Marea Editorial

Un lugar al que volver

ARIEL HENDLER

Con ¡Arroja la bomba!, la ensayista y periodista Vanina Escales hace un aporte valioso a la genealogía de las luchas de género en la Argentina al rescatar la figura de Salvadora Medina Onrubia (1894-1972), poeta, narradora, dramaturga, periodista, militante anarquista y feminista. Pero que, por los motivos que fueran, no alcanzó la notoriedad de Alfonsina, Victoria, Evita o Alejandra. Paradojas de la memoria, se la suele asociar con quien fue su esposo: Natalio Botana, el creador del diario Crítica. 

Sin embargo, según se cuenta en este libro, fue Botana quien sucumbió ante la belleza y el carisma de esa mujer audaz, talentosa y de ideas avanzadas. Salvadora había bajado a Buenos Aires desde Gualeguay, Entre Ríos (donde había sido camarada de Juan L. Ortiz), con apenas 19 años y un bebé sin padre, y se incorporó a la redacción del diario anarquista de La Protesta. Luego compartió afanes y sororidad con Alfonsina Storni, y escribió en sus años más productivos un buen número de obras de teatro y poesía. 

Según afirma Escales, en la obra teatral Las descentradas, estrenada en 1929, Salvadora “se adelanta 40 años en plantear el feminismo de la diferencia (…), una cultura propia, un nuevo orden simbólico del colectivo de las mujeres”. Contracara de esta búsqueda literaria-existencial fueron una vida familiar disfuncional y plagada de episodios trágicos, como el suicidio de aquel primer hijo, y también su pasión por el espiritismo y las ciencias ocultas, a las que incluso intentó conciliar con el anarquismo. 

Cabe destacar que este libro es fruto de una investigación de muy larga data, como queda evidenciado no sólo por la enorme cantidad de testimonios sino también porque muchos de ellos corresponden a fuentes como América Scarfó, la compañera de Severino di Giovanni -a quien luego Salvadora llevó a trabajar a Crítica- fallecida en 2006. Así, la decisión de dar a conocer este trabajo engarza perfectamente con la marea verde de los estos años, de las que la autora es militante muy activa. 

Por otra parte, el libro incluye una historia paralela, o mejor dicho entrelazada, que es la de su propia hechura contada por la autora en primera persona. Así, el hallazgo de un documento en una librería de viejo o un chequeo de datos con Osvaldo Bayer sobre la fuga de Simón Radowitzky del penal de Ushuaia –financiada por Salvadora- son parte esencial del contenido.

Un aire crepuscular prevalece en la última parte. A cargo del diario desde el fallecimiento de su esposo en 1941, Salvadora soportó mal la irrupción del peronismo como una nueva era que barría con todo lo anterior y la colocaba en un bando equívoco. De hecho, a pesar de que tanto Evita como Perón intentaron cortejarla, sólo el General pudo arrancarle un encuentro personal en su despacho de la Casa Rosada. A su vez, Escales opina que Salvadora comprendió “demasiado tarde” los aspectos progresivos del peronismo. 

Parece deducirse que la antigua anarquista se había sentido más a sus anchas cuando le dirigió una virulenta carta abierta al dictador José F. Uriburu, quien la hizo encarcelar en 1931, que al redactar en 1947 su “mensaje a Evita”, para defenderla de las críticas de la prensa extranjera en el año de su gira europea, y en el que parece hablarle desde la altura de una hermana mayor, lo cual disgustó a la Abanderada. Pero que también puede leerse como el testimonio resignado de una ya ex-revolucionaria.  

La edición incluye como bonus una obra inédita escrita en sus últimos años, ya postrada: Mis claveles colorados, un puñado de historias y semblanzas de viejos anarquistas, suerte de retorno a sus fuentes. Quizás, porque, como afirma Escales, “el anarquismo fue para Salvadora un refugio ético para el deseo y un lugar al que volver”. En cambio, se deja desear un listado completo de sus obras.