Marea Editorial

Alma y temple de un corresponsal de guerra

La vida de Gustavo Sierra cambió después del 11 de setiembre de 2001. En su caso, las consecuencias de los atentados no fueron fatales, pero le hicieron cambiar radicalmente su rutina familiar, social y profesional, a raíz de las experiencias a las que se vio expuesto como corresponsal de guerra del diario Clarín

Por Ignacio Quartino 

Desde que el gobierno de George Bush implementó la guerra al terrorismo, el argentino Gustavo Sierra fue enviado a Kabul para cubrir la invasión norteameDesdericana en Afganistán en 2001 y poco tiempo después la noticia lo llevó a presenciar in situ el infierno de Bagdad. Durante los últimos cinco años, Sierra no sólo vivió días de "muerte y destrucción", como él mismo cataloga la guerra, sino que también tuvo la oportunidad de ver el conflicto desde otras perspectivas. Viajó a San Antonio, Estados Unidos, para describir cómo es la vida de los veteranos de guerra que regresan sin gloria de Irak. Estuvo en Guantánamo, en la frontera de Pakistán y Afganistán (donde estaba escondido Osama Bin Laden) e Irán, uno de los países que integran el eje del mal del gobierno norteamericano y que, actualmente, es considerado el principal mecenas de Hezbollah para solventar la guerra contra Israel.

De ese modo, Gustavo Sierra se convirtió en el único periodista latinoamericano que cubrió todos los enfrentamientos de Medio Oriente en lo que va del siglo XXI. De esas experiencias vividas nació Kabul, Bagdad, Teherán: Relatos desde los campos de batalla, un libro donde el corresponsal de Clarín narra anécdotas que desnudan virtudes y miserias de las personas que viven una situación tan extrema como una guerra. El periodista analiza la dura coyuntura que atraviesa Oriente Medio en la actualidad, mientras espera la orden de volver al frente de batalla.

-¿Cuándo comenzó a especializarse como corresponsal de guerra?

-Hace 26 años viví en Estados Unidos y durante ese tiempo fui y volví en varias oportunidades. En el medio trabajé para la CNN y ejercí una corresponsalía en la Casa Blanca. La primeras coberturas bélicas fueron en conflictos civiles de Nicaragua, El Salvador y la transición en Chile. Ese tipo de cosas me fueron preparando de a poco. Pero desde el 11 de setiembre, como sucedió con muchas personas, la vida me cambió totalmente y me llevó a Medio Oriente y Asia central, que en un principio no me entusiasmaba. Lo cierto es que a tres días de producirse la caída de las Torres Gemelas empecé un recorrido que arrancó con la toma de la Alianza del Norte a Kabul. 

-Después de presenciar tanta tragedia y destrucción, ¿ya colmó su capacidad de asombro? 

-Por suerte no, porque me estaría convirtiendo en un cínico y eso es lo peor que te puede pasar como periodista. Si vas a un lugar de esas características y lo que ves no te conmueve, de nada sirve hacer este trabajo. Es fundamental que lo que uno está viendo lo sobrepase porque en el momento de ponerse a escribir -más allá de los cuatro datos que podés tener antes de enviar una crónica- se pueda transmitir el olor, los sonidos... Esas son las vivencias que "transportan" al lector al lugar y lo lleva a comprender las cosas mejor. 

-¿Cuál es la clave de ese trabajo? 

-En nuestros países son recurrentes las historias de nuestros abuelos o bisabuelos que acostumbraban hablar de la guerra y nosotros nos burlábamos porque siempre repetían lo mismo. Sin embargo, en este tiempo comprendí lo importante que es mantener viva la historia. Y las nuevas generaciones deben aprenderla. Al menos eso es lo que un periodista debe hacer en este tipo de coberturas, si no es imposible conmover a alguien. En la actualidad, se ven periodistas de televisión que podrían conmover y movilizar a la opinión pública y no lo hacen. ¿Por qué? Porque les falta alma. La perdieron. No me quiero comparar, porque la guerra de Irak es diferente al enfrentamiento entre israelíes y Hezbollah. Esto es parte de un conflicto de 50 años, pero no han encontrado el enfoque correcto para hacer buenas coberturas. 

-De acuerdo a su experiencia, ¿puede existir una teoría previa que enseñe a reportar lo que sucede en pleno bombardeo, o en ese caso es suficiente con adaptarse a la circunstancia? 

-Para ser un corresponsal de guerra se necesitan dos cosas. Por un lado, tener equilibrio emocional y, por otro, contar con una gran experiencia periodística. No se puede ir a una guerra y en el medio de los bombardeos pensar cómo se empieza una nota. Muchas veces te enfrentás a situaciones con un tiempo muy limitado de electricidad para escribir porque se corta de luz. Sinceramente, si fuera editor de un diario nunca mandaría a una persona joven a cubrir una guerra. Se necesita experiencia, además de temple. No puede asustarse por ver una arma. Lo que tiene que asustarle al periodista es el hombre que porta el arma y no el arma en sí misma. También se debe contar con un background informativo. No se puede improvisar en este tipo de enfrentamientos. Jamás. 

-¿Qué tan importante es saber el idioma que se habla donde se cubre la guerra? 

-Sólo sé cuatro palabras de árabe. Después siempre pude manejarme con el inglés o un traductor. El inglés es el idioma universal y los periodistas no podemos funcionar sin él. Pero igual existen otras formas de comunicarse, como me pasó en Irak, después de un bombardeo a un barrio civil: entro a una casa que había sido atacada y me entero que las esquirlas de la bomba mataron a una madre y a su hija mientras estaban cocinando. Ahí mismo me encuentro a un hombre de mediana edad, me empieza a explicar, se quiebra y se pone a llorar. Como es de imaginarse me abrazó y ahí nos pusimos a llorar. No entendí nada, pero con ese gesto estaba todo dicho. La guerra te conecta con la gente de una forma muy particular que trasciende idiomas. Cuando las personas están en estado de vulnerabilidad aparece lo mejor y lo peor de ellas. 

-¿Cómo se diferencian los pueblos que están acostumbrados a vivir en estado de guerra? 

-Si en un barrio de Montevideo suenan sirenas para que la gente evacue porque se viene un bombardeo sería un verdadero caos. Eso, en un barrio de Beirut no sucede porque ellos saben que lo único que los salva es el refugio, aunque sean horribles. Son subsuelos atestados con muy poco aire. Pero haber estado en esa situación ayuda, aunque cualquier pueblo sufre la guerra por igual. 

-¿Qué visión tiene sobre el conflicto entre Israel y Hezbollah? 

-Ni bien un pueblo percibe que hay una injusticia y piensa que no existe forma de resolverla acude a las armas. De todos modos, existen países militarizados más propensos a este tipo de enfrentamientos. El Estado de Israel es absolutamente militarizado y el Hezbollah (ubicado al sur del Líbano) también, pese a no ser un ejército regular de ese país. Israel tiene unos 10.000 soldados y un poderío de fuego que está a la altura de las principales potencias y todavía no ha podido con una milicia que no supera los 1.000 combatientes. Lo que sucede es que es una guerrilla subvencionada por Irán y Siria y está muy bien armada. 

-¿Se justifica tamaño enfrentamiento? 

-Israel había intentado invadir ese territorio hace más de 20 años y no pudo. Se tuvo que ir en el año 2000. Creo que gracias al secuestro de dos soldados por parte de Hezbollah se descubrió que Israel tenía un plan preparado de ataque desde hace mucho tiempo, y utilizó una medida de fuerza desproporcionada ante el hecho. De todos modos, hay que entender que para el pueblo israelí la vida de un soldado es muy importante. Tal es así que Israel puede aceptar un soldado muerto, pero nunca en manos enemigas. Es una cuestión cultural fuerte, aunque no justifique el bombardeo al aeropuerto de Beirut o a una población civil. 

-¿Y Hezbollah? 

-Aprovechó que Israel estuviera distraído en Gaza para atacar. Hezbollah profesa la destrucción de Israel. La historia se repite, como sucedió hace 50 años donde nunca se concretó la convivencia pacífica entre dos estados (el israelí y el palestino). La única forma de resolver el problema es retornando a las raíces colonialistas británicas. La guerra es fruto de un proceso donde se siente la falta de creación de un Estado Palestino. 

-¿Estados Unidos es el único mediador que puede resolver el enfrentamiento armado? 

-Totalmente. Por el momento, lo único que ha hecho es dejarle las manos libres a Israel para que lleve a cabo esa limpieza de la zona norte de Líbano y que Hezbollah no pueda operar más ahí. Pero Estados Unidos puede detener la guerra cuando decida y promover una resolución de ONU que permita el ingreso de Cascos Azules. 

-¿Qué incidencia puede tener la ONU? 

-Es sabido que la fuerza de los Cascos Azules no garantizan la paz. Ya hay una fuerza en Líbano desde 1978 y no ha pasado nada. En realidad es un negocio de subsidios. 

-¿Este conflicto le sirve a Estados Unidos como cortina de humo para que el mundo olvide Irak? 

-Oriente Medio tiene la mayor desestabilización en muchísimos años y lo que sucede en el Líbano tiene cierta conexión con lo que pasa en Irak. Lamentablemente, parece que esta guerra nos está haciendo olvidar la otra. Hay que tener en cuenta que en Irak, según cifras oficiales, en mayo y junio hubo 6.000 víctimas fatales a razón de 100 muertos por día. Es un absurdo. Si bien no creo que el conflicto en el Líbano haya nacido para tapar lo otro, los periodistas tendemos a olvidar algunas cosas muy rápidamente. 

-¿Se ganó enemigos a raíz de estas coberturas? 

-Más allá de envidias profesionales, gané muchos amigos, sobre todo en Irak. Enfrenté situaciones incómodas con gente antidemocrática: un grupo pequeño que detesto, porque piensa que la guerra trae soluciones. No entienden nada de historia y nunca se colocaron del lado de la víctima. 

-Dicen que la gran diferencia en esta guerra de civilizaciones está en la postura del pueblo musulmán de dar la vida por una creencia religiosa. 

-La mayoría de los musulmanes dan un gran valor a la vida. Son creyentes, piadosos y solidarios. Sólo un grupo minoritario en las dos grandes corrientes, como los chiitas y los sunitas, son extremistas. Están obnubilados por la creencia religiosa y tienen enorme desprecio por la democracia y la vida. Pero es un grupo minoritario, de la misma manera que los hay entre judíos y cristianos que practican fundamentalismo religioso.

"Un corresponsal de guerra necesita gran equilibrio emocional y larga experiencia periodística" 

La vida es más que Peñarol y Nacional

Independientemente de las crónicas y las experiencias vividas por Gustavo Sierra en el frente de batalla, su rol como comunicador le genera la inquietud de que la sociedad rioplatense entienda que las crisis energéticas que viven ambos países es, en parte, producto de la inestabilidad política y bélica que vive Medio Oriente. 

"El que crea que sólo por preocuparse por Peñarol y Nacional evitará que lo afecte este tipo de acontecimientos está equivocado. No es posible entender por qué me falta electricidad en mi casa sino sabe lo que sucede en el mundo", sostuvo Sierra. 
Asimismo, el periodista no olvidó que Argentina ya sufrió las consecuencias del conflicto árabe-israelí, con los atentados a la Embajada de Israel y la sede la Amia perpetrados en la década del `90 y que, por el momento, aún se desconocen los nombres de los autores. "Estos fueron dos alertas que no hacen otra cosa que preocuparse por lo que sucede en esos países", concluyó el periodista