Marea Editorial

La historia de la homosexualidad es la historia de su represión

Este mes llegará a las librerías Historia de la homosexualidad en la Argentina. De la Conquista de América al siglo XXI, del periodista Osvaldo Bazán. Se trata de una obre que, además de ser un valioso registro, deja abiertas las puertas a futuras investigaciones y nos recuerda que, todavía, no todo está tan bien.

En 1997, el periodista Osvaldo Bazán y un amigo, Gonzalo Pérez, intentaron realizar un documental sobre la vida de los gays a principios de la década del setenta y el Frente de Liberación Homosexual. Aunque el video no pudo hacerse, los datos y testimonios obtenidos tomaron vida en La más maravillosa música (2002), novela en la que Bazán relata una historia de amor entre dos hombres que quedaron separados por sus respectivos compromisos políticos, pues uno militaba en el Frente y el otro estaba en las filas de Montoneros que, reproduciendo los prejuicios de los sectores reaccionarios que pretendían combatir, cantaban: “No somos putos, no somos faloperos…”. La historia siguió interesándole, y ahora presenta Historia de la homosexualidad en la Argentina. De la Conquista de América al siglo XXI. Sobre esta obra charlamos con él, en compañía de Ledesma, el gato que estuvo junto a Osvaldo en cada hora de escritura (y al que no agradeció en su libro, por lo que intentamos hacer aquí algo de justicia con el felino de la casa).
En esta Historia, su autor supo moderar el rigor del dato histórico con un estilo coloquial y, en ocasiones, cierto tono de novela. “Me pareció que el desafío era humanizar una historia cuyos protagonistas fueron, sucesivamente, tratados como pecadores, luego enfermos y finalmente delincuentes. Además, algunos capítulos los conté como si fuesen testimonios de primera mano; hay puesta en escena, para darnos idea del contexto, el momento, las costumbres, pero nada es inventado.
- Supongo que no te va a ofender si te señalo que en el libro se te nota anticlerical y anticastrense… 
- ¿Se nota mucho? (risas).
- También se nota que tenés puesta la camiseta de un “nosotros” que te lleva a optar por temas y modos de tratarlos.
- El libro tiene una posición tomada desde el principio: es una historia de la homosexualidad contada por un homosexual. Un heterosexual no lo haría en este contexto, porque tendría que aguantarse que se dijese: “Che, ¿este no es medio puto?”. Viendo el archivo periodístico de los 80 para acá, quienes escriben notas sobre homosexualidad es un reducido grupo de periodistas (no más de diez) que, en general, son homosexuales. Y esto no pasa en ningún otro ámbito. Si un periodista deportivo escribe sobre la corrupción en el mundo del fútbol, nadie cree que él es un corrupto del mundo del fútbol; pero si un tipo escribe sobre homosexuales, todos se preguntan por qué le interesa el tema, en qué anda.
- ¿Cuál es el criterio de selección de personajes?
- Busqué detenerme en los más significativos, los más emblemáticos de sus respectivas épocas, porque podían servir como anclaje de la vida y el pensamiento en sus tiempos.
- No intentaste hacer siquiera un registro de los lugares que se abrieron desde el 83…
-Fue difícil el final, porque no quería perder la perspectiva de que era un libro de historia, y había cosas que estaban demasiado cerca. Además, el libro ya era muy extenso, y preferí que quedase constancia de los boliches anteriores, de los que sólo hay recuerdos. A lo mismo se debe la ausencia del periodismo especializado como tema en el libro: me cuesta verlo en perspectiva histórica.
-Cargando con esta historia, ¿cuál te parece que es hoy el desafío?
- Ya sabemos por dónde viene los sectores más reaccionarios y conservadores, pero cuando el gesto que denota discriminación viene de sectores progresistas o comprometidos socialmente, se ve claro cómo está arraigado en todos el prejuicio y la fobia. Por eso, lo que nos toca a las minorías, es enseñarles a las mayorías que la democracia significa que nos respeten. Por eso, hoy me interesa más señalar a los adversarios menos obvios que a los muy obvios.
- ¿Y hacia dónde vamos?
- Después de haber visto todo lo que vi, creo que como la historia de la homosexualidad es la historia de su represión, cuando se termine la represión, se terminará el tema homosexualidad. Porque es nada; sólo que el poder lo usó políticamente, aprovechándose de la religión, de la ciencia y del Estado para acusarla, respectivamente, de pecado, enfermedad y delito. Pero como la represión todavía existe (pese a que no haya ningún fundamento homofóbico serio y racional), todavía hay que hablar de la homosexualidad para que deje de existir la represión. 

Los nombres
La galería de personajes rescatados es variada, y algunos de ellos son, simplemente, maravillosos. Como Gabriel Iturri, tucumano, que a los 21 años (1881) viajó a Europa, se instaló en París (donde se rebautizó Gabriel D´Yturri) y fue amigo, sostén, protector y colaborador (¡cuántos eufemismos!) del conde Robert de Montesquiou, (retratados por Marcel Proust como el Barón Charlus y su fiel secretario Juspien, en En busca del tiempo perdido). O el guapo Andrés Cepeda (quizás el personaje más entrañable y admirable de todos los citados en esta historia), poeta, homosexual, anarquista (suficientes antecedentes para haber pasado años detenido por la policía una y otra vez); muerto por una puñalada asestada por un hombre con el que disputaba la posesión de un muchacho (o, según otras versiones, que había sido “vejado” por Cepeda y se vengó así de las burlas de las que era objeto) Cepeda, agonizante, se negó a decir a la policía el nombre de su atacante, lo que le valió que dos tangos lo recuerden (Sangre maleva y No fue batidor), señalando que, para ser bien hombre, no hay que ser batidor. Y los hombres que fueron abriendo caminos con su lucha y su visibilidad desde diversos ámbitos: Tulio Carella, Witold Gombrowicz, Oscar Hermes Villordo, Manuel Puig, Néstor Perlongher y Carlos Jáuregui, entre muchos.

Quinientos años
Esta historia (la de Bazán y la de la América conquistada) empieza con celebridades del crimen como Vasco Núñez de Balboa, quien aperreaba a los putos (es decir, los entregaba a ser comidos vivos por los perros) y luego los quemaba. Pero la mayor información pertenece a los últimos ciento cincuenta años. Desde el silencio oficial (mero reflejo de la negación social) presente en el Código Penal y los supuestos postulados científicos que enarbolaba el higienismo de la Generación del 80 para investigar hasta la morbosidad a los “invertidos” y marginales, hasta la sanción de la unión civil. En medio, las distintas formas que tomó la discriminación: la cacería moralizante del comisario Margaride, la izquierda que también pregona la revolución sexual pero en la cama sólo acepta el mismo “orden natural” que la derecha, el Frente de Liberación Homosexual, los desaparecidos, el Comando Cóndor, la renaciente democracia con las razias a la orden del día, la batalla por la personería jurídica de la Comunidad Homosexual Argentina (concedida por decreto de Menem, siempre listo para la foto primermundista), y el arzobispo Quarracino proponiendo un país aparte para gays y lesbianas.