¿Sería imaginable que Estados Unidos entregara el río Mississippi? ¿O que Francia entregara el Sena, o Alemania el Danubio, o Rusia el Volga, o Brasil el Amazonas?¿Por qué, entonces, Argentina cedería el Paraná a empresas extranjeras y dejando librado el destino de su comercio exterior al control de intereses foráneos?
Mancillado por corrupciones, desidia política, licitaciones espurias, esmerados cipayismos, abuso ecológico y burocracias kafkianas, el Río Paraná fue maltratado y herido desde el decreto de entrega del menemismo apátrida. Desde entonces, y durante largas décadas de explotación despiadada y descontrolada del que los pueblos originarios llamaban Padre Río, se privó a la Argentina no sólo de los beneficios naturales de poseer un puerto fluvial con salida al mar, sino también de un control concreto y estricto de los movimientos portuarios, el comercio exterio y la posibilidad de gestionar el daño ambiental.
Por sobre el bullicio infame de funcionarios vendepatria y multimedios farsantes, este libro trata de dar cauce a una proclama vital para el presente y el futuro de nuestra Nación, componiendo en sucesivas crónicas una pedagogía del desguace del Paraná y de las malversaciones de una soberanía ultrajada.
Frente al “despalabramiento” perverso de quienes intentan arrebatarle al Paraná su identidad de río, degradándolo a la categoría servil de “hidrovía” –concepto que ni siquiera existe en la lengua castellana– mediante entrevistas, confidentes anónimos, investigaciones, estudios, datos científicos y la propia observación, fue posible forjar este libro que recupera la relevancia del río Paraná para la salud política y social del país esgrimiendo una tesis irrefutable: tan lesiva es para la soberanía nacional la cesión del Paraná a manos extranjeras, como la apropiación inglesa de las islas Malvinas.
Los motivos y las consecuencias de la privatización del río fundamental para la economía de nuestro país están documentados a detalle en estas crónicas, que procuran ser noble combustible para alimentar una conciencia popular que sepa defender sus riquezas y su identidad.
Estas páginas son el resultado de innumerables lecturas, viajes, investigaciones, consultas, entrevistas y búsquedas en archivos, bibliotecas y hemerotecas, muchas veces con el asesoramiento de expertos conocedores del río.
Fue un trabajo periodístico en soledad, muchos de cuyos artículos fueron publicados por el diario Página/12 de Buenos Aires. Y trabajo que terminé a toda prisa en los primeros dos meses de 2025.
Estos artículos constituyen posiblemente una de las series periodísticas más leídas de los últimos años en la Argentina, seguramente por la gravedad política, jurídica y económica que implica “perder” un río, que además no es cualquier río sino el más importante de América Latina junto con el Amazonas. Y hoy internacionalizado y sin control ni soberanía plena de la República Argentina.
Esta serie al menos describe uno de los aspectos más crudos y dolorosos de la tragedia política y social de mi país. Cuyo pueblo desde hoy estarà enterado de la gravedad política y económica que significa esta “pérdida” fluvial interminable.
He escrito estas páginas convencido de que mientras no se entienda que la riqueza territorial nunca es infinita ni eterna, seguiremos siendo mudos testigos del dramático vaciamiento del país riquísimo que amamos y tantas veces padecemos. Y país al que desguazan intereses foráneos, mezquindades y traiciones locales, y la insidiosa acción de operadores y medios al servicio de poderes deleznables.
Sin dudas, lo tratado en estas páginas parecerá conocido para personas siempre alertas. Lo cual no quita razón ni vigencia a la crisis que vive el pueblo argentino en todos los planos y en lo que va del siglo y milenio, y una de cuyas expresiones más desgarradoras es la pérdida de soberanía sobre el río Paraná.
El centenar de artículos que publiqué a lo largo de los últimos años se reproducen aquí, en casi todos los casos, textualmente respetados o con pequeños ajustes de redacción y en orden cronológico de publicación. Las fechas indicadas en el acápite de cada artículo son solamente indicativas del momento en que se publicó cada uno.
Salvo precisiones necesarias, no he modificado ningún concepto esencial publicado originalmente en el diario o en otros medios, los que hilvanados cronológicamente dan cuenta de la sucesión de traiciones, yerros, corruptelas y presiones locales e internacionales que configuraron la tragedia de este río maravilloso.
Aunque doloroso, también es necesario reconocer el sigiloso y astuto accionar de centenares y acaso miles de cipayos que, con mayor o menor conciencia, embonaron con la blandura moral e ideológica de miles de argentinos/as inducidos a votar antes a corruptos y traidores que a personas honorables.
Sin dudas el poder comunicacional jugó un perverso papel de acogedor y orientador de traidores que a la par de la pasividad e ingenuidad de un pueblo sobrado de ciudadanos distraídos, necios y engañados logró la mutilación de una república que lo tuvo todo para ser un paraíso pero derrapó hasta retroceder dos siglos y encontrarse, hoy como cuando José de San Martín condujo las luchas para independizar a la Argentina y a las futuras repúblicas de Chile y Perú: en pelotas.
También reconozco que es posible que algo, o mucho, de lo tratado en estas páginas pueda parecer anacrónico o repetido para cierto tipo de lectores especialmente alertas. Pero también sé que nada quita razones ni esperanzas a la prolongada crisis que vive el pueblo argentino y una de cuyas expresiones es la pérdida de Soberanía Nacional en todos los órdenes y en dramática especifidad respecto del río Paraná.
Este libro trata tanto de frustraciones como de esperanzas, porque íntimamente no dudo que la República Argentina un día recuperará soberanía plena sobre nuestro río emblemático y todos los bienes naturales de nuestra maravillosa geografía.
Es tarea del presente trabajar por ese futuro, sobre todo en términos de moralidad y patriotismo, y este libro pretende ser un concreto aporte en esa dirección. Por eso en estas páginas se describe directa y honestamente el inmenso daño causado por la sucesión de yerros políticos, corrupción generalizada, contumaz degradación de la Justicia e inmoralidad como práctica política.
Y también, claro, por el accionar corrosivo de corporaciones extranjeras que operaron –y siguen operando– sobre la blandura ideológica y la desinformación de una ciudadanía que todavía no advierte en totalidad el peligro de la desnacionalización fluvial, marítima y acuífera de su Patria.
Queda por saberse si el pueblo argentino alguna vez será consciente del significado e importancia del vocablo "soberanía", y de cómo recuperará conciencia y pasión para delinearla. Este libro pretende y espera contribuir a ese esclarecimiento.
Privatizar el Paraná es como aceptar la entrega de las Islas Malvinas para siempre.
Este libro nació de la larga serie de artículos que escribí, entre 2019 y 2024, acerca de lo que puede llamarse "la tragedia del río Paraná".
He aquí algunos de los capítulos basales de este libro:
1–) Tuyutí, Independencia y Soberanía (2 de junio de 2019)
Ya desde el primer pronunciamiento popular del 25 de Mayo de 1810, y con la Declaración de la Independencia el 9 de Julio de 1816, el territorio de la naciente República Argentina empezó a ser concebido –como en todas las naciones del mundo– como lar o casa o refugio que incluye tierras, subsuelos, alturas, aguas interiores, costas y dominios marítimos, y espacio exterior.
Sin embargo en la América del Sur, y desde el inicio de la posteriormente llamada en la Argentina "organización nacional", las primeras relaciones entre los nacientes pueblos fueron harto difíciles debido al incesante y corrosivo accionar de las potencias europeas de la época y en especial Inglaterra.
En Junio de 2019, en un artículo que titulé “Tuyutí en el recuerdo”, evoqué un hito clave de la historia del Sur de Sudamérica y de la soberanía argentina sobre el río Paraná: el horroroso enfrentamiento que se recuerda como Batalla de Tuyutí y que se libró medio siglo después de la Independencia argentina, el 2 de Junio de 1866 y en los campos del llamado "Paso de la Patria paraguayo", que está en la costa Oeste del Paraná, pocos kilómetros río arriba del "Paso de la Patria argentino" que está en la orilla Este del Paraná, en la Provincia de Corrientes.
Allí tuvo lugar la batalla más feroz de la tristemente célebre guerra llamada “de la Triple Alianza”, en la que el ejército paraguayo al mando del Mariscal Francisco Solano López fue derrotado en el ataque al campamento aliado establecido en una zona seca rodeada de pantanos conocida como Tuyutí, dentro del territorio paraguayo.
Allí el poderoso ejército aliado (brasileño-uruguayo-argentino) que comandaban el presidente argentino Bartolomé Mitre y el todopoderoso ministro brasileño Luís Alves de Lima e Silva, Marqués de Caxías, sostuvo un colosal enfrentamiento con el también poderoso ejército paraguayo en el que casi todos los historiadores coinciden en calificar como el más cruento choque bélico jamás librado en territorio sudamericano.
En poco más de cuatro horas el ejército paraguayo fue destruído y las tropas aliadas se establecieron, hasta más allá del fin de la guerra, en territorio paraguayo. Tuyutí es, desde entonces, la más dolorosa expresión latinoamericana de un modelo de colonización y también es la fecha más luctuosa y dramática de la historia sudamericana.
La impresionante confluencia de los ríos Paraná y Paraguay, frente al Paso de la Patria correntino y a la chaqueña Isla del Cerrito, ofrece un espectáculo impactante: el encuentro de tres grandes caudales, porque se suman las aguas del río Bermejo, que baja desde Bolivia con furia asombrosa y tiñendo las aguas.
Esa confluencia se aprecia hoy magníficamente desde la moderada altura del Cerrito, promontorio que fue cuartel brasileño durante aquella guerra espantosa que inventaron el Marqués de Caxías y Bartolomé Mitre para destruir al Paraguay, que en el siglo 21 era el país más desarrollado y autosuficiente de Sudamérica.
Desde allí se aprecir la maravilla natural de un río que es tres ríos y cuyas aguas tienen dos colores: azul y marrón. Y frente a la cual y a toda hora navega hoy una de las tres flotas fluviales más grandes del mundo: la flota mercante paraguaya.
Aquel conflicto duró casi 7 años y según distintas fuentes se enfrentaron 35 000 soldados aliados con 60 cañones contra 23 000 paraguayos con solo 4 cañones. Choque desigual que diversos cálculos aseveran que produjo más de 30 000 muertos. Un horror como jamás se vivió en este continente.
Algunas crónicas afirman que las fuerzas paraguayas estuvieron al borde de una victoria que hubiese sido desastrosa y final para los aliados, pero debieron replegarse por los estragos causados por la artillería brasileña.
El ataque paraguayo al campamento aliado pretendió ser el golpe final para inclinar la guerra a su favor. De ahí la furia y decisión guaranítica que buscaba acabar con el enemigo para así negociar la paz y la retirada de su territorio.
Entre 1865 y 1870 la alianza militar entre Argentina, Brasil y Uruguay, en contra del Paraguay, había respondido a los intereses británicos cuyo objetivo era acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo.
Así, los tres gobiernos sudamericanos defendieron los intereses de Gran Bretaña, imperialismo mundial de la época, destruyendo a una nación que llevaba adelante un exitoso modelo autónomo de desarrollo industrial y comercial.
Ese relativamente pequeño país interior, en el corazón de la América del Sur y sin costa marina ni salida autónoma a los océanos, al decir de Juan Bautista Alberdi (uno de los pocos argentinos recordados afectuosamente en el Paraguay contemporáneo) tenía como emblemas de su desarrollo una flota propia de navegación a vapor, plantas de energía y telégrafos eléctricos, fundiciones metalúrgicas, astilleros, arsenales y hasta ferrocarriles propios.
Según el historiador Felipe Pigna, antes de esa guerra y bajo los gobiernos de Carlos Antonio López y de su hijo Francisco Solano, "la mayor parte de las tierras pertenecía al Estado, que ejercía una especie de monopolio de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco. El Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa porque le bastaban sus recursos".
Cuando en mayo de 1865 se firmó el Tratado de la Triple Alianza, la suerte de aquel Paraguay independiente y desarrollado quedó sellada. Entre 1865 y 1870 el país prácticamente se vació de varones, adultos y niños, y quedó en ruinas. Como Pigna definió un siglo después, Paraguay había sido un “mal ejemplo para el resto de América latina".
Claro que también hay que destacar que la impopularidad de esa guerra en la Argentina fue enorme. A los tradicionales conflictos generados por la hegemonía porteña, se sumaron levantamientos de caudillos locales en Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis.
La oposición a esa guerra se manifestó en la Argentina de diversas maneras, entre ellas la actitud de los trabajadores de los astilleros correntinos, que se negaron a construir embarcaciones para las tropas aliadas, mientras en Buenos Aires era intensa la prédica de pensadores como Alberdi y José Hernández, que apoyaban decididamente a Paraguay.
También el caudillo catamarqueño Felipe Varela lanzó una proclama llamando a la rebelión y a no participar en esa guerra fratricida: “Ser porteño –sentenció– es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Ésta es la política del gobierno de Mitre".
La guerra duró hasta 1870, cuando Sarmiento asumió la presidencia de la Argentina mientras las tropas aliadas desocupaban Asunción. El Paraguay quedó destrozado, diezmado su pueblo, arrasado su desarrollo y ocupado su territorio.
Tuyutí, además de primera y horrorosa batalla, fue el anuncio de una conducta que de diversos modos Latinoamérica y la Argentina sufrieron muchas veces.
Y fue, también, la primera gran batalla moderna que se libró a orillas del río Paraná. Batalla que ensangrentó a dos pueblos que tardaron muchos años en volver a ser hermanos.
Ya desde el primer pronunciamiento popular del 25 de Mayo de 1810, y con la Declaración de la Independencia el 9 de Julio de 1816, el territorio de la naciente República Argentina empezó a ser concebido –como en todas las naciones del mundo– como lar o casa o refugio que incluye tierras, subsuelos, alturas, aguas interiores, costas y dominios marítimos, y espacio exterior.
Sin embargo en la América del Sur, y desde el inicio de la posteriormente llamada en la Argentina "organización nacional", las primeras relaciones entre los nacientes pueblos fueron harto difíciles debido al incesante y corrosivo accionar de las potencias europeas de la época y en especial Inglaterra.
En Junio de 2019, en un artículo que titulé “Tuyutí en el recuerdo”, evoqué un hito clave de la historia del Sur de Sudamérica y de la soberanía argentina sobre el río Paraná: el horroroso enfrentamiento que se recuerda como Batalla de Tuyutí y que se libró medio siglo después de la Independencia argentina, el 2 de Junio de 1866 y en los campos del llamado "Paso de la Patria paraguayo", que está en la costa Oeste del Paraná, pocos kilómetros río arriba del "Paso de la Patria argentino" que está en la orilla Este del Paraná, en la Provincia de Corrientes.
Allí tuvo lugar la batalla más feroz de la tristemente célebre guerra llamada “de la Triple Alianza”, en la que el ejército paraguayo al mando del Mariscal Francisco Solano López fue derrotado en el ataque al campamento aliado establecido en una zona seca rodeada de pantanos conocida como Tuyutí, dentro del territorio paraguayo.
Allí el poderoso ejército aliado (brasileño-uruguayo-argentino) que comandaban el presidente argentino Bartolomé Mitre y el todopoderoso ministro brasileño Luís Alves de Lima e Silva, Marqués de Caxías, sostuvo un colosal enfrentamiento con el también poderoso ejército paraguayo en el que casi todos los historiadores coinciden en calificar como el más cruento choque bélico jamás librado en territorio sudamericano.
En poco más de cuatro horas el ejército paraguayo fue destruído y las tropas aliadas se establecieron, hasta más allá del fin de la guerra, en territorio paraguayo. Tuyutí es, desde entonces, la más dolorosa expresión latinoamericana de un modelo de colonización y también es la fecha más luctuosa y dramática de la historia de la América del Sur.
La impresionante confluencia de los ríos Paraná y Paraguay, frente al Paso de la Patria correntino y a la chaqueña Isla del Cerrito, ofrece un espectáculo impactante: el encuentro de tres grandes caudales, porque se suman las aguas del río Bermejo, que baja desde Bolivia con furia asombrosa y tiñendo las aguas.
Esa confluencia se aprecia hoy magníficamente desde la moderada altura del Cerrito, promontorio que fue cuartel brasileño durante aquella guerra espantosa que inventaron el Marqués de Caxías y Bartolomé Mitre para destruir al Paraguay, que en el siglo 21 era el país más desarrollado y autosuficiente de Sudamérica.
Desde allí se aprecia la maravilla natural de un río que es tres ríos y cuyas aguas tienen dos colores: azul y marrón. Y frente a la cual y a toda hora navega hoy una de las tres flotas fluviales más grandes del mundo: la flota mercante paraguaya.
Aquel conflicto duró casi 7 años y según distintas fuentes se enfrentaron 35 000 soldados aliados con 60 cañones contra 23 000 paraguayos con solo 4 cañones. Choque desigual que diversos cálculos aseveran que produjo más de 30 000 muertos. Un horror como jamás se vivió en este continente.
Algunas crónicas afirman que las fuerzas paraguayas estuvieron al borde de una victoria que hubiese sido desastrosa y final para los aliados, pero debieron replegarse por los estragos causados por la artillería brasileña.
El ataque paraguayo al campamento aliado pretendió ser el golpe final para inclinar la guerra a su favor. De ahí la furia y decisión guaranítica que buscaba acabar con el enemigo para así negociar la paz y la retirada de su territorio.
Entre 1865 y 1870 la alianza militar entre Argentina, Brasil y Uruguay, en contra del Paraguay, había respondido a los intereses británicos cuyo objetivo era acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo.
Así, los tres gobiernos sudamericanos defendieron los intereses de Gran Bretaña, imperialismo mundial de la época, destruyendo a una nación que llevaba adelante un exitoso modelo autónomo de desarrollo industrial y comercial.
Ese relativamente pequeño país interior, en el corazón de la América del Sur y sin costa marina ni salida autónoma a los océanos, al decir de Juan Bautista Alberdi (uno de los pocos argentinos recordados afectuosamente en el Paraguay contemporáneo) tenía como emblemas de su desarrollo una flota propia de navegación a vapor, plantas de energía y telégrafos eléctricos, fundiciones metalúrgicas, astilleros, arsenales y hasta ferrocarriles propios.
Según el historiador Felipe Pigna, antes de esa guerra y bajo los gobiernos de Carlos Antonio López y de su hijo Francisco Solano, "la mayor parte de las tierras pertenecía al Estado, que ejercía una especie de monopolio de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco. El Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa porque le bastaban sus recursos".
Cuando en mayo de 1865 se firmó el Tratado de la Triple Alianza, la suerte de aquel Paraguay independiente y desarrollado quedó sellada. Entre 1865 y 1870 el país prácticamente se vació de varones, adultos y niños, y quedó en ruinas. Como Pigna definió un siglo después, Paraguay había sido un “mal ejemplo para el resto de América latina".
Claro que también hay que destacar que la impopularidad de esa guerra en la Argentina fue enorme. A los tradicionales conflictos generados por la hegemonía porteña, se sumaron levantamientos de caudillos locales en Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis.
La oposición a esa guerra se manifestó en la Argentina de diversas maneras, entre ellas la actitud de los trabajadores de los astilleros correntinos, que se negaron a construir embarcaciones para las tropas aliadas, mientras en Buenos Aires era intensa la prédica de pensadores como Alberdi y José Hernández, que apoyaban decididamente a Paraguay.
También el caudillo catamarqueño Felipe Varela lanzó una proclama llamando a la rebelión y a no participar en esa guerra fratricida: “Ser porteño –sentenció– es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Ésta es la política del gobierno de Mitre".
La guerra duró hasta 1870, cuando Sarmiento asumió la presidencia de la Argentina mientras las tropas aliadas desocupaban Asunción. El Paraguay quedó destrozado, diezmado su pueblo, arrasado su desarrollo y ocupado su territorio.
Tuyutí, además de primera y horrorosa batalla, fue el anuncio de una conducta que de diversos modos Latinoamérica y la Argentina sufrieron muchas veces.
Y fue, también, la primera gran batalla moderna que se libró a orillas del río Paraná. Batalla que ensangrentó a dos pueblos que tardaron muchos años en volver a ser hermanos.
2–) La Marina Mercante hace olas (17 de mayo de 2020)
No es fácil precisar el año de inicio de la entrega contemporánea del río Paraná. Pero sí hubo indicios preocupantes cuando empezó a acelerarse la presencia de intereses extranjeros y sus puertos en construcción, ante la dejadez y permisividad de los gobiernos argentinos. Guste o no que se diga, muy pronto fueron evidentes tanto el incierto destino del río como el avance de la claudicación política.
Puede citarse como inicio del despojo al así llamado Tratado de la Hidrovía que se firmó en 1993 aunque el proyecto existía desde 1989, incorporado al Tratado de la Cuenca del Plata.
Firmado por el entonces presidente Carlos Saúl Menem, en cierta jerga fluvial-marítima se lo llama "Tratado del huevo de la serpiente", porque por acto propio y orden de ese presidente la República Argentina entregó, de hecho, el río Paraná, llave comercial estratégica a la que con astucia se le fue cambiando el nombre para pasar a llamarlo "hidrovía", vocablo que no existe en la lengua castellana y que sirvió desde entonces, malintencionadamente, para que el vulgo no identificara el río que ya estaba siendo entregado.
Desde por lo menos 2016 y en Buenos Aires, hizo parte de la trama la lucha entre el Centro de Capitanes de Ultramar y Oficiales de la Marina Mercante (CCUOM) y los "armadores", como se llama a las empresas navieras extranjeras que dominan el transporte internacional desde que Menem liquidó también ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas). Por lo menos desde entonces, nuestros ríos y mar están bajo constantes ataques corporativos y mediáticos.
Aunque pueda parecer ejercicio de pura nostalgia, cabe recordar que ELMA fue la gran empresa naviera del Estado argentino, que tuvo a su cargo nuestro comercio exterior y que Menem disolvió en 1991.
Creada 30 años antes, durante el gobierno de Arturo Frondizi y mediante la fusión de dos compañías navieras –la Flota Mercante del Estado y la Flota Argentina de Navegación de Ultramar– en su máximo esplendor ELMA llegó a contar con una flota de más de 60 grandes barcos y unas 700 000 toneladas de porte que surcaba todos los mares en los cinco continentes.
No viene esto a cuento por pura nostalgia, sino porque en plena emergencia impuesta por la peste llamada Covid (2019-2022) la actividad marítima y fluvial entró en grave trance, no solo por el drenaje de divisas al exterior sino también por el desprecio y maltrato a los trabajadores marítimos argentinos. Fue extraño y reprochable que una empresa estatal, como YPF, alquilara buques extranjeros con tripulación extranjera para ser utilizados como depósito de excedentes, en abierta violación a las leyes que regulan el cabotaje nacional.
Tal incumplimiento afectó a unos 20 000 marinos, capitanes y pilotos de ultramar (hombres y mujeres de diferentes gremios) que podían cumplir tareas esenciales en los buques que YPF charteaba con banderas y tripulaciones extranjeras.
Esas empresas, que la petrolera argentina contrataba, colocaban en sus buques banderas de conveniencia y operaban con tripulaciones foráneas en nuestras aguas, como si fuesen barcos de bandera argentina. Era una falsificación ilegal, pero vigente en todos nuestros puertos, en los que operaban y amarraban buques con banderas de Bahamas, Panamá, las islas Marshall y otras. Casi todos esos buques (muchos eran petroleros gigantes) venían del extranjero para hacer de depósito fondeados en nuestras aguas. Eso generó la molestia de los gremios, que echaban de menos un decreto del Presidente Kirchner de 2004 en favor de los trabajadores marítimos y que otorgaba plazos a los armadores locales para que los buques argentinos volvieran a utilizar bandera argentina y sus tripulaciones fueran marinos mercantes nacionales.
Y es que la presencia de tripulaciones extranjeras fastidiaba a los capitanes criollos, nostálgicos de "cuando navegaban en ultramar hasta 350 barcos con bandera y tripulaciones argentinas". La Flota Mercante del Estado había sido, por años, la solución lógica.
Creada en 1941 por el Presidente Ramón Serapio Castillo, cuando el país se encontraba aislado y en un mundo en guerra, hasta ese momento la Argentina carecía de marina mercante propia. Por eso se tomó la decisión de explotar y administrar 16 buques de bandera italiana que habían quedado amarrados en el puerto de Buenos Aires a causa de la Segunda Guerra Mundial, y a los que luego se agregaron 4 barcos franceses, 4 alemanes y 3 daneses.
Correcta decisión que abrió el camino para que en 1943 la Argentina tuviera ya 42 grandes buques en el servicio de ultramar, con un personal de 15 000 trabajadores, el 90% argentinos.
Poco después, a fines de 1946, el Presidente Juan Domingo Perón dispuso que todo lo que se comprara y vendiera debía ser transportado por la flota estatal. Esa medida triplicó rápidamente el equipamiento, que alcanzó las 281 000 toneladas y su participación devino decisiva para la independencia económica en el abastecimiento de materias primas.
Con una flota moderna (la antigüedad descendió de 22 años en 1946 a 13,5 años en 1951) la Marina Mercante creció en cantidad y calidad, con buques petroleros, frigoríficos e incluso de pasajeros, llegando a transportar 17,6 millones de personas en 1951. Un crecimiento extraordinario que colocó a nuestra flota mercante a la cabeza de América Latina, por encima de la brasileña y con antigüedad menor de 5 años para el 34% de los buques.
Seguramente por todo eso, el antiperonismo cerril y violento de los militares y civiles golpistas de 1955 forzó la venta, en solo un año, de más de la mitad de esa flota, cuyo tonelaje disminuyó en un 87%, y en medio de escandalosas denuncias por licitaciones fraudulentas en favor de familiares de los dictadores Pedro Aramburu e Isaac Rojas.
Pocos años más tarde, en 1960 y como plan de recuperación de esa flota, se creó ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas) que llegó a tener buques de carga, pasajeros y portacontenedores, y que además generó importantes construcciones en astilleros argentinos. 30 años después, en 1990, Menem liquidó ELMA y se perdió toda soberanía en la materia. Desde entonces la Argentina carece de flota estatal y hoy puede afirmarse que fue en aquellos días cuando empezó el perverso proceso de entrega del río Paraná.