Marea Editorial

Valenzuela y Mavrakis analizan algunas facetas de los discursos de odio contemporáneos

 "No hay odio ni hay amor. Hay intereses y, por lo tanto, política", advierte el ensayista Nicolás Mavrakis, interpelado en torno a cómo impacta la tecnología en los discursos de odio y cómo esos discursos se imbrican con fenómenos contemporáneos como la indignación o la cancelación; "este tema invita a reflexionar profundamente sobre el peso de las palabras: su duplicidad, su capacidad de revelación y también de engaño", señala por su parte Luisa Valenzuela, titular del capítulo argentino del PEN, organización internacional que defiende la libertad de expresión de los escritores.

No se trata de plantear a la tecnología -redes sociales y medios de comunicación- como "usina" generadora y propagadora de esos discursos, señala Mavrakis, autor de ensayos como "La utilidad del odio, una pregunta sobre Internet" y "Byung-Chul Han y lo político", discursos que, por una parte, a veces son muy claros y directos pero otras veces no: serpentean, rondan el objeto de atención, no implican un imperativo, ni una urgencia, ni llevar algo a la acción.

¿Es alimentar el odio explicar cómo hacer para que dispare correctamente un arma que no disparó en un intento de atentado? Ahí las opiniones pueden fluctuar. De hecho lo han hecho. Pero ¿es alimentar el odio desear la muerte de otro que no la desea para sí mismo, es odio el insulto? Existen "palabras de odio" y ahí la frontera es menos porosa. Pero incluso antes que eso, ¿qué es odio? Según quien lo analice, habrá que saberlo diferenciar de la negatividad y de la indignación.

Entre los consensos más generales al clima de época que enmarca estas narrativas están la radicalización de las derechas en el mundo, la individuación y desigualdad de las sociedades con su respectiva perspectiva de inmovilidad, junto a la transformación de los medios de comunicación y la emergencia de las redes sociales, esto es: fragmentación de audiencias generales en nichos específicos que ni se rozan mediante la multiplicación de emisores y algoritmos de 'laikeo' cada vez más agresivos. La emoción del odio, ¿cómo se formatea hoy, como se expresa y se pone en acto, puede ser performático?

-Télam: ¿Cómo ha impactado la tecnología en los discursos de odio?

-Nicolás Mavrakis: Si la tecnología fuera creadora y propagadora de odio, al desactivar las pantallas despertaríamos en un mundo de amor. El problema de emplazar los discursos en estos términos es que nos deja en el ámbito teológico de la demonología y la angelología. En realidad, estamos hablando acerca de qué discursos ayudan a los ciudadanos de carne y hueso a intervenir “a favor de lo bueno y lo correcto”, lo cual, en palabras de Peter Sloterdijk, se expresa de manera moderna como “a favor de intereses”. Intereses es la palabra clave, porque nos desplaza de la teología a la política. No hay odio ni hay amor, sí hay intereses. Por lo tanto, hay política. Y bien, ¿crea y propaga la tecnología discursos con intereses? Por supuesto, empezando por los propios. Basta mirar a cualquier influencer para constatar que todos se amoldan a la gran política de Silicon Valley: los principios existenciales neoliberales, para los cuales todo está a la venta. Y cuidado, porque, como señala Byung-Chul Han, los más animosos militantes de este sistema, en tal caso, son los consorcistas del negocio del amor, no los del odio.

-Luisa Valenzuela: El problema es muy serio, sobre todo desde el punto de vista del usuario que no discrimina, que no se toma la molestia de analizar la información que avala sus creencias más obtusas. El tema ha sido y es muy estudiado pero resulta muy difícil combatirlo. “Pienso luego existo” ya no es una propuesta válida, pobre Descartes. Más vale no pensar para seguir regodeándose en el magma de la autocomplacencia.

-T:¿Cómo se imbrican los discursos de odio con la libertad de expresión y fenómenos de época como la indignación y la cancelación?

-N.M: Lo que la mayoría tiende a llamar odio es indignación. La indignación es un proceso

emocional y políticamente insustancial que provee una salida catártica, aséptica e inmediata ante lo más superficial de un malestar. Siguiendo la hipótesis de Han, el odio o la ira, en cambio, es un proceso dialéctico más demorado, intelectual y políticamente organizable contra las causas del malestar. Por eso Han insiste en que vivimos una época sin negatividad, una época con muchas quejas y lamentos que se agotan entre sujetos disgregados y sin voluntad de producir o atravesar cambios. Todos se indignan, pero nadie odia en serio. Por lo tanto, lo que hoy resulta una indignante trasgresión a la libertad de expresión o debe ser cancelado, es olvidado al día siguiente, sin que nada cambie. Lo interesante es que la democracia comienza a obedecer de a poco a esta lógica y se transforma en posdemocracia.

-T: Hace muy poco el escritor Salman Rushdie fue apuñalado previo a una conferencia, en tanto que las prohibiciones de autores y títulos se multiplican en bibliotecas y escuelas, con los casos más resonantes en Estados Unidos.

- L.V: Los fanatismos llevan la palabra al acto y alimentan el furor de quienes después aparecen como loquitos sueltos sin tomar en cuenta a quienes los han estado acicateado. Como el anterior, este tema invita a reflexionar profundamente sobre el peso de las palabras. Su duplicidad, su capacidad de revelación y también de engaño. Sólo una educación libre de prejuicios y las buenas lecturas nos preparan para enfrentar interpelaciones espurias. En cuanto a las censuras, no olvidemos nunca en toda su implicancia las palabras de Heinrich Heine, el gran poeta que alguna vez decretó que "Allí donde se queman los libros, se acaba quemando personas".

-T: ¿Cuáles son las características de época en relación a los discursos de odio?

-N.M: Por bienintencionados que hayan sido antes y en el futuro, todos los programas de extracción voluntaria o involuntaria de odio están condenados al desastre. Para decirlo en jerga filosófica: no hay “antropotécnica” capaz de cambiar la imperfección moral del ser humano. De hecho, no habría peor época que una donde los gurúes del amor, hoy tan de moda en las librerías, pudieran convertirse en jueces morales. Quizás haya entonces que insistir en que el problema es político, no moral. Y en que la violencia es política, no moral. En una época de individualismos y narcisismos extremos, una época en la que sólo nos escuchamos a nosotros mismos y nos rodeamos de quienes repiten lo que queremos escuchar, quien apueste a la política tiene que asumir expectativas más realistas que el equívoco de una ciudadanía de ángeles o demonios.

-L.V: Los discursos de odio hace mucho que vienen causando estragos en la población. En plena pandemia escribí un libro que acaba de editar Marea: "Los tiempos detenidos, encierros y escritura". Ya entonces me alteró la gente que despotricaba y violentaba las normas sin discernimiento alguno. El miedo como móvil suele ser muy enceguecedor. Me alteraban y alteran sobre todo esas mujeres grandes, sacadas de quicio, reclamando la muerte de la vicepresidenta con los peores improperios. Ya vemos a dónde nos condujo… Muerto el perro (la perra) se acabó la rabia, parecerían pensar quienes despotrican de la peor manera, sin darse cuenta de que la rabia no está en el objeto que tienen en la mira sino en elles mismes (mal que les pese el lenguaje inclusivo), y esa rabia si bien disidente solo se aplaca con sensatez, criterio y respeto. Lo que me lleva a reflexionar sobre el tema de género en la zoología: el perro es el leal amigo del hombre, la perra en cambio… Y ni hablemos del caballo, ese noble equino que cuando es hembra… En fin. Mejor no repetir vocablos que llevan al desastre.

-T: ¿Puede distinguirse una tradición argentina vinculada al discurso y palabras de odio?

-N.M: Si no hay odio o amor sino intereses que crean sentidos políticos en disputa, podría

trazarse una “tradición argentina del sojuzgamiento de la dignidad” desde que Ulrico Schmidl, en el siglo XVI, habla de los indios corondas en términos de “ellos o nosotros”, igual que Ricardo López Murphy, o dice que las mujeres mocoretaes son “horrorosas”. A grandes saltos, en el siglo XIX tendríamos “El matadero”, donde Esteban Echeverría funda la literatura nacional desde la estigmatización mutua entre federales y unitarios, y a Domingo Sarmiento, que sufre la mezcla entre civilización y barbarie. Ya en el siglo XX aparecen los positivistas, que recatalogan las diferencias de clase, raza y género desde la aparente inapelabilidad de la ciencia, y con la

democracia y con el peronismo, la tradición sigue su marcha.

-L.V: Para bien o para mal siempre nos creemos únicos. Generalmente para mal, sobre todo

por parte de quienes no miran más allá de sus propias narices. El mundo se ha desquiciado y no queremos saberlo. Pero sí somos únicos en hechos positivos tales como el juicio a los genocidas y el Nunca Más y las Madres y las Abuelas. Por eso yo propongo declarar a los discursos de odio, personales, políticos, o mediáticos, como crímenes de lesa humanidad. No responden a la libertad de expresión, todo lo contrario: alteran el orden público y, como bien llegamos a experimentar de la manera más pavorosa, incitan a la violencia. Creo que la palabra libertad es inseparable de la palabra responsabilidad, y no solo en la definición de la Real Academia. Tenemos un pueblo que sabe expresar amor y paz cuando se lo sacude, y esa sería la buena política plebeya, la que responde a las necesidades del pueblo y no la cara fascista de los que simulan ser antipolíticos y son en realidad autoritarios de primera magnitud.