Marea Editorial

La increíble vida de Gabriela, la primera mujer del rock argentino, de azafata a artista admirada por sus pares

Sacó un álbum con temas propios en 1971 y tiene seis exquisitos discos más. A los 77 años, acaba de publicar una autobiografía.

Una vida intensa y una jerarquía de pionera que por suerte comenzó a ser revalorizada en estos últimos años. Así se podría contar a muy grandes rasgos la trayectoria de Gabriela, la primera mujer del rock argentino.

Pero resumir su carrera y experiencias es injusto, porque es una historia tan rica que bien merece tener una autobiografía, como la flamante Las mil vidas de Gabriela - Memorias de la pionera del rock argentino.

Hija de diplomáticos, pasó su infancia viviendo en Portugal, Irlanda, Turquía y Brasil, siempre atenta a la música que la rodeaba. A mediados de la década del '60 fue azafata en Pan Am, con apenas 19 años. En 1967 vivió en Paris, donde fue camarera en un bar de Montmartre, hizo teatro, fue testigo del Mayo Francés y comenzó su carrera musical influenciada por músicos como los Beatles, Joni Mitchell, Bob Dylan y Led Zeppelin.

De regreso en Buenos Aires, en 1970 empezó a ir a recitales y festivales al aire libre. Siempre andaba con su guitarra al hombro, cantando donde podía. Fue al ver al manager de Almendra y le consiguió shows y grabaciones.

El resto es historia: su primer single, una actuación en B.A.Rock que quedó en la película Hasta que se ponga el sol, y una carrera de cinco décadas que incluyó discos con Bill Frisell, David Lindley y los argentinos Edelmiro Molinari, Pino Marrone, León Gieco, David Lebón, Pedro Aznar y Gustavo Santaolalla.

Salvo entre los más jóvenes que recién la conocen ahora, Gabriela siempre fue un primer nombre sin apellido. Ni de padre, madre ni marido. Cuando por primera vez le preguntaron cuál sería su nombre artístico, respondió "Gabriela", a secas. Y así fue, aunque hoy cada tanto aparece el apellido "Parodi", incluso firmando el libro.

Una pionera

-Hay una revalorización de lo que hiciste hace 50 años, y seguramente durante mucho tiempo pensaste que nadie se acordaba de esas canciones, ¿no?

-¡Nadie! Yo sufrí mucho ninguneo acá, incluso con los discos que hice junto a Bill Frisell, que sabía que estaban muy bien. Nadie los quiso distribuir y no les dieron pelota. Armamos con Pino (Marrone, su pareja hace 40 años) una banda y salimos a tocar, pero no era el momento. En cambio ahora me siento como un surfer en la cresta de la ola. Tengo mucha gratitud con lo que me está pasando.

-¿Cuándo notaste que comenzó esa revalorización?

-Hace muy poco. Un año, más o menos. En la pandemia me metí por primera vez en Instagram, porque mi hija me dijo que para mí sería mejor que Facebook, y comencé a hacerme amigas más jóvenes. Incluso ahí conocí a un escritor que me hizo el contacto con editorial Marea, que sacó el libro. La generación de mujeres jóvenes me transmite mucha energía y amor por Instagram. Me gusta comunicarme con ella y saber lo que piensan. 

-¿Te da impresión o vergüenza cuando te describen como pionera, aunque lo seas?

-La palabra "pionera" me parece un poco grande. ¡Te sentís como San Martín pero sin haber cruzado los Andes! Pero lo pensé mucho y quisiera no tener que usarla, pero es una palabra que tiene su significado. Hubo mujeres que cantaron antes, como Tita Merello o Donna Carroll, pero en esos comienzos del movimiento de rock fui la única que figuró. Fui la primera en componer sus propios temas y grabar un álbum. Está documentado.

-¿No tenías referencias de nadie que había hecho algo parecido acá?

-No. Nunca vi a ninguna. Sé que hubo un simple de Cristina Plate pero no la conocí y nunca la vi en un escenario de rock. Pensá que a los escenarios donde yo subía eran todas bandas de hombres. Recién después vino Carola Cutaia, que también hacía sus propias composiciones. No había otra.

-Si bien se podría decir que la primera mujer del rock era Dana, que era la guía espiritual de Arco Iris, ella no hacía música.

-Claro, no era música. Conocí en esa época a los cuatro Arco Iris, que eran grandes músicos, pero ella era una gurú. Recién mucho más adelante tocó un poco cuando estaba en Los Angeles con Ara Tokatlian.

-¿El público te trataba bien? Patricia Sosa siempre cuenta que en los años '80 le gritaban de todo cuando subía a un escenario. Tipo "¡Andá a lavar los platos!".

-Todos me trataban de primera. Cuando subí en el festival B.A. Rock me aplaudieron y me pidieron otra, ¡y yo no tenía más temas! Me llevaba bárbaro con Oscar Moro, David Lebón, Emilio Del Guercio, Rodolfo García y todos los Vox Dei. Tenía muchos amigotes en el rock. Sí lamenté alguna vez que no hubiera otra mina para poder hacerme amiga.

Me gusta aclarar que Edelmiro Molinari me ayudó un montón porque tenía mucha experiencia musical. Pero si no hubiera estado, lo hubiera hecho igual, porque tenía un contrato con el manager de Almendra antes de ser pareja de Edelmiro.

Discos exquisitos

-¿Te molesta que se habla casi únicamente de tu primer álbum, aunque tengas otros realmente muy lindos, con buenas críticas en el exterior y hechos con músicos extraordinarios?

-Ahora están hablando más de esos discos porque están en las plataformas musicales y la gente tiene más posibilidades de escucharlos. Nunca tuve resentimiento por ese ninguneo, pero me sentía herida. Estaba orgullosa de esos discos y sentía que no lo podía compartir con mi gente. 

Me acuerdo que un día tuve una especie de flash, una revelación. Estaba caminando por la calle Melián y sentí que no podía seguir teniendo esas heridas y resentimientos. Y dejé esa sensación ahí, en esa calle. Con la edad uno va perdiendo energía, y descubre que tiene que preservarla y no desgastarla sintiéndote mal con gente que igual no te va a entender nunca. Comprender eso me llevó muchos años.

Lo que se viene

-¿Estás con ganas de salir a dar charlas o hacer alguna canción cuando presentes tu libro?

-El lunes 5 de septiembre presento el libro en la Biblioteca Nacional, y más adelante habrá un gran concierto en el CCK, organizado por Margarita Bruzzone, Celia Coido y Gabriel Patrono. Propusieron armar una celebración de mis canciones, con artistas de las generaciones más jóvenes cantando mis temas. Será a fines de octubre y no sé quién va a estar porque quieren que sea una sorpresa. Y voy a cerrar, después de muchos años de no cantar en vivo.

-¿Cuándo fue la última vez?

-En 2007. Es mucho tiempo. Pero va a ser con un tema nomás.

-¿Y te imaginás yendo a ferias del libro, hablando y tocando?

-A mí me encantaría hablar más del libro que de música. ¡Ya hablé tanto de música durante años y años! Pero bueno, veremos. En la presentación en la Biblioteca Nacional, por ejemplo, estará mi hija Cecilia haciendo un tema mío.

-Sin proponértelo, parece que el libro cierra una etapa y ya está abriendo otra.

-Sí. La creatividad es así, con ciclos donde estás con la energía bloqueada y momentos donde se desbloquea y no para. Estoy segura que después de esto va a venir otra cosa. Tengo ideas para temas nuevos y estoy escribiendo otro librito. Me quiero agarrar de este momento para hacer cosas.

-Hacer obra, a la velocidad que sea.

-Sí, a la velocidad que sea. También me pasa que sé que nadie está esperando mis cosas. No hay una compañía discográfica esperando que entregue un disco, o una editorial esperando un libro, entonces puedo tomarme el tiempo que necesite y hacer lo que quiera. Lo veo de esa manera. Es la pequeña sabiduría que te van dando los años. ¡No todo es malo cuando te volvés un "adulto mayor"! (risas)

Hay una cantidad de cosas que ves de otra manera, con otra perspectiva, y decís "No es para tanto". Lo mismo ocurre cuando pasás situaciones dolorosas o te enfermás. Te das cuenta, como dicen los tangueros, que la vida "es un soplo".

-A propósito, ¿te gusta el tango?

-Las mejores letras de la Argentina son del tango. ¡Esas frases como "La vida es una herida absurda"! A mi padre le encantaba el tango, por ende yo odiaba al tango cuando era adolescente. Pero lo tenía incorporado, sin saberlo. ¡Escuchaba Gardel todo el día y yo pensaba que era un bajón! Recién en los años '90 empecé a darme cuenta de lo rico que era musical y líricamente. Me encantan las letras de tango y me encanta Aníbal Troilo, que dice que hay que vivir en estado de poesía.

El por qué del libro

Según cuenta Gabriela, "Mi hija me venía empujando hace años con la idea de hacer un libro, pero yo le preguntaba a quién le podía interesar mi vida. Ella insistía que había historias interesantes y sabe que me encanta escribir".

-¿Ya había escrito episodios de tu vida?

-No. Toda la vida escribí cuentos cortos y nunca publiqué nada. Pero un día decidí dejar registro de mi paso por esta Tierra, sin creérmela ni nada. Entré en ese mambo, empecé a escribir y me fue gustando cada vez más. Encima me tocó la pandemia y me dio el tiempo para dedicarme mucho, porque no podía salir. Me tomó cuatro años hacerlo. Fue un proceso como el de estar en el diván de un psicoanalista durante 500 sesiones.

-Es un libro muy honesto y frontal, e incluso hay episodios dolorosos sobre tu familia o tus problemas de salud.

-Pensé que no tenía sentido solo contar las cosas lindas de mi vida ni hablar solamente de la música. Quise contar la historia de un ser humano al que le pasa de todo. Y así fue, siempre sin golpes bajos y cuidando a los que me rodean. Sin contar la roña, que es de cuarta. Y lo del dolor traté de entremezclarlo con un poco de humor. 

-A mucha gente no le gusta hacer una autobiografía porque cree que implica haber dejado de hacer cosas nuevas.

-No lo tomé así. Es "mi vida hasta aquí", y luego seguirán pasando cosas. ¡Y no voy a hacer una segunda parte! (risas) También estuvo muy bueno contar con una editorial pequeña, donde no soy un número más y me dejaron escribir lo que quería. A lo sumo sugirieron acortarlo un poco, porque tenía cien páginas más, y estuve de acuerdo.

-Una empresa grande te puede seducir con un gran anticipo, pero después quizás te deja de lado.

-Nada de lo que hice en mi vida me dio mucha plata. Y está todo bien. Para mí el arte -aunque sea una palabra grande- también es integridad. 

-Y eso también es lo que queda.

-Totalmente.