Marea Editorial

“La civilización tortura de manera no sangrienta”

Licenciado en historia y cantante de culto cada vez más popular, el ex líder de la banda hardcore Porco publica su primer libro con un tema inquietante: sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas.

La cita es en el Museo Histórico Nacional, en Defensa y Caseros. Gabo Ferro se sienta debajo de un gomero en el patio externo. No podría haber mejor lugar para hablar de su libro –Barbarie y Civilización. Sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas– que esa casona del siglo XIX enclavada en el Parque Lezama. En una de sus salas, se exhibe la Máquina infernal, un artefacto con el que sus enemigos quisieron atentar contra la vida de Juan Manuel de Rosas, un símbolo de la violencia de los tiempos que retrata el cantante y compositor, autor, además, de entre otros los discos, de Canciones que un hombre no debería cantar y Amar. Temer. Partir.

–En su libro habla de lo sangriento, lo monstruoso y lo vampírico como metáfora. ¿Como es la operación cultural respecto de Rosas?

–Rosas importa a la política un sistema que está teñido por la sangre. En términos real, ficcional y simbólica, se llena, se inunda el Río de la Plata de esta sangre. La Pirámide de Mayo se pinta de colorado con sangre de animales, los mataderos estaban en el fondo de la casa. No nos olvidemos de que Rosas viene de la campaña, donde la sangre se ve de otra manera. Hoy no vemos la sangre, es casi invisible, la trae con prepotencia el sida, pero nadie ve sangre todos los días. Pero en aquel momento no sólo se veía, sino que es usada en el discurso político de una manera inédita. Rosas la tira sobre el tablero y los opositores, que tenían una formación hija de la Ilustración, de la Revolución Francesa, la enriquecen. Ahí nace la figura del vampiro, en la oposición. En el discurso de época todo es rojo y sanguíneo, los cuerpos se llenan de colgajos colorados para demostrar el favor a Rosas, las casas se pintan de colorado, se teñían la cara con remolacha, Buenos Aires era roja. Los exiliados toman esas imágenes y las dan vuelta. Desde Mármol, que en el capítulo Un vaso con sangre cree ver que Rosas bebe sangre, hasta las imágenes vampíricas en las que siempre está exprimiendo cabezas, tragando sangre, él y sus acólitos.

–El uso de esta metáfora se produce en un momento en que la Argentina se vuelve efectivamente violenta y sangrienta.

–Pero el gobierno de Rosas es mucho menos sanguinario que muchos regímenes europeos de la época.

–De hecho, la dictadura de Lavalle es más sangrienta en proporción que la de Rosas.

–Es un signo de los tiempos. Rosas tiene momentos más sangrientos que otros. Cuando está en peligro, deja hacer a la Mazorca. En el 40 y 41, la Mazorca salía y hacía desastres. Lavalle se vuelve monstruo cuando tiene que acabar con Dorrego, dice “me tengo que sacar el corazón para acabar con la cabeza de la Hidra”. Es monstruo contra monstruo.

–¿El libro es un bestiario?

–Sí, por eso traté de revisar cómo llegaron los libros con los dibujos de monstruos y animales desconocidos al Río de la Plata y quiénes los tenían, porque algunos dibujos parecen copiados de la historia natural. Han tenido que verlos y estudiado y es probable que los hayan copiado para las ilustraciones que publicaban los diarios en contra de Rosas. Me interesó trabajar con imágenes, justamente por eso, porque una imagen tiene una contundencia que muchos libros no tienen.

–El título es Barbarie y Civilización, ¿logró la síntesis?

–Lo usé porque me molesta esta cosa de clausurar. La civilización es esto, la barbarie esto, por eso invierto los términos. Me pareció interesante girar y que la civilización estuviera subsumida en la barbarie. Para muchos es un debate clausurado, para mí no.

–Finalmente, los bárbaros se hicieron cargo de la barbarie y la celebraron.

–Sí, claro, porque si el discurso hegemónico te carga con ese sambenito, y si lo sabrá la historia de género, uno trata de ponerle una carga positiva a eso que te tiran. Vaciás de contenido esa palabra y la resignificás. Barbarie es otra cosa y me gusta ser bárbaro, si no tengo recursos para sacarme ese saco. Lo mismo ocurre con el orgullo gay.

–¿Sólo un cantautor podía meterse con la metáfora en la historia?

–Soy un rara avis. Probablemente. Yo trabajo con la poesía, con la canción, y es posible que eso haya despertado una sensibilidad especial para tomar las metáforas de los documentos.

–¿Cómo se lleva con la sangre?

–Hubo un momento en que me preocupó mucho. Me da un poco de aprehensión, vivimos en tiempos del sida y en estos tiempos en que la sangre no se ve, cuando la veo me impresiona mucho. No me desmayo cuando la veo. Pensemos que no poder ver sangre es un gesto de época, de la modernidad. Hoy nadie ve sangre.

–Es interesante pensar que la picana es un método de tortura que no sangra.

–Eso te demuestra cómo se retira la sangre de la historia. Las torturas que se implementan después de la década del 30 son sin sangre, pero si vos leés El matadero, lo primero que utilizan es el quitapenas para que empieces a sangrar, y bailés la refalosa, esa danza macabra de impresionado. Pero la civilización tortura de manera no sangrienta. La Nación Argentina tuvo que torturar de forma civilizada.

Lo monstruoso como una forma de discurso político

La originalidad del tema del libro de Gabo Ferro es apenas la bienvenida a sus páginas. En cierta manera, Barbarie y civilización se trata de un bestiario explicado y comentado sobre lo monstruoso durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas.

Lo monstruoso en términos políticos, en términos sociales y, sobre todo, como una forma de discurso político. Pero el trabajo de Ferro supera la sorpresa inicial. La virtud de su perspectiva se enriquece, se sostiene, con el fuerte poder metafórico que tiene su análisis.

La premisa desde la que parte Ferro es la desarticulación de las operaciones culturales que la oposición a Rosas hace sobre su gobierno. Para eso demuestra cómo el lenguaje escrito, hablado y visual –un hallazgo meritorio es el estudio de los documentos gráficos de la época y la comparación de esas imágenes con los libros de historia natural de la época– intercede en la política.

Ferro, además, politiza la sangre, ese fluido vital que corre por los cuerpos, no para denunciar el uso de la violencia –banalidad en la que no incurre–, sino para desnudar los artilugios en los se esconde el discurso político.

Civilización y barbarie es una operación contracultural. Al invertir los términos, los resignifica y reabre la discusión. Lejos de buscar una síntesis, lo que logra demostrar Ferro es mixtura de las dos categorías. Así, unitarios y federales son al mismo tiempo civilización y barbarie, al mismo tiempo son metáfora, son lo sangriento, lo monstruoso y lo vampírico. Ferro, entonces, sugiere que lo barbárico subsumió a lo civilizatorio y que, al mismo tiempo, lo civilizatorio engendraba en su vientre –contenía en sus venas– el germen de lo barbárico.

Este libro -original y necesario- hecha lumbre, entonces, sobre la dicotomía que atraviesa más de 150 años de cultura argentina.

Así escribe

“El Plata enrojece, se inunda entonces de sangre”

Con el pulgar de su mano derecha sangrando por la herida de una bala, Rosas se marcha a su ostracismo en Inglaterra “dejando una renuncia manchada con su propia sangre, que sería como la carcajada de Mefistófeles y la última bufonada, cuando ya se le había arrancado el ominoso poder que ejercía”.

Sin cabeza visible en el gobierno, esa misma tarde son saqueados los comercios y las casas del centro de la ciudad del Buenos Aires punzó, y el palacio de quien fuera el Restaurador de las Leyes –condecorado con cadáveres completos o mutilados de rosistas y mazorqueros desnudos o envueltos en sus insignias y uniformes colorados– transmuta encharcado en sangre a centro de la política nacional y escenario sobre el cual comienza a ensayarse la Constitución Nacional de la Nación Argentina. (…)

En el Buenos Aires de comienzos del siglo XIX los sujetos convivían, algunos a diario, con diversos tipos de sangre real, metafórica o simbólica: la propia, la sangre de Cristo presente en el vino de la misa y representado en las imágenes y los sermones de la iglesia, la de la matanza de los animales para la ingesta en las mismas casas o en los mataderos, la sangre escrita de la literatura, la de una herida propia o ajena, la retratada, la del asesinato o la del período femenino. Todos habrían visto sangre y sentido sus efectos en sí mismos, o en los demás, alguna vez y con muchísima más frecuencia que los individuos de la historia contemporánea reciente. (…)

Se hace referencia justamente al período en el cual Juan Manuel de Rosas considera, más que sus predecesores, la importancia de mantener estimulada y activa a la sociedad por medio de figuras impactantes, sencillas y de llegada rápida. Inventa sus propios logotipos y hasta sus propios slogans para la conquista de esta nueva clase de actores políticos. Les dona un elenco de enemigos y una causa, incluye a algunos por sus características y hábitos comunes de campaña, los activa social y políticamente, llena sus discursos de metáforas de sangre.

Sus adversarios eligen el mismo recurso para su contradiscurso. El Plata enrojece, se inunda entonces de sangre que tiñe, real y/o metafóricamente el agua, la ropa, las palabras, los distintos espacios públicos y privados, los cuerpos, las fachadas de las casas, las calles, las iglesias, la prensa, el arte, la política, la vida social, la vida privada y hasta la Pirámide de Mayo.