, como la de atender el tema desde la historia de la cultura, del arte, de la crítica literaria y, tomando lo que se considera en algún costado el detrito de la cultura, justamente una imagen como lo sangriento, lo monstruoso y lo vampírico, cuánto nos dice de Rosas. Yo trabajé mucho y duramente sin saber si iba a poder decir algo. Mi pretensión es grande, pero es una pretensión con la obra, no como historiador, porque como historiador no sé si volveré a publicar algo. De todas formas, la buena divulgación no tiene por qué atentar contra la historia. Hay manuales y libros de historia hechos por no historiadores que han sido éxitos de venta y que han tratado a la historia como un anecdotario. Eso no le hace mucho bien a la historia, porque provoca por la historia el mismo interés que generan por ahí las revistas de espectáculos: saber si Belgrano tenía la voz aflautada, si San Martín era bueno con su familia. ¿No será más importante instalar un problema? Habrá que trabajar más, por supuesto, pero bueno...
Durante aquellos años 90 en los que asegura que en la Argentina se clausuró el debate sobre Rosas, Gabo se encontraba al mando de un grupo de hard rock bautizado Porco, hasta que una noche de marzo de 1997 enmudeció en escena y abandonó el concierto por la mitad, huyendo entre el público. De allí en más, se dedicó a estudiar historia con enfermiza obsesión hasta recibirse con honores y, en 2004, recuperó finalmente su pasión por la canción e inició una prolífica carrera como cantautor: en los últimos cinco años, Ferro editó cuatro álbumes con temas originales (el quinto llegará a las disquerías la semana próxima), un puñado de discos piratas con registros de sus conciertos aquí y en los Estados Unidos, un DVD en vivo y el "líbrido" Nada para el destino , con imágenes de Ral Veroni y música compuesta conjuntamente con Flopa Lestani.
-En un capítulo del libro, resaltás el valor de la prensa escrita en los análisis culturales de la historia...
-Los discos, como los libros, necesitan un tiempo de producción que suele ser entre mediano y largo. Yo trato de agilizar esos tiempos y así y todo, puedo sacar un disco por año, dos con estos "piratas", tres ya es mucho. Hay gente que me dice que pare, porque me pierde, pero para mí tiene que ver con una urgencia de la obra, ni siquiera mía. A diferencia de los discos y los libros, la prensa sigue teniendo, como en el siglo XIX, esa cosa de producción urgente. El periodismo gráfico no es Internet, que es el paroxismo de ese tipo de producción en donde lo decís, lo escribís y listo, ni es un libro o un disco. La prensa tiene ese discreto lugar de urgencia. Por eso a veces cuando leés un libro quizá ya está envejecido o en Internet leés una enorme cantidad de basura. Creo que la prensa tiene el tiempo justo de producción y mis discos están más asociados con el periódico que con un libro.
-¿De ahí ese halo testimonial que recorrió tu álbum Amar, temer, partir, también editado el año pasado?
-Sin dudas es un disco ejercicio. Estaba en un estadío anímico y quería registrar cada cambio de estadío hacia otro, con una canción. Como si fuera una suerte de fotoperiodista. Tenía doce canciones escritas en un determinado orden y como había unos conciertos programados, se me ocurrió preguntarle a la gente si tenía ganas de escuchar doce temas nuevos. Me dijeron que sí y esa grabación fue el disco. Como consecuencia, lo bueno de esto fue que me encontré con ganas de devolverle al formato vivo lo que alguna vez fue algo muy importante para la escena del jazz y del rock. Porque ahora el vivo es, primero, una ficción: el disco en vivo no es en vivo, está retocado, manipulado, sobregrabado. Y después, casi siempre se registra para resolver un contrato discográfico, o porque el artista no quiere más a su compañía o porque la compañía no quiere más tener al artista. Cuando escucho esos discos viejos en vivo, en donde se escuchan las toses, las corridas de tempo, la humanidad, en definitiva, dentro del disco, me parece que así deberían ser. Un registro de ese momento, con errores, emoción. No todo es perfecto y siempre afinado.
-¿Y qué podés adelantar del disco que sale la semana próxima, Boca arriba?
-A los temas clásicos del imaginario de los discos anteriores (la naturaleza, el amor, la libertad, la cultura) Boca arriba hace ingresar de manera más determinante a mi universo lírico la cuestión de la memoria; del final de las cosas y hasta del final del mismo final.